Vacunar a un «viejo», ¿vacuna perdida? 

Con el inicio del plan de vacunación, son muchos los que en redes e incluso en conversaciones, con soberbia y mezquindad, dicen que «viejo vacunado, vacuna perdida»; se creen dioses, con el derecho a decidir quién se vacuna y quién no, a decidir quién debe vivir y quién no.

Opina - Salud

2021-03-12

Vacunar a un «viejo», ¿vacuna perdida? 

Columnista:

John García Fitzgerald

 

Ha pasado un año desde la llegada del COVID-19 a Colombia, y con ello las diferentes etapas que tuvimos que asumir y superar frente al  manejo de la pandemia, al inicio de una etapa nueva para todos, la mismísima Organización Mundial de la Salud (OMS) limitaba el uso de tapabocas solo para personas que presentaran algún síntoma relacionado con el COVID; pocos días después, se recomendó el uso indiscriminado del tapabocas y otras medidas como distanciamiento físico, social y demás protocolos ampliamente difundidos. Paralelo a ello, afamados laboratorios en diferentes países, en una carrera contra reloj y contra la muerte iniciaban una vertiginosa competencia, a fin de producir una vacuna con el propósito de frenar los efectos del nuevo virus, incluido el país donde se originó el enemigo invisible que ha cobrado la vida de millones de personas alrededor del mundo. 

Fue un año duro a nivel global, la crisis económica que generó los confinamientos, se sigue evidenciando con millones de empleos perdidos, pequeñas y medianas empresas cerraron y no bastaron las abusadas palabras «resiliencia, reinventarse, nueva normalidad, confinamiento, desconfinamiento» para seguir avante. 

Un año durante el cual se especuló respecto a posibles «remedios» caseros para contrarrestar los efectos de la infección que incluían un cóctel de hierbas, limón, bicarbonato, algunos productos químicos, supuestamente para la limpieza, y hasta algunos medicamentos que tienen indicaciones muy diferentes a la de mitigar los variados y severos síntomas que algunos padecen por el virus de moda. 

Se publicaron una serie de inquietantes «estudios» que resultaron ser más especulación que un verdadero sustento científico, que, si las personas con cierto tipo de sangre, raza, contextura física, edad, que, si eran o no calvos, etc., serían más o menos susceptibles a padecer en forma grave y severa los efectos del temido virus. 

Se dijo y se creyó que la pandemia y sus manejos nos dejarían mucho aprendizaje, lecciones de vida y que se supone «sacarían lo mejor del ser humano», pero en muchos casos sacó lo peor de ese ser humano, si se les puede llamar así. Lo anterior se refleja y comprueba en el rastrero oportunismo de políticos y dirigentes, que van desde los regionales que hicieron su agosto sobrefacturando los mercados, que en apariencia llegarían a los más necesitados. En los niveles más altos hubo escándalo con las ayudas económicas que destinó el Gobierno central, en la medida que, desde la creación de la lista de beneficiados se presentaron cientos de anomalías, con nombres y apellidos ficticios y a ciencia cierta no se sabrá qué tan justa fue la distribución de dichos auxilios. 

Pero lo peor del ser humano, no solo salió a relucir en los políticos que convirtieron la pandemia en una gran oportunidad para hacer de las suyas, muchas personas, fruto del prolongado confinamiento, mostraron su verdadero yo e incurrieron en violencia intrafamiliar. 

El segmento poblacional que coloquialmente «llevó del bulto» fueron los adultos mayores, abuelitos no, para no caer en eufemismos que usó el Gobierno para su largo confinamiento, que les afectó su salud física y mental, ¡abuelitos no!  Porque hay abuelos de menos de 45 años de edad y hay adultos mayores que nunca fueron padres, o simplemente no fueron abuelos, pero menos llamarlos en forma peyorativa viejos. La vulnerabilidad de los muertos por rangos de edades que dejó el COVID-19 en Colombia en el primer año, con corte al 5 de marzo de 2021, lo demuestra; de un total de 60 369 personas fallecidas por causa de este virus, 47 392, corresponden a personas mayores de 60 años. 

Innegable que la llegada de las vacunas es esperanzadora y tratar de retomar la normalidad que dejamos desde hace un año. Se sabe que la vacunación se está llevando a cabo por rangos de edad, priorizando en forma obvia y justa a los más vulnerables, como lo son personal de la salud de primera línea (quienes atienden pacientes COVID) y todos los adultos mayores de 80 años. 

Que se conozca que ya hay casos de algunos «colados» en los turnos de vacunación, personas que no cumplen con los requisitos y prioridades de los de la etapa I, pero que pese a saltarse su turno, incluso se ufanan de su hazaña, publicando fotos con el carnet, pasando sobre los derechos de los demás. 

Con el inicio del plan de vacunación, son muchos los que en redes e incluso en conversaciones, con soberbia y mezquindad, dicen que «viejo vacunado, vacuna perdida»; se creen dioses, con el derecho a decidir quién se vacuna y quién no, a decidir quién debe vivir y quién no. Es evidente que las personas, que con ligereza dicen que vacunar un viejo es perder una vacuna, tienen corto en las neuronas, o no tienen padres y abuelos o seguramente creen que nunca envejecerán y con ello el normal deterioro en la salud, que no necesariamente llega con la edad, su mente y capacidad cognitiva no les permite ni analizar que una vacuna que vale entre 2 y 12 dólares (según el fabricante y según el nivel de corrupción del Gobierno que la adquiera), puede evitar que esas personas a quienes llaman viejos, se contagien y tengan complicaciones severas, quizá ocupar una UCI (que por día vale mucho más que cientos de vacunas) y quizá morir. Estas personas están discriminando a quienes ya aportaron al país, a la sociedad, a sus familias, y que merecen vivir hasta el día que les corresponda, no hasta que otros lo decidan. 

Vacunar a un «viejo» no es una vacuna perdida, perdida es la vacuna que se le aplique a personas mezquinas, soberbias, faltas de empatía, respeto y amor por sí mismos y por los demás. 

Vacunar a un «viejo» es darle la posibilidad de vivir más (en lo que respecta al coronavirus), no desmejorar su calidad de vida, de permitir que muchas familias lo disfruten, que le brinden el amor, respeto y el cuidado que se merece, que se ha ganado a lo largo de su vida, de aprender de él, porque nada como la sabiduría de los «viejos», si bien la muerte es inevitable, que esta no sea por descuido, negligencia o ligereza e insensibilidad de los demás. 

¡Bienvenidas las vacunas para todos, incluidos los viejos!

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John García Fitzgerald
Ciudadano caleño, contador público, periodista por vocación y con pasión. Participaciones en Soyperiodista con artículos replicados en Caracol Noticias y El Espectador. Colaborador de Pulzo. Con plena disposición para escribir, compartir y aprender.