Un viaje a mis raíces por el Pacífico colombiano

Aún algunas poblaciones conservan en sus prácticas religiosas la ancestralidad africana; escucharlos cantar y tocar hace que el alma se mueva al ritmo del tambor y de la marimba que provoca en todos unos sentimientos de gozo.

Opina - Cultura

2021-01-29

Un viaje a mis raíces por el Pacífico colombiano

Columnista:

Ana María Ramírez Gómez

 

A más o menos cuatro horas de Cali, tres y media en bus y cuarenta y cinco minutos en lancha se encuentra el Parque Nacional Natural Uramba Bahía Málaga, un lugar mágico con naturaleza casi virgen y con pequeñas poblaciones ubicadas en Juanchaco, Ladrilleros y La Barra, donde habitan comunidades afros e indígenas que viven de la pesca y el turismo, cuentan con una gastronomía excepcional, pero pocas oportunidades de estudio o crecimiento profesional.

No conocer la costa Pacífica colombiana siempre había sido mi mayor vergüenza, soy caleña, soy afro y en 25 años no me había acercado a mis raíces más profundas, me di muy duro por eso, pero comprendí que soy como muchos jóvenes afros de las grandes ciudades de Colombia: estamos alejados de las realidades rurales que viven los afrocolombianos que nacieron en paraísos sumidos en la pobreza.

El Pacífico no es un lugar con hoteles de lujo, es el reflejo de la comunidad que vive con muy poco, donde el agua lluvia es filtrada o hervida a fin de ser utilizada en sus labores diarias, el alumbrado público es casi nulo, aunque sus paisajes naturales son una maravilla.

Al llegar a Juanchaco, la primera comunidad del parque Uramba, uno se topa con la felicidad de los niños que juegan descalzos en la playa de arena negra, los turistas que llegan a mover la economía del lugar, los motorratones que transportan a las playas aledañas como Ladrilleros y La Barra. La lluvia y el sol son impredecibles, no hay acueducto, así que recogen el agua lluvia y la utilizan en los quehaceres domésticos.

Las casas cercanas a la playa son, en su mayoría de madera, hay pocas hechas con ladrillo. Para llegar a La Barra debe uno emprender el recorrido en lancha o en moto por trochas. En La Barra los hostales en su mayoría son hechos por foráneos que han ido a construir con madera lugares donde los turistas pueden ir y alojarse, el baño es compartido y mientras te duchas puedes ver el mar o los vecinos pasar. Las casas más cercanas son adecuadas para vender comida. Las mujeres afro son fuertes y se encargan de realizar las labores del hogar y de mover la economía familiar.

El 7 de enero la comunidad de La Barra se reúne en una tienda donde hay un pesebre grande y cantan arrullos por la llegada de los Reyes Magos, lo que me recuerda que a pesar de que la religión católica nos haya sido impuesta a todos los afrocolombianos, aún algunas poblaciones conservan en sus prácticas religiosas la ancestralidad africana; escucharlos cantar y tocar hace que el alma se mueva al ritmo del tambor y de la marimba que provoca en todos unos sentimientos de gozo.

Pasé cuatro días en La Barra asombrada por la belleza del lugar, pero también preguntándome qué será de la vida de los jóvenes y de los niños pequeños, que no cuentan con una educación de calidad, además la educación virtual es imposible, ya que la señal de Internet o de celular es muy escasa; su destino será ser pescadores o elaborar la comida que los foráneos llegan a consumir durante sus vacaciones. No son labores menores pero con una educación mejor podrían soñar con ser médicos, ingenieros, profesores y otras profesiones que sean de su interés.

En La Barra conocí a Gustavo, un hombre afro fornido, de 62 años, pero que lucía de diez años menos. Él es el encargado de llevar en una canoa a remo durante tres horas de ida y regreso a los turistas que quieren ir a conocer «las piscinas»; pequeñas cascadas de agua dulce en medio de la selva. Gustavo lleva toda su vida dedicado a ese oficio; sin embargo, en sus ratos libres talla imágenes de animales salvajes en trozos de madera; su trabajo es de una belleza impresionante.

Gustavo nos mostró un águila que empezó a hacer, al inicio de la pandemia (desde marzo de 2020) y ya en este mes de enero se encontraba terminada. Con orgullo, contó cómo algunos turistas lo felicitaban; incluso, que algunas de sus piezas fueron llevadas a Bogotá con el objetivo de ser vendidas en una tienda de arte. También, nos contó que le gustaría poder tener formación con la finalidad de perfeccionar su trabajo y aprender a dibujar con el propósito de realizar sus bocetos en papel, pues ahora le toca pedirle el favor a turistas.

Su trabajo es arte al igual que muchos de los platos típicos que realizan las mujeres en sus casas o en lugares improvisados con madera, desde allí, se puede ver la inmensidad del mar mientras se disfruta de una carimañola o una arepa con camarones. Estar en ese lugar es desprenderse de las comodidades de la ciudad y el estrés del día a día, es dejarse llevar y disfrutar de sus paisajes y de la experiencia, ver el atardecer, las rocas en medio de la playa y la alegría de los lugareños. Es un gran lugar a fin de conectar con lo que somos como personas y como país, con el objetivo de conocer paisajes hermosos y entender todo lo que nos falta para lograr igualdad en educación y saneamiento básico.

El Pacífico es desde ya mi lugar favorito, donde logré encontrar la pieza que me hacía falta para entenderme como afrocolombiana, el lugar en el que enfrenté miedos pendejos con los que nos crían en las ciudades y comprendí más a fondo lo que significa ser afro en Colombia, es como una lotería, si naces en las grandes ciudades te enfrentas al racismo institucional, y si naces en las comunidades alejadas te enfrentas al olvido estatal.

 

 

 

( 1 ) Comentario

  1. Que excelente post.
    Soy un joven del interior del país el cual tuvo la posibilidad de viajar a a Juancho y Ladrilleros en el año 2011. Tristemente desde que arribe al puerto de buenaventura, me golpeo la desigualdad imperante en el país y la ironía de estar en una ciudad -Distrito Especial- acreedora de muchos recursos pero que no se sabe a que lugar se estan destinando.

    Luego emprendí mi aventura en lancha hasta llegar a Juanchaco, me impresiono la basta e inmensa playa con la que me encontré, la alegría del niños al toparse con nosotros los foráneos y culmine deleitando par de chontaduros.

    Luego me movilice hasta ladrilleros, allí me hospede en una rustica pero agradable cabaña, realice varios tours, entre ellos los manglares en donde tuve un gran acercamiento con mi ser interior, de conectar con la naturaleza, de enamorarme de este país y pedirle a la vida que la brecha de desigualdad de aquel entonces no continuase creciendo.

    Gran articulo, muy reflexivo, sobre todo en la realidad de lo que afirmas «, si naces en las grandes ciudades te enfrentas al racismo institucional, y si naces en las comunidades alejadas te enfrentas al olvido estatal.» Esto es muy fuerte pero extremadamente impregnado de realidad.

    Saludos desde el interior del país – Chinchiná, Caldas.

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Ana María Ramírez Gómez
Comunicadora social y periodista con énfasis en comunicación digital y marketing digital. Ha publicado en varios medios de comunicación colombianos y mexicanos. El periodismo con enfoque de género y afro son de su interés. Becaria de la Fundación Carolina.