Columnista:
Fredy Chaverra
En la reciente edición de A Fondo, el podcast de María Jimena Duzán, Petro habló de su profunda admiración por Camilo Torres (una figura de dimensiones históricas) y la importancia de la teología de la liberación en el despertar de su conciencia política. Para Petro, la teología de la liberación fue la máxima expresión de aquel cristianismo social anidado en la práctica apostólica de los «curas comprometidos», en gran medida, distanciados de la retórica excluyente que caracterizó la izquierda de los años 70.
Esa admiración por la teología de la liberación, cuya expresión armada se fijó inicialmente en el ELN, resulta curiosa en Petro, pues en su juventud terminó engrosando las filas del M-19, una guerrilla socialdemócrata de corte nacionalista, creada por Jaime Bateman, un antiguo integrante de las Farc que nada tuvo que ver con la teología de la liberación.
A lo sumo, la apelación del candidato a la figura de Camilo Torres y a la teología de la liberación, tiene que ver con el reciente viraje —o claridad— en sus posturas religiosas. Para la tranquilidad de la pléyade de sectores religiosos que se vienen plegando al Pacto Histórico, Petro es practicante de un cristianismo que retóricamente rescata la figura del Jesús social y su compromiso con los desprotegidos. No es un camandulero al estilo Ordoñez y seguramente no buscará consagrar al país a la Virgen de Chiquinquirá.
Considero que esa apelación a un movimiento renovador y polémico en el seno de la Iglesia católica, sin una continuidad diferenciada (el ELN hace rato se alejó de ese repertorio), forma parte de una construcción discursiva en la cual se autodefine como la síntesis de varios procesos históricos.
En el discurso de Petro confluyen una serie de códigos e identidades históricas, una sumatoria de procesos inconclusos o puntos de inflexión, elementos que caracterizaron todas sus intervenciones en la campaña de 2018 y que vuelven con fuerza a la plaza pública de cara al 2022. Con ligeras variaciones contextuales y ajustadas a los alcances de su giro pragmático.
Una de sus apelaciones más frecuentes tiene que ver con retomar el proyecto modernizador y democrático del liberalismo de los años 30, expresado en Gaitán y Gabriel Turbay, así como en las intenciones transformadoras de la «revolución de marcha» de Alfonso López Pumarejo. De esa forma, Petro se acerca a una de las principales identidades históricas del Partido Liberal, configurada críticamente en el metarelato de una profunda reforma agraria torpedeada por la mezquindad de las élites conservadoras.
Ahora, su invitación va más allá y se enfoca en alinear las recientes fuerzas liberales en la superación del neoliberalismo (herencia de César Gaviria); es decir, un liberalismo que converja en un posneoliberalismo.
Es en esa invitación donde Petro marca la ruptura más evidente con Alejandro Gaviria, pues Gaviria se asume como un progresista de avanzada, pero su visión económica del Estado se encuentra condicionada por las continuidades del neoliberalismo. A lo que se agrega que su aspiración presidencial parece estar cautiva por los intereses de César Gaviria.
Volviendo a la historia, otra clave recurrente en la narrativa histórica de Petro se encuentra en la exaltación a Jaime Bateman y Álvaro Gómez Hurtado.
Con Bateman, reivindica el lugar esencial del fundador del M-19 en su biografía personal. Siendo un hombre joven a principios de los años 80 y conjurado en profundas inquietudes intelectuales, Petro se vio arrojado a las huestes del M-19 impresionado por la vitalidad del pensamiento de Bateman y su permanente invitación a la paz social. Bateman fue uno de los hombres que más influyó en su vida y en delinear los contornos de su pensamiento político, mucho más que la figura cardinal e histórica de Camilo Torres.
Sobre Gómez Hurtado, las apreciaciones son más recurrentes y discursivas; sin embargo, haciendo un énfasis hacia la figura del Gómez maduro, el artífice del «acuerdo sobre lo fundamental» y detentador en el último tramo de su vida de una lucha personal contra el régimen de la corrupción. Así, Petro se acerca a un conservatismo moderado (que algunos llaman progresista), sin auscultar en códigos históricos o reinterpretar sus tensiones.
En la asidua exaltación de la figura personal de Álvaro Gómez evoca la esencia democrática del diseño constitucional y su invitación a establecer consensos estructurales.
El decir es que en el Pacto Histórico palpita el «acuerdo sobre lo fundamental» como prenda de garantía para avanzar en las grandes transformaciones que necesita el país, o como razón instrumental del giro pragmático que viene dando Petro desde la segunda vuelta de 2018.
A las apelaciones al «verdadero liberalismo», la paz social de Bateman o la apertura conservadora de Gómez, se suma el compromiso social de Camilo Torres y la esencia renovadora de la teología de la liberación. Son los códigos sobre los cuales descansa la narrativa histórica construida y ampliada por Petro. Un conocedor y protagonista de la historia que, en medio de candidatos sin fondo y sin forma, se asume como la continuidad de procesos frustrados o inconsultos, pues al líder de la Colombia Humana le asiste una certeza: si gana, será la primera victoria del pueblo frente a la oligarquía.
Pero ese es un razonamiento poco histórico que requiere otro análisis.