Alejandro Ordóñez Maldonado anunció hace poco su candidatura a la Presidencia de la República, a través de firmas para “defender a la familia” y “no permitir más ataques a la democracia” – ¡Este candidato no me suena!
Si hacemos memoria, se sabe que él compró su reelección como Procurador a través de puras clientelas, pretendió usar su cargo para atacar con argumentos infundados a sus opositores, sancionó sin pruebas a políticos -, que por cierto le costó un ‘platal’ al Estado cuando ellos contrademandaron -, y nombraba familiares, con sueldos altísimos, de quienes habían votado por él para su elección; además de eso creó un decreto a través de la Procuraduría para garantizar un sistema de seguridad, por cuatro años, para ex procuradores y sus familias, que hasta a nietos de ellos les correspondía.
Uno no puede ser honesto de día, y corrupto en la noche; o es lo uno o es lo otro (pero no usar una de ellas cuando le conviene).
Ordóñez proyecta imponer un modelo tradicional y ultraconservador de la familia, atacar la corrupción (que nunca ha dejado de promoverla por debajo de cuerda), y “hacer trizas el acuerdo de Paz” en compañía de sus amigos Uribistas -, que ya lo sacaron por la puerta de atrás para ser su candidato, y por eso le tocó ‘a punta’ de firmas.
Él quiere llegar a la presidencia con la idea de cambio y renovación -, esa misma que él no representa -, pero si le quedaría bien el disfraz de zorro, exhibiendo al diablo interno que lo motiva con la idea loca de llegar a la Presidencia.
Personas del tipo de Ordóñez son las que al país le sobran, y no necesita, con ideas inquisidoras, que retratan el ataque a las ideas y perspectivas que no siguen su misma tradición conservadora.
Él encarna, a través de sus actitudes, la conclusión de un acérrimo sentimiento de sectarismo, continuismo y corrupción.
Una campaña de él tendrá el sello proselitista, sucia y mentirosa como todas y cada una de las afirmaciones que hace, al igual como estará estampillada por los ideales del Opus Dei -, el sector más conservador (y a veces discriminador), de la Iglesia Católica, al cual el pertenece -, y la ultra-derecha conservadora que, como parte de sus convicciones, marcará por estar basada en la religión, y apegado a los dogmas de su moral.
Tenemos que defender a Colombia, a la democracia; elegirlo significaría retroceder en lo alcanzado, sería continuar en la misma tradición política que ha regido siempre, y sería promover la corrupción camuflada como oveja.
Indiscutiblemente Coscorrones, ‘Ordoñez-Uribitos’ son lo que no necesitamos, ni queremos, ni podemos permitir que se tornen en contra de la Paz (y a favor de la ‘mermelada’). Ni la política del Coscorrón, ni de bala, y menos volver a la época de la inquisición resulta favorable en víspera del ineludible deseo de acabar con la corrupción que ha desangrado a Colombia, casi igual que el conflicto armado.
¡No firmo por Ordóñez, y no voto por él!