Sí a la paz; Sí al conflicto

Opina - Conflicto

2016-09-13

Sí a la paz; Sí al conflicto

En un breve texto de 1983 titulado “Sobre la guerra”, el reconocido pensador Colombiano Estanislao Zuleta invitaba a no hacerse ilusiones acerca de la paz. Sobre todo, hablaba de la necesidad de no idealizarla como han hecho muchas tendencias pacifistas, caracterizando la paz como un reino de abundancia, amor y homogeneidad. Zuleta argumentaba en ese entonces que para combatir la guerra de una manera exitosa, era necesario reconocer que el conflicto y la hostilidad son características inherentes a la vida social. Continuaba diciendo Estanislao, que una sociedad mejor era aquella capaz de tener mejores conflictos y de reconocerlos para vivir de manera productiva e inteligente en ellos, siendo capaces de solucionarlos por una vía no armada.

Es por eso que el repetido término “posconflicto” es tan erróneo, pero al mismo tiempo tan utilizado ampliamente con efectos políticos desastrosos. Imaginarse un país que está más allá del conflicto sólo es posible en una retórica de negación de la diferencia, pero no es factible en un país donde las fuentes de conflicto son crecientes y donde la deuda en inversión social por parte del Estado ha sido tan amplia a lo largo de la historia.

Uno de los principales efectos de imaginar una sociedad que ha superado los conflictos (en posconflicto), es el entendimiento de un país sin dinámica, y por tanto paralizado, sin capacidad de movimiento, sin oportunidad de disenso; en definitiva una paz de los sepulcros. Por ello, es necesario que el sí a la paz, sea al mismo tiempo un sí a la construcción de la disidencia, la controversia, el debate y la diversidad de conflictos.

En esa misma vía, la investigadora Belga Chantal Mouffe en su libro “El retorno de lo político”, argumentó la necesidad de entender que en las sociedades realmente democráticas siempre existirá el disenso. El pluralismo de opiniones llevará necesariamente a un antagonismo irreconciliable y se hace necesario que las diferencias sean reconocidas. Por ello, en una democracia pluralista no se debe ver al oponente como un enemigo a abatir, sino como un adversario que tiene una legítima existencia y al que se debe respetar.

Este argumento resulta ser un reto importante en el actual proceso Colombiano, donde se hace necesario pasar de ver a las insurgencias como “enemigos” que hay que eliminar, a verlos como “adversarios” que se deben respetar. Esto depende de un proceso jurídico y político, pero también de un cambio cultural mucho más amplio y complejo. Durante décadas el imaginario de la insurgencia como enemigo interno, como una especie de “terroristas” amantes de la violencia, ha sido el caldo de cultivo de la construcción de un sentido común autoritario y militarista que aún domina gran parte de la población del país. Cambiar este chip mental que pretende solucionar todos los conflictos por la vía militar, resulta fundamental para tener más y mejores conflictos. Afirmo junto con Estanislao Zuleta que “sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz”.

Imagen cortesía de: olapolitica.com

Imagen cortesía de: olapolitica.com

Y este escepticismo sobre la guerra, implica reconocer que el acuerdo de paz ya ha sido una ganancia por lo menos en dos sentidos. Por una parte, según el Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (CERAC), el periodo de los últimos 13 meses “continúa siendo el de menor intensidad del conflicto en sus 52 años de historia, en número de víctimas, combatientes muertos y heridos, y acciones violentas”. Por otro lado, la creciente politización de la sociedad se nota en todos los espacios cotidianos: En las fábricas, centros comerciales, familias, iglesias, en los espacios públicos, los colombianos discuten con mejores o peores argumentos acerca de la paz, sus retos y sus consecuencias. Es positivo que la “gente de a pie” se pregunte por asuntos de la agenda pública, algo que no sucedía hace mucho tiempo en el país a causa del miedo que ha impuesto la guerra. Sin saber aún los resultados del próximo 2 de Octubre, es claro que el desescalamiento del conflicto armado y la politización de la sociedad, ya son una ganancia.

A fin de cuentas, ese interés creciente por la política y la polarización que ha resultado de ese proceso, no tienen por qué verse como algo negativo, ya que ésta no es más que una de las formas en que se expresa el conflicto. El problema sería si la polarización escala hasta un punto en que se convierte en violencia, o si ésta se convierte en una simple discusión en torno a dos figuras oligárquicas que representan los mismos intereses económicos. Pero está bien si esa polarización implica la elección de un bando. Quienes constantemente invitan a tomar posiciones a medias en nombre de la razón, o a mantener una distancia incomprensible hacia alguna toma de posición, olvidan que en política no se toman decisiones simplemente a través de las razones, sino además de las pasiones y los intereses, puesto que la política es también una práctica de la pasión, una constante confrontación de valores y visiones de mundo, una toma de partido y la elección de un bando.

Es necesario decir sí a esta paz del acuerdo, teniendo en cuenta que es un paso hacia un horizonte mucho más amplio. La paz con justicia social y ambiental no vendrá de los claros manantiales que descienden apaciguadamente de las montañas, sino de las demandas sociales que originarán conflictos de valores e intereses. Esto implicaría nuevos retos, incertidumbres y riesgos, pero ese es el camino de la paz: La ausencia de la guerra, pero el surgimiento de mejores conflictos.

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Juan David Arias-Henao
Doctorando en Ciencias Sociales | Magíster en Medio Ambiente y Desarrollo | Investigador y Docente Universitario