¿Polarización sana?

Creo en una dinámica de cohesión colectiva e integrada, en que podamos diferir sin matarnos, en que sea posible dialogar sin estereotipar e, incluso, nos permitamos radicalizarnos sin masacrar.

Opina - Política

2020-09-20

¿Polarización sana?

Columnista:

Manuel Felipe Álvarez-Galeano

 

Me ha causado una triste curiosidad el nivel de salvajismo y vulnerabilidad en las redes sociales, sobre todo en el terraplén político. Se desvía el problema y se dirige la lanza hacia la persona. Recuerdo la canción del «Campesino embejucao» y pienso cómo, por un lado, a quien dice no ser uribista se le afirma la pústula de «comunista», «mamerto», hasta «guerrillero», sin mirar sus implicaciones; así también, hay mofas constantes hacia el uribista por no tener buena ortografía.

El hecho es que, a modo de ejercicio y de ironía, publiqué el post «Colombia ha caído en manos del comunismo. Es tiempo de que recuperemos los buenos valores de nuestra querida patria». Inmediatamente, quienes no conocen mi pensamiento político me juzgaron; y los entiendo, porque emitieron juicios hacia lo que vieron. Quizá mi ironía no fue clara y me avergüenzo por mi poca elegancia. Lo que me parece deleznable es que quienes precisamente he visto que comparten las ideas de un polo sano, con principios democráticos, equitativo y con una moral consciente con las necesidades actuales fueron quienes me insultaron —y con muy buena ortografía, por cierto—.

Inmediatamente, pienso las trampas ideológicas de las que habla Estanislao Zuleta y sospecho por qué la izquierda no ha consolidado un proyecto político que cuente con el crédito mayoritario, pues, además de los miedos infundados por la orilla oligárquica y mediática y de los grupos armados, le ha costado practicar una confluencia verdadera en la esencia aunque se difiera en los modos, como diría el profesor Tobón: «Es tiempo de que la izquierda en Colombia deje ser caníbal y adquiera buenos hábitos de alimentación».

No me como el cuento del centro, a veces bastante acomodado según los intereses electoreros: muchas veces, toma los postulados de reivindicación del progresismo, pero termina adoptando prácticas del neoliberalismo ni tampoco en las prácticas aludidas a la derecha, que tiene una sagacidad de zorro para unirse. Asimismo, no creo en cierta izquierda que pregona honrosas pústulas de dignidad social, pero termina naufragando en el execrable charco de la corrupción, América Latina tiene desastrosos testimonios de esto.

De igual forma, en un país de cuestas tan peligrosas, las etiquetas no aportan siempre; de hecho, conozco gente de partidos de derecha con acciones consecuentes con las necesidades de los pueblos, sobre todo en municipios; conozco gente de centro que está en su sano derecho de apostarle a algo nuevo, sin desmeritar algo de lo viejo; tal vez, no todo lo viejo es rancio. De igual modo, conozco mentes dinámicas en la izquierda que están llamadas al cambio, desde el ejercicio de las ideas. Incluso, hay cristianos de izquierda, si se quiere, a lo mejor como este servidor.

Creo en una dinámica de cohesión colectiva e integrada, en que podamos diferir sin matarnos, en que sea posible dialogar sin estereotipar e, incluso, nos permitamos radicalizarnos sin masacrar. Y, de verdad, teóricamente podrán decirme que no es posible y hasta vuelvan a insultarme, pero es que no puede hablarse de una libertad autodestructiva.

Voy más allá, creo que las reivindicaciones se logran con incendio; pero el arte, la palabra, la educación, el discurso y las urnas son medidas sanas de trascender. Incluso, la protesta social es necesaria, pero qué mejor si es con una pedagogía potente y trascendente. Y sí, es muy utópico, pero es imperante fortalecer los instrumentos democráticos, y para eso también se necesita un quiebre verdadero que proteja la vida.

Podrán decirme que me contradigo —y se los acepto—, somos, total, seres en construcción y sería estupendo que mis desaciertos sean enumerados sin desmerecer la dignidad que ustedes y yo merecemos.

 

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Manuel Felipe Álvarez-Galeano
Filólogo hispanista, por la Universidad de Antioquia; máster en Literatura Española e Hispanoamerica, por la Universitat de Barcelona. Aprendiz de escritor, traductor, corrector y conferencista. Estudiante del doctorado en Estudios Sociales de América Latina, en la Universidad de Córdoba, Argentina. Docente de lengua y literatura, de lenguas clásicas y romances, y de estudios sociales. Ha publicado los libros El carnaval del olvido, en Málaga, España (2013); Recuerdos de María Celeste, en Medellín (2002), y la novela El lector de círculos, en Chiclayo, Perú (2015).