Columnista:
Aurora Folgoso Barros
El COVID-19 ha cobrado vidas a nivel mundial, pero los colombianos convivimos con un virus más mortal, aquel que viene del Gobierno nacional y es tan peligroso que ha perdurado por mucho tiempo: la corrupción. A pesar de estar en medio de una pandemia, miles de personas salen a protestar porque no pueden resistir el mal promovido desde las entrañas de muchos de sus dirigentes políticos.
Los cambios del clima, la posibilidad de contagiarse, el sudor que emanaba de sus cuerpos, las incomodidades de cantar teniendo tapabocas, el hambre, la sed o el cansancio, no impidieron que ejercieran su derecho a la protesta para hacer visibles sus inconformidades, respecto esas desconveniencias que pese a ser grandes no superan su fe en la posibilidad de que haya un cambio.
Muchas de esas personas se mantienen con paso seguro y en medio de un ambiente de cordialidad la multitud caminaba, al tiempo que cientos de curiosos interrumpían su rutina y actividades diarias para salirles al paso, echar un vistazo, escuchar sus arengas y, en la mayoría de los casos, manifestarles su apoyo a jóvenes, adultos y ancianos, pero no todo es color de rosa.
Como una distopía, se registraron actos que muchos suponen «vandálicos», por ejemplo: tumbar estatuas, objetos inmóviles que parecen ser más importantes para el Gobierno que los líderes sociales asesinados, o las personas que aprovechan la coyuntura para robar, sin tener de fondo un ideal de protesta, por lo que no hay que justificar esas acciones que no hacen otra cosa más que desvirtuar el sentido de las movilizaciones; pero, como dicen por ahí las voces que a gritos claman justicia ahogadas en medio de gases lacrimógenos y balas quemarropa: «violentos son aquellos que provocan la desigualdad social, no los que luchan contra ellos».
Hoy, luchan héroes que le han perdido el miedo al virus del coronavirus; porque más temor les causa el seguir de brazos cruzados, ese miedo que les da el valor para poder continuar. Frente a este panorama cabe resaltar la cita de William Ospina en su libro ¿Dónde está la franja amarilla?:
«Un pueblo incapaz de darle la cara a los males se merece su postración y su angustia. Pero cuando uno se pregunta dónde están los que protestaron, los que se rebelaron, los que exigieron, los que se creyeron con derecho a reclamar un país más justo, más respetuoso, el pensamiento se ensombrece. Los héroes están en los cementerios, nos dice una voz al oído. Y entonces recordamos aquella pieza teatral en la que un personaje exclama: “¡Desgraciado el país que no tiene héroes!”, y otro le responde: “¡No, desgraciado el país que los necesita!”».
Aquellos que se han entregado por el país: Luis Carlos Galán, Jorge Eliécer Gaitán, Carlos Pizarro, Jaime Garzón, Dylan Cruz, los fallecidos en las marchas, los líderes, indígenas, maestros y estudiantes. Pese al miedo y la angustia de no poder sobrevivir, somos más quienes nos arriesgamos por querer cambiar la realidad y que batallamos hasta poder encontrar la cura para nuestros males.
Han pasado 21 largos años y aún esperamos un antídoto a esta mortal y sangrienta enfermedad. Curarnos de los uribistas, de Iván Duque, de Carrasquilla, de los de derecha o izquierda, de todos esos problemas y personas que continúan extrayendo sin conmiseración nuestra tierra, y que solo nos dejan penurias y caos. Curarnos de la pobreza, la desigualdad, la ignorancia, el odio, los paramilitares, la guerrilla y las narco culturas. Curarnos del machismo, la homofobia, la discriminación, del amarillismo y la censura presentada en medios nacionales.
Estamos esperando sanarnos de los supuestos errados que han definido nuestra sociedad, esas ideas naturalizadas: «si lo mataron era por algo», «no importa que robe; pero que haga obras». De esos esquemas mentales que dicen que necesitamos 280 congresistas y que cada uno tiene que ganar decenas de millones de pesos; y que la última palabra está en los medios de comunicación o en las campañas políticas.
Es momento de hacer un cambio, ser capaces de expresarnos, de exigir, imponer cambios, de colaborar con la presión y con su cólera a las transformaciones; para que así Colombia no siga siendo ese país capaz de soportar toda infamia, incapaz de reaccionar, y de hacer sentir su presencia. Mientras tengamos la fe ante el cambio, desvirtuemos del poder a los corruptos al momento de elegir en las urnas y sigamos en la lucha, habrá esperanza de que algo transformador se geste y el país cambie.
Cuando obtengamos eso las marchas tendrán objetivos claros, las piedras caerán en las casas del poder, el pueblo será una verdadera opción de mando y los gremios serán incorruptibles. ¿Cuándo encontraremos nuestra cura?, ¿cuando la docena de huevos esté en 1.800 o cuando nos unamos para exigir lo nuestro, nos informemos para no caer en la ignorancia y hagamos sentir nuestra grandeza?
Pdf: ¿Dónde está la franja amarilla? William Ospina:
http://www.cashflow88.com/Club_de_lectura_UTB/Donde_esta_la_franja_amarilla.pdf
Excelente columna de opinión.