Roar

Es hora de liberarnos y decirle a la neurona caníbal: ¡detente! Voy a ser feliz

Narra - Política

2018-11-19

Roar

¿Han sentido ese molesto ruido que hace la cabeza cuando van a tomar una decisión arriesgada? Yo también. Cada vez, no se calla, es como si el cráneo tuviera delirio de baterista. Pam, pam pam. Desconcentra el enfoque, malogra el impulso y hace la pataleta más infantil para que terminemos, cada vez, tomando la misma decisión de siempre.

Es que el cerebro no está diseñado para cambios, él se niega. Tiene lo necesario para adaptarse a cualquier escenario, pero es asustadizo y por eso nos convence de que es mejor jugar seguro, quedarnos en casa, no exponernos, no arriesgar. Pero eso no es vivir.

Le he dedicado muchas horas a entender por qué funcionamos así. Por qué decidimos quedarnos en un mismo lugar mental, como quien compra una mansión preciosa y no sale de la misma habitación. Un despropósito. Lo más terrible es que los límites, el temor, el sonsonete incesante del tambor, está orquestado por un director pequeñito, pero con una labia tremenda. Yo lo llamo neurona caníbal.

Lo sabe todo. Nuestra comida favorita, música, libro, película y color.  Sabe qué vamos a hacer el viernes por la noche y cómo nos sentiremos el sábado por la mañana. Sabe cómo hacemos el amor. Sabe cuándo no lo hacemos. Sabe dónde lo buscamos y sabe cuánto lo queremos. Conoce nuestros triunfos, traumas, placeres, dolores, dones, rabias. Y los va a usar en nuestra contra.

Automáticamente, cuando pensemos en hacer un cambio en la vida (cambiar la marca de crema dental, empezar a meditar, tomar más agua, cualquier cosa) la neurona caníbal va a salir, hacer un drama, inventar una excusa -muy buena- sobre por qué la idea no es viable y el impulso va a terminar otra vez en nada.

Y por eso no iniciamos esa empresa,
ni lo invitamos a salir a él,
ni hacemos esa dieta,
ni vamos al gimnasio (aunque hayamos pagado el mes).

Es una lástima, pero tampoco es su culpa. La neurona caníbal tiene una labor súper clara: que sobrevivamos; que seamos felices le importa poco. Entonces, mientras comamos, durmamos y respiremos, la neurona estará feliz. Será cuando hagamos algún cambio en la rutina que nos atacará con todo el arsenal para que ese deseo se deshidrate hasta morir. Pero eso no es vivir.

Vivir es aventura, cambio, templanza y alma afilada
para llegar donde se quiere ir.
Es música, danza, respirar (con calma);
aceptar lo incierto, dejar de huir.
Es perseguir, mirar, besar, sudar…
Inventar motivos para reír.
Es    m u c h o      más que sobrevivir.

Es gritarle a la neurona caníbal que no nos puede mantener presos que tenemos mucha magia adentro que está lista para salir. Que ya nos quitó demasiados sueños,
que «mañana empiezo» es sinónimo de miedo… Que es hora de surgir.

Que vamos a volar, porque podemos
Que somos libres, que lo sabemos,
y que nos va a escuchar rugir. 

 

Foto cortesía de: Acción preferente

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Zalomé Del Mar
Bailarina, sirena y mamá.