¿Puede ganar el progresismo en la primera vuelta de 2022?

Todos harán hasta lo imposible por detener en una Colombia empobrecida, endeudada, violentada y golpeada por el pos-coronavirus la propuesta socio-económica radical de Gustavo Petro-Francia Márquez y el proyecto histórico del progresismo, aquel que nos libera de la guerra.

Opina - Política

2020-08-20

¿Puede ganar el progresismo en la primera vuelta de 2022?

 Columnista:

Juan Carlos García Lozano

 

¿Pacto histórico o coalición?

En la reciente columna de opinión Gustavo Petro ha planteado la realización de un «pacto histórico» de cara a las elecciones presidenciales del año 2022. En igual sentido, el ex jefe del equipo negociador de paz del Gobierno nacional, Humberto De la Calle, ha lanzado la propuesta de una «coalición» electoral de centroizquierda en su columna de El Espectador, partiendo de una «ingeniería inversa» que advierta las líneas rojas de las distintas fuerzas.

La gran diferencia entre una y otra propuesta es que Petro no habla de un acuerdo político de centroizquierda, con sus élites, limitado a ese espacio ideológico, sino de un «pacto histórico», más allá de lo político-ideológico o de la representación, que toca temas sociales y económicos en el orden convulso y desigual de la sociedad civil. En el caso de De la Calle la «coalición» debe alejar a los «extremismos», es decir, aunque no lo diga así, se entiende que excluye de este consenso el radicalismo político de Petro, quien fue, cabe recordarlo, tanto en primera como en segunda vuelta electoral en el año 2018 el que más cosechó votos como candidato presidencial.

De la Calle, como excandidato presidencial, sabe que Petro tiene un potencial electoral probado con más de 8 millones de votos. Es un dato cierto y objetivo contra el cual se estrellan las especulaciones políticas. Entonces, partiendo de ese referente concreto, la carta que lanza De la Calle, una «coalición» que aleja a los «extremismos», es un bloque electoral para eliminar el radicalismo político de Petro en su aspiración presidencial. Y con ello detener también los cambios sociales y económicos reales que no pueden aplazarse más y que el coronavirus volvió imperativos en una agenda progresista que necesariamente modificará la relación de fuerzas de los pobres en contra del establecimiento. Y eso lo sabe De la Calle.

Esa misma «coalición» de centroizquierda que pinta De la Calle, cuya fuerza está inscrita en la representación, es institucional, intraélites y citadina. Recordemos que Compromiso ciudadano de Sergio Fajardo, no quiso pactar con Petro en la segunda vuelta presidencial, prefiriendo alejarse de la arena electoral. La otra fuerza, Alianza Verde, se sumó al proyecto electoral amarrando a Petro a unas tablas bíblicas que recordaban al Moisés que bajaba como patriarca del monte Sinaí; acuerdo que, recordemos, debió ser firmado frente a una iglesia católica, con lo cual se mostraba la condición autoritaria y para nada democrática de Antanas Mockus, agente de esta encerrona de signo conservador y elitista.

Es claro para todas las fuerzas electorales de centro que fueron vencidas en la primera vuelta electoral de mayo de 2018 que el «señor Petro», como lo llama de la Calle, es el candidato a derrotar en la primera vuelta electoral de 2022. Ya lo había dicho sin ningún rubor Claudia López cuando estaba en la campaña electoral para la Alcaldía Mayor de Bogotá, al afirmar que ella no haría el metro subterráneo en tanto con ello, según derivó, ayudaba a la campaña presidencial de Petro. La misma candidata en esta campaña a la Alcaldía con emoción desbordante señaló en la Registraduría, frente a las cámaras y a sus compañeros de coalición, que Sergio Fajardo sería presidente de Colombia, «sin duda», sentenció. Sergio Fajardo, lo sabemos, ha planteado varias veces que nunca entrará en pactos con Petro. Y esta es una verdad probada en la historia.

El Partido Liberal, Compromiso Ciudadano, Polo Democrático y  Alianza Verde, todos ellos tienen una carta no jugada:  no  solo no apoyarán a Petro en la primera vuelta presidencial, sino que harán lo posible, electoralmente hablando, para detener el avance de este en esa primera vuelta, reduciéndole su apoyo electoral, dividiendo su electorado o quitándole poco a poco las banderas del progresismo, lo que se ha llamado Colombia Humana. En esta táctica electoral, la Alianza Verde, por ahora, y desde las elecciones del 2019, lleva la delantera.

