El próximo 17 de junio, los colombianos saldrán a dar a su voto en la segunda vuelta presidencial. Tendrán en sus manos el futuro de Colombia, y con ello si deciden continuar bajo las directrices de la política tradicional, o si, por el contrario, darán una oportunidad a la nueva ola progresista que se gesta en los albores de los movimientos alternativos que han demostrado en los últimos años tener fuerte influencia dentro de las nuevas generaciones de contendores, bajo el discurso del cambio y la renovación en las maneras de gobernar.
Hay que decirlo, Colombia a diferencia de otros países de la región, ha sido impermeable a las transformaciones de pensamiento que se han presentado a largo del último siglo. Pero hoy, más que nunca, sectores alternativos y progresistas tienen una clara posibilidad de consolidarse en el poder y materializar el fin de la hegemonía de la clase política tradicional que ha instrumentalizado las prácticas de la «vieja política» para mantener la dominación de las instituciones.
Hace ya trece años, nacía uno de los partidos más representativos de la izquierda en Colombia y que hoy hace parte de los sectores políticos de la izquierda: el Polo Democrático Alternativo. Una nueva propuesta que surgió a la fusión de sectores que provenían de movimientos obreros y sindicales que buscaban hacer frente a los desagravios de la economía que vivía el país para el entonces gobierno de Álvaro Uribe: tratados de libre comercio, privatización de los bienes públicos de la nación y una desmesurada política de seguridad que desembocó en el recrudecimiento del sangriento conflicto armado.
En 2006, en una contienda amenazada por las mortíferas acciones criminales de las FARC y los paramilitares, este partido se consolidó como la opción para terminar de una vez con doscientos años del absolutismo del tradicionalismo político, en manos de su cofundador Carlos Gaviria Díaz. Con un apretado paso a segunda vuelta, este personaje se presentaba como la opción de acabar con las esperanzas de reelección de Uribe.
A pesar de un descomunal apoyo en la primera vuelta, el presidente en ejercicio, aplastó a Gaviria con una contundente mayoría, que prefirió obedecer a un discurso ficticio del miedo, atribuyéndole a su rival, alianzas con grupos al margen de la ley; relato al que los colombianos se adhirieron sin vacilar debido a la alta legitimidad con la que Uribe había terminado su primer periodo presidencial.
Así, del mismo modo en 2005, paralelamente, emergía una nueva fuerza de centroizquierda comprometida en la lucha contra la corrupción y como una alternativa pedagógica de hacer política: el Partido Verde. De la cuna de la extinta Alianza Democrática M-19 con otros sectores alternativos, nacía este movimiento con una clara intención de renovación.
En 2010, Antanas Mockus pasa con Juan Manuel Santos —en ese entonces, bajo la fantasmagórica figura de Álvaro Uribe, quien había sufrido su derrota ante la posibilidad de una segunda reelección— y sufre al igual que Gaviria en 2006, una contundente derrota bajo maquiavélicos discursos de satanización de estos nuevos movimientos por presuntas colaboraciones de dineros ilegales a esta campaña.
Estos dos casos anteriores, muestran un desolador panorama que amenaza por imponerse el próximo 17 de junio. La adhesión de los sectores políticos tradiciones a la campaña del candidato del Centro Democrático, Iván Duque —quien además reincide en crear miedos ficticios como el del ‘castrochavismo’—, crean un descontento dentro de una sociedad cansada y asfixiada por el clientelismo y los casos de corrupción.
Hoy, una fuerte ola progresista personificada por el exalcalde de Bogotá Gustavo Petro —que dejó un agridulce en su paso como administrador de la capital—, tiene una oportunidad de oro, para consolidar el gobierno anti-tradicionalista que busque una solución a un sinfín de problemáticas no resueltas en la trama colombiana: el campo, la distribución de la riqueza, el desarrollo de la economía nacional y la materialización de un nuevo discurso que rompa con el ‘status quo’.
La adhesión de algunos sectores como el Partido Alianza Verde y del Polo Democrático, avivan la posibilidad de consolidar la unificación de los sectores alternativos. Si, eventualmente Petro sale derrotado, sin duda alguna, es el comienzo entre votantes blancos y sus contendores de una oposición que dificultará el gobierno del continuismo; si, por el contrario gana, será el pionero de la decadencia de quienes durante más de doscientos años han gobernado el país.