«Todavía no estamos donde necesitamos estar. Todos nosotros tenemos mucho trabajo por hacer», dijo Obama en su emotivo discurso –como todos los suyos- de despedida refiriéndose al racismo en la sociedad americana. Y sí, Obama tiene razón, Estados Unidos no está donde necesita estar. Su política exterior jamás estuvo donde necesitó estar, y fuera de sus aciertos (que merecen aplausos), el expresidente Barack Obama carga sobre sus espaldas la actuación estadounidense en grandes focos de conflicto que se abrieron mientras él fue el primer mandatario americano.
Sin embargo, los soñadores libertarios lo extrañan hoy, y con la llegada de Trump escriben sentidos mensajes y rescatan discursos llenos de efusividad y “esperanza”. Pero creer que Obama como presidente actuó como sus palabras dictaban cuando era candidato no puede ser más que ingenuidad y sesgo. No defiendo a Trump, pero eso no me impide ver el legado del demócrata.
Hablemos con cifras: el gasto militar estadounidense durante los 8 años de Barack Obama redondeó hasta el 2015 los $663.4 miles de millones de dólares por año, mientras que su antecesor (George Bush, republicano) gastó en promedio $634.9 billones por año (menos que Obama), y como porcentaje del PIB, el gasto en la milicia pasó de estar en 2,9 en el año 2000, a tocar los 4,6 en el 2010 (aunque posteriormente volvió a disminuir). Es decir: No hubo recortes considerables al gasto militar americano durante la era del Nobel de Paz.
Sigamos: entre el 2010 y el 2016, las operaciones especiales del ejército norteamericano pasaron de estar desplegadas en 60 países, a hacer presencia en 138 Estados. Es decir, el número de países que han visto la cara ruda del gran orador americano se incrementó en más de la mitad durante el tiempo que este estuvo en la Casa Blanca. ¡Vaya sorpresa!
Claro, la sensación de paz en Estados Unidos puede que haya aumentado, pero esto no se debe a una reducción sustancial de las intervenciones militares americanas, se debe a los avances tecnológicos que le permiten arriesgar menos soldados, al tiempo que siguen atestando golpes contra la población civil, y bombardeando ciudades por el mundo.
En números: Durante la presidencia de Obama hubo diez veces más ataques aéreos que durante la presidencia de George W. Bush, y tan solamente en el primer año, Obama sobrepasó astronómicamente la cifra de Bush en la utilización de drones para efectuar ataques aéreos: 563 ataques por parte de Obama, 57 por parte de su antecesor. En otras palabras: Los drones reducen las muertes de soldados americanos, pero mantienen (o aumentan, en el peor de los casos) la muerte de ciudadanos de países que viven en condición de guerra.
Pero los drones no son el único problema, durante el primer periodo del demócrata, Estados Unidos junto a sus aliados fueron responsables de la detonación de 20 mil bombas y misiles, y durante su segundo mandato esta cifra se cuadruplicó, superando con creces a las 70 mil bombas que detonó Bush durante sus dos mandatos.
Irak, Afganistán, Libia, Yemen, Somalia, Siria, Pakistán, son algunos de los países que hoy, apenas unos días luego de la posesión de Trump, siguen recibiendo los ataques aéreos estadounidenses, soportando la destrucción de su infraestructura y su tejido social, el terrorismo cruento, y el silencio cómplice del país del norte frente a los abusos de algunos vecinos (como Arabia Saudita).
Claro, el mundo hoy no es el mismo de hace 15 años, pero eso no exime al expresidente norteamericano de su responsabilidad frente a la actuación del ejército norteamericano. Su retórica elocuente y algunos logros bastante prolíficos esconden las realidades más duras que nunca vimos pasar por televisión.
Quizá sea mezquino centrarse en las fallas de la política exterior de Obama cuando Donald Trump enarbola la bandera de la islamofobia y amenaza con provocar un caos internacional. Pero más absurdo es criticar a Trump por algunas acciones que el mismo Obama cometió. Trump parecer ser tan malo que hace que Obama parezca un santo.