Otra columna sobre el mismo

Opina - Política

2017-07-30

Otra columna sobre el mismo

A pesar de la invitación de varios tuiteros a silenciarlo, en el sentido de abstenernos de hablar de él, esta columna se origina en el mismo individuo, político, ganadero, caballista y sempiterno calumniador de periodistas.

Esta corta disquisición sobre el entonces operador político que mandó por largos y aciagos ocho años en una Colombia a la que logró reducir a una plantación, gira en torno a los angustiantes momentos por los que atraviesa la vida de este “combativo” político.

La ansiedad que muestra en público está profundamente anclada a su enfermiza relación con el Poder político. Su existencia cicatera, se explica por ese carácter belicoso, homogeneizador y mesiánico, alimentado y anclado a su morrocotudo Ego, el mismo que esconde viejos maltratos y problemas de reconocimiento asociados a su adolescencia.

Después de mandar en el imaginado platanal y de asumirse como el Gran Redentor y Gran Hermano, su vida entró en un profundo vacío. Cayó en el terreno de lo insustancial. Y peor se sintió cuando vio que su legado, la guerra, hoy hace parte del discurso anacrónico que inspiró el Enemigo Interno.

Desaparecida y convertida lafar, en opción política, su desespero se hace incontenible y visible, de allí la necesidad de crear  “nuevos enemigos” para recuperar el sentido de una vida dedicada a odiar, a imponer, a someter y a reivindicar el desprecio por todas las ideas que no calcen con las suyas (conservadoras), muy bien almacenadas y conservadas en almíbar,  en la violenta historia  de Colombia, la misma que él quiere extender en el tiempo, como tratando de desconocer la finitud de su vida.

Lo que irrita a este menudo ser humano es que, como eximio Mesías, no puede confiar en los otros.

Es más, para él la otredad no existe: solo existen amanuenses, estafetas, escribanos, genuflexos aduladores y lisonjeros “profesionales”, ubicados en el periodismo que él mismo odia, o en el empresariado, o en la curia, o en el deporte, entre otros ámbitos. Eso sí, en su reino no hay lugar para bufones y mucho menos, para el humor. Su amarga existencia no le permite asumir la risa como “remedio infalible”,  y menos aún como una forma posible de poder.

Tan absolutista como cualquier terrorista moderno, este colombiano anda desesperado porque a pesar de que al parecer tiene mucho(s) de dónde escoger, no encuentra todavía al político capaz, confiable, idóneo, obediente, leal y olvidadizo[1], que recoja su raída bandera de la guerra y la seguridad, y por esa vía, le permita sobrellevar con total tranquilidad los años que le quedan de vida política.

En el ya cercano 2018, nuevamente el país afrontará un escenario electoral en medio de una ya consolidada polarización ideológica en la que, de un lado, millones de colombianos exhibirán el carácter vindicativo con el que asumen la resolución de las diferencias y los conflictos, y del otro, otros tantos millones que guardan la esperanza de pasar las páginas de una guerra absurda, para darse la oportunidad de avanzar hacia la construcción de un mejor país.

Será una lucha, ojalá democrática, entre los que ríen a pesar de las dificultades y aquellos que usan esas mismas dificultades para propiciar odios, dividir y sembrar mayores incertidumbres.

Será una disputa entre aquellos colombianos capaces de soñar con un país cubierto de valeriana, cultivos de pan coger, frutas  y hortalizas, y esos otros que sueñan seguir viviendo en el platanal en el que aún vive y cree que manda, el ya rancio Capataz.

 

 

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[1] No hablo de olvidadiza porque su Machismo no le permite reconocer y menos, confiar en las mujeres. Si al final escoge a una Mujer como su ungida para el 2018, dicha  decisión será fruto de su desespero de regresar a mandar en el único reino en el que se siente a sus anchas.

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Germán Ayala Osorio
Docente Universitario. Comunicador Social y Politólogo. Doctor en Regiones Sostenibles de la Universidad Autónoma de Occidente.