Retrato de un pesimista

Cuando más perdido tenía el horizonte y la idea de una buena sociedad, apareció aquella señora del barrio Popular que dejó de recibir su ayuda para dársela a su vecino que necesitaba más.

Opina - Sociedad

2020-06-12

Retrato de un pesimista

Columnista: 

Juan David Oquendo

 

Qué bellos discursos donde se vocifera que la humanidad va a cambiar luego de la pandemia, qué ilusión tan grande cuando imaginaba un mundo mejor donde hubiéramos aprendido de las circunstancias y del planeta utópico que nos pensábamos luego de esto, pero mi corazón sabe que la generación del miedo y violencia no va a cambiar ni por una, ni dos, ni tres pandemias; que los muertos han sido en vano y que seguirá siendo nuestra raza, la raza de la discordia, la de los conflictos, discusiones y asesinatos. 

Hace unas semanas veía unas imágenes que me causaban profunda rabia, desespero, impotencia y mil emociones más, observaba en un video el accionar de dos uniformados de la Policía Nacional que golpeaban y arrastraban por la calle a un pobre anciano, donde al fondo de toda la algarabía se oía su voz incesante, pero suave, ¡Auxilio, policía! Qué impacto tan tremendo ver que los que deberían defender al anciano son sus victimarios, los que deberían perseguir criminales son los que violentan y, como se ha evidenciado en varias ocasiones, también sacan de sus hogares a gente humilde; “maldito el soldado que apunta su arma contra el pueblo”, diría nuestro libertador. 

En vista de todo esto quise reflexionar sobre el actuar de los policías y de la humanidad en tiempos de pandemia, quería rescatar sus buenas acciones. Encontré en mi mente los constantes atropellos a los civiles por parte de los respetados señores agentes, los abusos y numerosos golpes, ¿no esperamos protección de ellos?; entonces dije, “bueno, aunque nuestras Fuerzas Armadas no tengan buenas intenciones, podemos rescatar algo del pueblo, ¿no?, ese pueblo que tanto se queja de los atropellos”, pero indagué en mi memoria, buscando por cada una de sus carpetas y, por allá en la carpeta más oscura y con olor a podredumbre, encontré el rostro de los miles de médicos que arriesgan su vida para salvar la nuestra en un país que no los valora, sin embargo, el mal olor no venía de ahí, provenía de sus vecinos, quienes con las más putrefactas palabras fueron sacando uno por uno a estos héroes del vecindario donde desde hace años vivían, y posteriormente salieron a su balcones a las 8:00 p.m. a aplaudirlos, “pero no”, —pensé— “debe haber algo que rescatar”, y durante largas horas indagué en mi memoria mientras pensaba, “si las Fuerzas Armadas no pueden sacar la cara por la humanidad y no lo podemos hacer los colombianos de a pie, deben hacerlo los políticos, ¿no son ellos por quienes votan cada cuatro años? Si los eligen es porque tienen las mejores intenciones y son las mejores personas, la Madre Teresa de Calcuta se quedaría corta ante la benevolencia de estos personajes”; pero encontré los millones, billones, trillones de escándalos de corrupción, recordé que los $160 000 del bono del Ingreso Solidario se los dieron a “atgb thhab nanaana”, y cuando se vieron descubiertos, salieron como ratas de alcantarilla y cerraron la página.

¿Qué rescatar?, por Dios, llevaba horas incansables escudriñando en los datos internos de mi cerebro, personas, acciones podridas y humanidad putrefacta, pero cuando menos tenía esperanza, cuando más perdido tenía el horizonte y la idea de una buena sociedad, apareció aquella señora del barrio Popular que dejó de recibir su ayuda para dársela a su vecino que necesitaba más, aquel buen policía que salvó a ese hombre del suicidio, aquel político que entregó bultos completos de mercado, garantizando así la tranquilidad de su pueblo. 

Son muchos más los acontecimientos que se me han pasado por la mente a través de estas horas de reflexión y, la pequeña llama de la esperanza que yacía pisoteada por lo putrefacto del país, resucitó con las buenas obras de personas que valen la pena y que deberían ser los próximos presidentes, porque mi convicción de que la humanidad no va a cambiar mucho después de la pandemia, sigue intacta. ¿Por qué no “presidencializar” a doña Rosa, a don Jesús, a don Alfonso o a don Aníbal? Si un pelmazo con maquinaria política puede, ¿por qué no un buen ser humano, pero con la maquinaria de la rectitud y del buen servicio al ciudadano?

 

Fotografía: cortesía de Luis Carlos Ayala.

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Juan David Oquendo
Estudiante. Reportero en Noticias N60, líder juvenil y perteneciente a diversos voluntariados. Crítico por mi padre, escéptico por mi madre.