La coalición planteada por De la calle detiene y amarra a Petro al elitismo. En tanto la propuesta de este, la de organizar un «pacto histórico», se lee por esas mismas fuerzas  — Partido Liberal, Compromiso Ciudadano, Polo Democrático y Alianza Verde — como la forma en la que Petro se puede acercar al electorado del centro y sumar, con ello, posibles apoyos de estos sectores, lo que llamó De la Calle, la «centroizquierda».

Sin embargo, hay un pero. El llamado al  «pacto histórico» no se puede hacer con estos partidos políticos ni con las élites citadinas, alinderadas a las clases medias propietarias y a los agentes económicos tradicionales, cuya crisis ideológica contra lo popular es manifiesta desde 2018. El «pacto histórico» que Petro propone debe hacerse por fuera de estas élites: con los movimientos sociales, con los estudiantes universitarios, con los pobres de Colombia, con los jóvenes sin oportunidades, con el mundo rural excluido y violentado por la guerra y por el narcotráfico. No se espera menos de un proyecto progresista; no se espera menos de un proyecto radical.

 

Un pacto histórico con los subalternos

Cuando se entra a una coalición electoral se espera ganar, no se va a la derrota. Petro no tiene que formar casi 5 millones de votos, porque ya parte de esa cuota electoral; cifra lograda en la primera vuelta de 2018 y que en la segunda vuelta presidencial arrojó 8 millones de votos. La historia reciente marca una tendencia en el crecimiento electoral de Petro como candidato y eso no se puede olvidar al hacer las proyecciones políticas: del millón trescientos mil votos de la primera vuelta presidencial en 2010 a los casi 5 millones de votos de la primera vuelta de 2018, para luego pasar a 8 millones de votos en la segunda vuelta presidencial del mismo año.

En una lucha electoral decisiva, como la del año 2022, hay intereses y antagonismos en juego. La única forma de ganar esa elección presidencial, tal como está la relación de fuerzas políticas desde hace dos años y lo que se puede leer en este momento de crisis del uribismo, es con la emergencia de nuevos electores, nuevas electoras y nuevas organizaciones sociales en la escena política: los millones de colombianos que no votan, porque no creen en el sistema electoral y no creen en la política. En la emergencia y la visibilización de estos millones de ciudadanos está la suerte de la posible victoria de Petro en la primera vuelta presidencial. Un acuerdo intraélites conforme al esbozado por De la Calle distrae esta urgente realidad.

Es tradición que cerca de la mitad del censo electoral no va a votar en la primera vuelta presidencial. Es desde esta realidad desigual donde podemos ubicar el potencial electoral para que Petro gane la presidencia de la república. Es con esas multitudes rurales y urbanas, muchas de ellas apolíticas y empobrecidas, es con esos potenciales nuevos electores, con los que hay que realizar un «pacto histórico». Urge hacerlo. Es con estos millones de personas y sus organizaciones populares que se requiere empezar a construir la campaña presidencial del progresismo. No es con las élites partidistas del llamado centro citadino alinderadas por ahora por la lectura elitista de De la Calle. El progresismo no puede caer en ese error político.

A partir de una lectura de ciencia política, pensando en el  urgente cambio social, político y económico que requiere nuestro país, con el mayor desempleo de su historia y el aumento sostenido de la pobreza, un primer paso en esta campaña presidencial debe ser la renuncia de Petro al Senado y la conformación del inicio de un marcha nacional progresista,  como una forma cualificada de ir organizando las fuerzas sociales desde las veredas, los corregimientos, los municipios, los departamentos, las regiones y por último, las grandes capitales de Colombia.

La campaña progresista de Petro para ganar la elección presidencial en la primera vuelta presidencial debe convertir Colombia Humana en un partido político en movimiento, no jerárquico, cualificado desde las bases populares y con vocerías no afincadas en Bogotá ni en las élites partidistas. El progresismo tiene menos de dos años para construir un partido popular en movimiento, advirtiendo que la permanencia de  Petro en el Senado es contraproducente para su proyecto político de cara al 2022. En ese sentido, Petro debe tomar la iniciativa  política y lanzarse ya a la campaña presidencial, recorriendo a Colombia, organizando las bases subalternas, armando su equipo de campaña y construyendo un nuevo lenguaje político que entiendan los pobres del país. Es el momento de la politización.

