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Feminismo

Las “falsas denuncias” por violencia de género

Las “falsas denuncias” por violencia de género

Detrás de eso también hay una forma de construir el relato, que se mueve entre los medios, las redes y la memoria colectiva: un relato, sostenido por recursos narrativos e ideologías patriarcales que buscan deslegitimar las denuncias. La culpabilización de la víctima, la exposición de su vida y la idea del “algo tuvo que haber hecho” son parte de ese mismo guion.

El ejemplo más claro de cómo opera el negacionismo.

Pablo Laurta fue durante años una voz conocida en los espacios antifeministas de las redes sociales. Fundador del grupo Varones Unidos, insistía en que las denuncias por violencia de género eran un fraude sistemático, que las leyes de protección discriminaban a los hombres y que el feminismo era una ideología peligrosa. Su discurso, amplificado por miles de seguidores, formaba parte de una corriente transnacional que busca debilitar la legitimidad de la palabra de las mujeres y multiplicar la misoginia: los incels.

El 12 de octubre Laurta fue detenido en Argentina, acusado de doble feminicidio y del secuestro de su hijo de cinco años. Durante años fue promotor del mito de las “falsas denuncias”, incluso con varias denuncias en su contra por violencia de género. Lo que presentó como un “debate” sobre justicia y derechos masculinos quedó expuesto como lo que era: una coartada discursiva que protege la violencia bajo la apariencia de escepticismo.

Un trabajo llamado “La verificación de bulos relacionados con el feminismo: un análisis de los desmentidos sobre género publicados en Maldita.es y Newtral”, de Natalia Meléndez Malavé y Paula Pérez Quintana (ver fuentes) explica cómo la mayoría de los bulos relacionados con género recurren sistemáticamente al mito de las denuncias falsas.

Pero, ¿qué es un bulo? Es una noticia falsa o engañosa, creada deliberadamente para confundir o manipular. El bulo tiene la intención de fabricar una percepción y moldear opiniones, ¿les suena conocido? En este estudio se analiza el modo en que algunos medios que verifican datos deben corregir titulares engañosos, números manipulados o afirmaciones que circulan sin respaldo relacionadas con la violencia de género y sus denuncias.

Uno de los hallazgos más poderosos es que ese mito, el de las falsas denuncias por violencia machista, no es solo frecuente; es recurrente y estructural. Los bulos suelen presentar “investigaciones”, “cifras oficiales” o “casos que se esconden” como si fueran verdades ocultas. Y cuando el fact checking aparece, ya están enraizados en la conversación pública. Por eso el estudio invita a pensar que la batalla no es tanto contra errores aislados, sino contra una estrategia comunicacional de deslegitimación.

Esa lectura dialoga con lo que Gabriela Gusis plantea en Violencia tecnológica institucional (Revista Anfibia): el silenciamiento ya no necesita prohibiciones explícitas. Basta con los mecanismos digitales que castigan a quien incomoda. Algoritmos, campañas de desprestigio o silencios institucionales funcionan como una forma moderna y tecnológica de presionar cada vez más cuando una voz disidente logra hacerse oír, hasta empujarla nuevamente al margen.

Ese control, que Gusis llama tecnológico, sobre lo que circula, qué discursos se amplifican y cuáles se marginan, es también parte de los espacios donde se fabrican los bulos sobre género. Cuando Pablo Laurta decía en redes sociales y en sus conferencias que “las denuncias por violencia de género son fabricaciones”, lo hacía en un ecosistema digital y público que ya le ofrecía credibilidad: un lugar donde muchos otros creían, desde antes, en una supuesta “epidemia de denuncias falsas” y encontraban eco en un movimiento masculino construido alrededor el odio hacia las mujeres.

Detrás de eso también hay una forma de construir el relato, que se mueve entre los medios, las redes y la memoria colectiva: un relato, sostenido por recursos narrativos e ideologías patriarcales que buscan deslegitimar las denuncias. La culpabilización de la víctima, la exposición de su vida y la idea del “algo tuvo que haber hecho” son parte de ese mismo guion.

El mito tiene consecuencias. Cuando se instala la idea de que las mujeres mienten, las instituciones actúan con cautela excesiva, los procesos se demoran y la protección se debilita. El resultado es más impunidad.

La evidencia estadística muestra que el mito de las “falsas denuncias” es construido. En España, por ejemplo, la Fiscalía General del Estado sitúa el porcentaje de denuncias falsas por violencia de género por debajo del 0,01 %. En Uruguay, país de origen de Paulo Laurta, un informe de la Universidad CLAEH junto con ONU Mujeres concluye que no existe un patrón sistemático de denuncias falsas; más bien, esa categoría se emplea para cuestionar las políticas de protección.

El caso de Pablo Laurta nos muestra cómo funciona la estructura de la deslegitimación. Durante años contribuyó a instalar una narrativa que lo beneficiaba; convertir la duda en consigna es otra forma de violencia que sostiene todas las demás.

No olvidemos que un sistema que desconfía por defecto de las víctimas es un sistema seguro para los agresores.

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Periodista que dejó de escribir para el algoritmo y empezó a escribir para las personas.

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