¿Por qué el colombiano puede ser tan despreciable?

Opina - Sociedad

2016-09-21

¿Por qué el colombiano puede ser tan despreciable?

Parto de un supuesto que debería ser obvio, pero que no lo es. Cuando hablo del colombiano, hablo de una figura imaginaria, una fantasmagoría, un prototipo que agrupa situaciones, hechos y características, propios de otras realidades igualmente inasibles como la nación, la identidad o la patria. En otras palabras, el colombiano no es más que una idea que nos ayuda a pensar uno de los tantos efectos perversos de un desastre ecológico llamado Homo Sapiens en un espacio muy específico del planeta.

Todo ser humano es resultado de una serie de condiciones medioambientales, biológicas, culturales, es decir, no se nace tal como uno es, sino que uno termina haciéndose con el tiempo (proceso que solo finaliza con la muerte). Un sociólogo diría simplemente que somos el resultado material de la educación, el entorno familiar, los flujos emocionales, la información que consumimos y, por supuesto, de nuestra genética.

Un colombiano es un sujeto expuesto desde la niñez a un tipo particular de cultura —una dinámica similar al caso del personaje de los cómics que, expuesto a la radiación, termina convertido en un monstruo o en un superhombre—. En este caso, la religión, la inequidad social y la debilidad y corrupción institucional forman una matriz de la que el colombiano surge convertido en lo primero: un ser psíquicamente frágil, temeroso de fuerzas irracionales, hostil a las algarabías intelectuales. La duda, el riesgo y el cambio suelen ser considerados por este espécimen como germen de caos y confusión, fuentes que desestabilizan un mundo proyectado de forma simple y maniquea.

Es por esto que cuando ve amenazado su estilo de vida, el colombiano reacciona tan violentamente. Su autoestima es tan precaria como la del funcionario de la ventanilla que creció escuchando a su madre decirle que su nacimiento fue un accidente, y por eso se toma una selfi cada vez que pisa un aeropuerto o una playa, siente como una afrenta que James no sea titular, pelea en el día de la madre, dispara cuando su equipo de fútbol gana o pierde, y rompe en cólera porque en una película gringa Bogotá parece un caserío caribeño o siempre está llena de narcos.

El colombiano se lo toma todo de forma personal porque en realidad no se ama y como el adicto a las drogas duras, o el perro continuamente apaleado, simplemente le cuesta imaginar un futuro distinto.

Si se mira de esta manera, es posible entender el curioso fenómeno de los últimos meses, en los que una significativa parte de la población terminó creyendo en una conspiración castrochavista, comunista, satánica y homosexual desprendida de los acuerdos de La Habana. Aquí no importan los argumentos ni la evidencia científica, sino la densidad emocional de un mito. El comunista y el homosexual son vistos como agentes del desorden, de la enfermedad y de la aberración, aunque se entienda muy poco qué entraña cada uno en términos filosóficos, políticos, biológicos y humanistas.

Crítica de Betto Caricarturas

Crítica de Betto Caricarturas

Un lector de panfletos, espectador de telenovelas, adorador de entidades sobrenaturales, acosado por la culpa, abochornado por el fracaso, no puede sino creer ese tipo de ficciones, desearlas, defenderlas. Allí encuentra, por el momento, su carta de navegación.

Por tanto, el colombiano, como minusválido moral (y más que el colombiano, las causas que lo desencadenaron), es alguien susceptible de despertar el desprecio porque busca imponer un estilo de vida donde nuestras diferencias son asumidas o enfrentadas según el dictamen de un líder carismático o de un libro considerado sagrado por una tradición religiosa, no bajo los preceptos del pacto social que garantizan la igualdad de todos ante la ley, o del conocimiento científico, ese espacio del pensamiento y la imaginación humana que ofrece el esquema de un universo cambiante, turbio, caótico, hermoso, pasajero.

Afortunadamente, en términos evolutivos, un ser así tiende a la extinción. Se ven muchos porque se reproducen rápidamente y hacen mucho ruido al matarse, pero en una escala de tiempo planetaria, ya son polvo.

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Jacobo Cardona Echeverri
Antropólogo y escritor. jacobocardona.com