Columnista:
Edisson David Hernández
Hasta hace unos meses entre muchos analistas se mencionaba lo improbable que sería sacar a Donald Trump de la Casa Blanca. Incluso, se dudaba de que Joe Biden, el candidato demócrata con quien peleará la campaña presidencial, lograra ganarle. Pero ahora, de repente, a medida que fue avanzando la crisis de la COVID-19 y, los niveles alarmantes de desempleo empezaron a escalar a niveles no vistos desde la Gran Depresión en 1929, se sumó un hecho que puso su administración en jaque: el asesinato del afroamericano George Floyd a manos de la Policía.
Han pasado dos semanas desde aquel siniestro que vimos con estupor. Miles de personas salieron a las calles a protestar como muestra de solidaridad. La sociedad se encuentra hastiada del racismo y la xenofobia que tienen debilitadas las democracias en el mundo y Estados Unidos, el país considerado como el epítome de las libertades individuales, que parece desmoronarse en manos de un líder mezquino, cuyo único proyecto político es hacerse elegir nuevamente a como dé lugar.
Tropiezo tras tropiezo, él está cavando su propia tumba. El mayor rival de Trump en este momento —y desde el principio— ha sido él mismo. Parece ser, que el único interés es pasarse los días tuiteando o dejándose llenar de elogios en Fox News. El manejo dado a la crisis fue ineficiente, se encargó de negarla y después, al ver que el país sumaba muertes día tras día, se dedicó a buscar chivos expiatorios para culpar a otros por las medidas erráticas que había tomado.
Ante la actitud déspota y fría como un témpano, el mandatario creyó que las protestas inspiradas por la muerte de George Floyd podrían ser utilizadas para obtener réditos políticos, pero la respuesta fue contraria: una reciente encuesta de NPR señaló que más de dos tercios de los estadounidenses indicaron que Trump, en lugar de disminuir las tensiones raciales, lo que ha logrado es incrementarlas. Eso no es todo, en otra encuesta realizada por CBS, solo un 32 % de las personas aprueba cómo él ha manejado las protestas sociales, y un 49 % no comparte su gestión.
Los brotes autoritarios de Trump han sido evidentes en incontables ocasiones, al igual que su anhelo de poder militarizar el país. Lo peligroso, sobre todo, es caminar en la misma fila de Hungría y borrar de una pincelada las libertades individuales que ha costado obtener y pasar a ser una democracia solamente sobre el papel.
De otro lado, el Partido Republicano ha actuado de forma cómplice y no es ni la mitad de lo que fue en la década de 1970; sus integrantes pasaron de respetar los diversos puntos de vista, a condenar a las personas que piensan diferente a ellos.
De momento, lanzar un veredicto definitivo a cinco meses de celebrarse las votaciones es anticipado. No obstante, los reiterativos pasos en falso de Trump pueden conducirnos a dos hipótesis que determinan hasta ahora su campaña: la primera refleja que muchas de las bases electorales que lo apoyaron en 2016 están cada vez más lejanas; y la segunda y, más importante, depende de si puede lograr una reactivación económica, de lo contrario, sus aspiraciones pueden pender de un hilo. Por eso, si el desempleo sigue en aumento, podría ser la estaca que acabaría con su deseo de ocupar por cuatro años más la Casa Blanca.
Posdata: Las protestas sociales que marcaron el final del 2019 pueden regresar con mucha más fuerza después de que superemos la crisis de la COVID-19, debido a que la desigualdad crecerá y los reclamos que las motivaron no han sido resueltos.
