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Nos enseñaron a amar desde la pregunta ¿qué gano yo de esto?

Nos enseñaron a amar desde la pregunta ¿qué gano yo de esto?

Queremos el cuerpo, pero no el conflicto; la atención, pero no la permanencia; el deseo, pero no el riesgo.

Vínculos de bajo riesgo. La erosión del eros en tiempos de autogestión afectiva

En La agonía del eros, Byung-Chul Han explica que el eros requiere alteridad, misterio, distancia, lo no idéntico; pero en una sociedad narcisista, donde solo queremos vernos reflejados, el eros muere. 

“El eros es una relación asimétrica, no una equivalencia. Amar no es reconocerse en el otro, sino ir hacia su diferencia”.

Y sin eros, desaparece también el pensamiento profundo, el arte verdadero y el sentido del otro. Lo que queda es autoamor, vínculos planos y fácilmente descartables.

Quizás por eso la idea del amor incomoda tanto. Porque cuando aparece, no viene a reafirmarte, viene a desordenarte, a mostrarte que el otro no eres tú, que no puedes controlarlo, ni leerlo del todo; que no responde a tus tiempos, ni a tu manual emocional.

Pero hoy queremos vínculos donde podamos estar sin exponernos, donde podamos compartir cama, pero no historia; donde el otro tenga todo lo que nos gusta, pero no lo suficiente para implicarnos.

Queremos el cuerpo, pero no el conflicto; la atención, pero no la permanencia; el deseo, pero no el riesgo.

Nos formaron para evitar la dependencia, incluso la emocional; nos enseñaron que autogestionarse es madurar; que quien necesita demasiado, pierde; que quien entrega mucho, pierde; que quien se queda demasiado tiempo en el mismo lugar, pierde.

Así empezamos a amar desde el cálculo, desde la estrategia, desde la pregunta ¿qué gano yo de esto? El vínculo deja de ser un encuentro y se convierte en una transacción de bajo riesgo: doy lo justo para no quedar en números rojos, recibo lo suficiente para seguir, pero nunca invierto lo que podría costarme de verdad; pero el eros que Han describe, no funciona así.

El eros no es eficiente, no es recíproco al instante, no responde a tu nivel de madurez emocional; el eros exige algo que ya no estamos dispuestos a dar: incomodidad.

Y sin incomodidad, lo que nos queda no es amor, es un reflejo; un simulacro de conexión donde el otro solo sirve para confirmarnos, no para transformarnos; donde nadie se expone de verdad… apenas se rozan los bordes, como quien tantea una fruta en el supermercado para decidir si vale la pena llevarla o no. 

Las relaciones y la economía de consumo

En esta lógica, las relaciones se rigen por la misma economía de consumo que Han critica: o quieres lo que el otro tiene, pero sin lidiar con lo que es; o lo evalúas según si cumple con lo que crees merecer, aunque no tengas mucho que ofrecer a cambio.

Ambos modos parten del miedo: miedo a perder tiempo, a necesitar, a no ser suficiente, o a que el otro nos confronte con lo que no queremos ver.

El problema no es solo que no sepamos amar, es que ya no toleramos todo lo que amar implica: exposición, tiempo, fragilidad, ambigüedad. Todo aquello que esta época desaprueba porque no genera placer inmediato, no es cómodo y no confirma el yo.

Amar hoy es casi un acto de resistencia, no por romántico, sino porque nos obliga a convivir con la diferencia, la duda y el silencio; nos obliga a dejar de controlar. Y ahí, cuando el otro deja de ser una extensión de nuestro deseo y se vuelve realmente otro, es cuando muchos se retiran.

Porque ese es el punto donde empieza el eros; y para algunos, es demasiado.

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Nacida en Venezuela, sobreviviente con elegancia. Autodidacta por instinto y residente en Medellín. Le interesan las estructuras invisibles. No cree en verdades absolutas, pero sí en hacer las preguntas correctas, aunque incomoden. Le obsesiona lo que se cuela entre el hábito y la costumbre.

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