Junto con el electorado que no vota y altamente apático, las millones de víctimas de la violencia, (especialmente los desplazados), los desempleados de todas las edades, los jóvenes urbanos y rurales —casi la mitad del país—, los campesinos, los afros, los indígenas y la Colombia profunda que no conoce las grandes capitales, con ellos debe empezarse a construir una democracia electoral progresiva. Con todos los grupos y las clases subalternas se requiere iniciar una campaña presidencial que detenga la guerra en el país y al tiempo logre desplegar todos los elementos democráticos y populares que puedan estar contenidos en la Carta de 1991.

 

Una campaña presidencial desde las regiones

Reconocer el antagonismo  entre una política de la vida contra una política de la muerte pasa por ser radical en la iniciativa política: liberándose de la guerra en Colombia, deteniendo el poder institucional del narcotráfico y  llamando a la democracia desde el mundo popular subalterno. Un acuerdo intraélites de centroizquierda como el propuesto por De la Calle no detiene la guerra en Colombia y tampoco le garantiza a nuestro país un régimen democrático con participación popular, sino, por el contrario, un régimen elitista, citadino y sin subalternos. En un cierto sentido, parecido al gobierno liberal de Ernesto Samper Pizano.

Lo que el acuerdo intraélites garantiza es la continuación de una paz neoliberal que se agota en la representación de los poderes tradicionales donde lo popular subalterno no es tenido en cuenta como factor decisorio. Con De la Calle, Fajardo, Robledo, Mockus, Claudia López y otros políticos elitistas no se puede construir una política de la vida y no se garantiza una democracia desde las comunidades, desde las regiones y con los subalternos. En ese sentido, un acuerdo político intraélites es una pacto contra los pobres de Colombia.

Volviendo al tema del radicalismo político, ser radical implica asumir la posición democrática desde los subalternos, desde lo rural empobrecido, desde la exclusión política, desde las mujeres resistiendo a la guerra, derrotando para ello la vocación de poder de las élites políticas y económicas que se escudan en un discurso de centro.

El progresismo debe partir desde aquellas comunidades más golpeadas por la guerra, por la pobreza, por la falta de oportunidades; esos lugares donde urge la defensa de los derechos fundamentales. Partir desde estas exclusiones para construir un país digno significa leer con seriedad el mapa electoral del año 2018 en la segunda vuelta presidencial. Con todos estos grupos sociales y políticos, mestizos, afros, indígenas, jóvenes, etc., que no son las élites, que no gobiernan, que han resistido a la guerra, se puede cimentar una propuesta democrática a fin de ganar la primera vuelta presidencial, sin recurrir al  canto de sirena del acuerdo intraélites.

Una campaña presidencial del progresismo con la compañía de Francia Márquez, como candidata a la vicepresidencia, para desarticular el bloque agrario, terrateniente y paramilitar, le puede dar el sentido común,  popular y subalterno desde las comunidades marginadas y las regiones empobrecidas y violentadas. Estos elementos articulados a partir de las regiones no existieron en la campaña presidencial de Petro en el 2018, cuando la relación pasaba por lo urbano con la mediación política eficaz  que hacía Ángela María Robledo, quien es más que todo una diestra académica y no cuenta con elementos populares en su formación política, ni un aprendizaje de resistencia y autonomía social probada en la provincia con las comunidades, en escenarios de guerra, en la marginación social y en la desigualdad económica.

El pacto histórico con los subalternos es la puerta de entrada a una campaña presidencial  en movimiento escalonado, que requerirá una novedad en el lenguaje político y la comunicación mediática. El pacto histórico, en tanto requiere un bloque histórico, es la forma orgánica de derrotar a las élites políticas acomodadas en las ciudades, incluido el uribismo y sus aliados, así como a las asociaciones formalmente no políticas, como las del narcotráfico y sus acólitos institucionales nacionales e internacionales.

Todos harán hasta lo imposible por detener en una Colombia empobrecida, endeudada, violentada y golpeada por el pos-coronavirus la propuesta socio-económica radical de Gustavo Petro-Francia Márquez y el proyecto histórico del progresismo, aquel que nos libera de la guerra.

 

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Juan Carlos García
Docente investigador, ensayista y editor.