Reto cultural

Opina - Conflicto

2017-07-26

Reto cultural

Porque las guerras no se ganan ni se pierden, solamente se sufren[1]

La guerra representa un ejercicio de sometimiento, primero, de la razón, luego, de todo lo demás[2].

Mientras haya sectores sociales y políticos que reconozcan los Derechos Humanos en clave de Caballerizas, no habrá paz en Colombia[3].

Colombia corre el riesgo de que la violencia política, se convierta en un inamovible cultural[4].

 

No se puede ocultar el enorme daño, perjuicio y desgaste que hacen los detractores, críticos ciegos y alucinados, y los ya graduados, exhibidos y reconocidos enemigos acérrimos del proceso de paz de La Habana, a la construcción y consolidación de un ambiente de concordia, reconciliación  y de apaciguamiento de disímiles expresiones de violencia que se hicieron cotidianas y terminaron naturalizadas.

No hay, ni hubo, ni habrá fiesta por la Paz. Hubo celebraciones, pero no hemos logrado que todos los colombianos entiendan, valoren y defiendan a voz en cuello, este momento histórico por el que atraviesa el país. El mismo que nos permitirá, si asumimos el reto,  llegar a otro estadio en donde las diferencias y los conflictos los podamos tramitar sin matarnos.

Con cada amenaza de hacer trizas ese maldito papel al que llaman el Acuerdo Final (II), por las demoras en los trámites legislativos a pesar del “Fast Track” y los ya probados incumplimientos del Gobierno y del Estado en específicos puntos de lo acordado, poco a poco y a la velocidad de un poco confiable reloj de arena, la esperanza de ambientar, crear, recrear, vivir y reproducir estadios civilizatorios, se debilita y se apaga por las eternas incertidumbres e indiferencias que la vida urbana muy bien sabe reproducir.

Dice un escritor colombiano que “…cada guerra es también la expresión de una forma de cultura”[5]. Le cabe entera razón a Santiago Gamboa. Y como asunto cultural, la guerra es posible proscribirla y superarla como atávico asunto en el que gravitó, por más de 50 años, la sosegada vida de millones de colombianos que desde sus cómodos lugares, algo oyeron decir y hablar, muy a lo lejos, de gente desplazada, masacrada y victimizada de disímiles maneras. Todos humildes y además, “gente del campo”, de allí la poca importancia dada a los murmullos y susurros  producidos por la guerra.

Si aceptamos que la guerra es un asunto cultural, entonces la tarea de generar la confianza suficiente y el mayor consenso posible para avanzar en la construcción de esa anhelada paz, se convierte en un colosal y enorme reto cultural que debemos asumir quienes apoyamos el proceso de paz de La Habana y recientemente el que se desarrolla en Quito entre el Gobierno de Santos y la dirigencia del ELN.

Y huelga recordar el principio ético que muchos exhibieron cuando decidieron apoyar la negociación política con las Farc: parar el derramamiento de más sangre de combatientes y civiles.

Pero como las transformaciones culturales devienen lentas y dependen de largos procesos de comprensión del pasado, lo primero que debemos hacer es aceptar que el odio, la ignorancia de nuestra historia y la subvaloración de la vida de los Otros, legales e ilegales, son los principales obstáculos que debemos vencer si de verdad queremos avanzar hacia estadios civilizatorios que nos permitan, a pesar de los riesgos connaturales de la convivencia humana, vivir juntos y relativamente tranquilos en un mismo territorio.

Sobre el odio, Gamboa precisa: “Por eso la historia de la guerra es también la genealogía del desacuerdo que conduce al odio, y del increíble pragmatismo que, a continuación lleva al hombre a destruir aquello que se opone a sus interesesEl proceso mental consiste en transformar una necesidad en algo acuciante y proyectarla sobre alguien que lo impide, de modo que al aniquilarlo esa necesidad se ve a satisfecha (y aquí de nuevo: tierras, creencias, poder, medios de producción)”[6].

Sobre el segundo, señalo que la peor actitud que pueden asumir los miembros de una sociedad atormentada, prisionera y víctima de la guerra, así sea lejana, es aquello que deriva en negarse a conocer lo que sucedió no solo porque ello conlleva un esfuerzo mental, sino porque al esculcar la Historia Oficial, se corre el riesgo de darle la razón a esos Otros que hicieron la guerra porque enarbolaron las banderas de la justicia, del bienestar general y de la solidaridad.

Y sobre ese último obstáculo, al que llamo la subvaloración de la vida de Otros,  pido la atención de aquellos que al pedir al unísono “bala para las guerrillas”, exhiben sin pudor y quizás sin saberlo, su desprecio por la vida de soldados y policías que dieron sus vidas por defender una Patria que, para otros, resultó ser un simple artilugio ideológico para manipularlos y obligarlos a luchar, morir o quedar lisiados en los campos de batalla; y qué decir del menosprecio por la vida de civiles que sufrieron las embestidas de ejércitos, legales e ilegales, que al actuar sin límites, se acercaron a la barbarie, a la fiereza, a la brutalidad.

De esta manera, el error más grande en el que cayeron millones de colombianos, está en haber tasado la vida de campesinos, afros e  indígenas; de soldados y policías; de guerrilleros y paramilitares, y de haber cubierto y abrigado dicha cotización con el manto de ideologías, o por señaladas prescripciones genéticas y de toda suerte de “argumentos” que justificaran la muerte en combate de unos y la persecución identitaria de esos “Otros que siempre han estado en el lugar equivocado y que no representan a esa fantasiosa, pero anhelada Colombia blanca que insiste en negar sus propios procesos de mestizaje”.

Con todo lo anterior, debemos asumir la construcción de Paz o de las disímiles formas de paz (paces) como un reto cultural. La tarea es colosal.

Al final, parafraseando a Gamboa, bien podríamos decir que el tipo de paz que alcancemos, será la expresión de una cultura (forma de cultura) que logró superar las páginas de la guerra, o que por el contrario, se quedó petrificada y enlazada a los odios aupados por los combatientes; resentimientos que supieron recoger los civiles que otearon la degradación del conflicto armado, desde haciendas, fincas y pent-houses, como si miraran sus realidades desde un muy particular caleidoscopio.

 

 

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[1] Santiago Gamboa. La guerra y la paz. Debate. 2014. p. 27.

[2] Germán Ayala Osorio. Blog: http://laotratribuna1.blogspot.com.co/

[3] Germán Ayala Osorio. Blog: http://laotratribuna1.blogspot.com.co/

[4] Germán Ayala Osorio. Blog: http://laotratribuna1.blogspot.com.co/

[5] Op cit. Gamboa, p. 18.

[6] Ibid. Gamboa. p. 18.

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Germán Ayala Osorio
Docente Universitario. Comunicador Social y Politólogo. Doctor en Regiones Sostenibles de la Universidad Autónoma de Occidente.