Mamatoco II

La descendencia de Laureano, retomando sus métodos y acompañados por los miembros del autodenominado Centro Democrático, quiere amañar justicia y mandar a la cárcel a un incómodo y crítico abogado.

Opina - Política

2020-10-14

Mamatoco II

Columnista:

Armando López Upegui

 

CONFESSIO REGINA PROBATIO EST

En el año de 1936, Laureano Gómez Castro y José de la Vega fundaron un diario con el único y exclusivo propósito de atacar las reformas de la flamante Revolución en Marcha del presidente Alfonso López Pumarejo y, al mismo tiempo —como habría de confesarlo años más tarde el propio Gómez— de “hacer invivible la república”, pero no de informar objetivamente al país sobre los sucesos que convulsionaban la realidad colombiana y mundial, con el ascenso del nazismo en Alemania y las vísperas de la guerra civil española a pocos años del comienzo de la II Guerra Mundial.

Los nazis en Alemania, y Laureano fue embajador en ese país poco antes del ascenso de Hitler a la Cancillería, habían descubierto que el uso sistemático y masivo de la información mediante la manipulación de los medios de comunicación, era una herramienta vital en la lucha por alcanzar y conservar el poder. Así lo hizo saber Albert Speer, ministro nazi de armamentos, durante el juicio de Nüremberg. La frase, tan manida de Joseph Göebbels, ministro nazi de propaganda, según la cual «Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad» encontró vehículo de expansión en la prensa, la naciente radio y el cinematógrafo de la época.

De modo que la fundación del periódico EL SIGLO, tuvo un claro propósito político, no comercial ni periodístico.
Armado entonces con tan peligroso instrumento, no hubo movimiento del gobierno liberal que no fuera registrado por las plumas periodísticas alquiladas por Laureano Gómez, siempre en tono exagerado, siempre malintencionado, siempre perverso, proditorio.

Pero el régimen liberal de 1936 estaba estrenando masas luego de contribuir al surgimiento del sindicalismo legal y negociador. Los obreros motejaban de “compañero” al presidente López en la inauguración de la Central de Trabajadores de Colombia, el 1 de mayo de aquel año.

La maledicencia, la contumelia, el chisme, la calumnia, todavía no alcanzaban a erosionar la popularidad del gobierno que iba en alza.

Cosa muy distinta sucedió en la segunda administración López (1942-1945), época de escaseces propia de la crisis económica, comercial y financiera, originada en la II Guerra Mundial.

Ya Alfonso López no cautivaba de igual manera a las masas: los sectores más retardatarios de su partido dispuestos a hacer causa común con la derecha conservadora y clerical, enervaban los tímidos intentos de modificar las estructuras de la sociedad y de la propiedad, ancladas secularmente en los privilegios señoriales, razón por la cual el gobierno se vio sometido a hacerles concesiones; mientras por otro lado, las facciones radicales que acompañaban a Gaitán clamaban por una “restauración moral y democrática de la república”, sin mucha consciencia sobre los alcances y el significado de su consigna, ni de la manera de llevarla a la práctica.

Ese fue el escenario en que se produjo el famoso cuento de la muerte de Francisco Antonio Pérez, alias Mamatoco, cuyo cadáver fue hallado el 15 de julio de 1943 en un parquecito llamado Santos Chocano del barrio la Magdalena, cerca de la carrera 15 en Bogotá.

La excelente crónica periodística de Diego Firmiano, publicada por el diario El Espectador, para conmemorar los 70 años del suceso, me relevan de narrarles aquí el cuento completo.

A ella me remito, porque lo que quiero señalar es cómo ahora la descendencia de Laureano, retomando sus métodos y acompañados por los miembros del autodenominado Centro Democrático, empezando por su bochornoso Presidente (Mario) de la República, edificó una segunda versión del escándalo Mamatoco, esta vez en relación con el condenable homicidio de que fue víctima el hijo mayor del fundador de EL SIGLO.

Al mejor estilo del periódico El SIGLO de los tiempos de Mamatoco, los hijos y nietos de Gómez Castro inventaron una historia abracadabrante según la cual a Álvaro (así le gustaba a él que lo llamaran sus seguidores) lo mató una conspiración ideada, orquestada, dirigida, pagada y ejecutada por Ernesto Samper y su ministro del interior, Horacio Serpa.

La incertidumbre y hábil manipulación de esa versión podría producir unos pingües dividendos monetarios a los deudos del asesinado repúblico, forzando la situación para que apareciera como un crimen de Estado. Y, acostumbrados como están los del autodenominado Centro Democrático a amañar justicia, aderezar de paso el cuento para mandar a la cárcel a un incómodo y crítico abogado y periodista como Ramiro Bejarano.

Pero, cuando se disponían a pasar a manteles, la vianda les saltó literalmente de plato: Resultaron los verdaderos autores del homicidio y quién dijo miedo. Miembros de las desaparecidas FARC han confesado, en pleno uso de sus facultades jurídicas y mentales, ante tribunal competente y sin coacción alguna, y con el lleno de los requisitos procesales y legales, que ellos mataron a Álvaro Gómez en un acto de retaliación por todo el daño que hizo al país cuando instigó al abuelo de Paloma Valencia para que acometiera la genocida operación Marquetalia, en contra de unas supuestas repúblicas independientes.

Y la confesión, rendida en esas circunstancias, tiene pleno valor probatorio. Como decían los romanos, la confesión es la prueba reina. O sea que, al igual que cuando mataron a Mamatoco, finalmente se supo quiénes habían sido los autores del execrable crimen en que resultó víctima el expresidente de la Constituyente por lo que el mordisco se quedó dolorosamente en el aire.

En estos días vemos cómo, presas de la ira y el resentimiento, desde el vergonzoso Presidente (Mario) de la República hasta el no menos vergonzoso expreso del Ubérrimo, han entablado una cruzada contra el tribunal de la JEP, escenario de la inesperada confesión, buscando deslegitimar la justicia transicional propia del proceso de paz, para desquitarse del dolor que les ha producido la frustración de sus planes de amañar justicia también en este caso.
El nefando legado de Laureano sigue gravitando sobre el país, no solo en manos de sus descendientes consanguíneos, sino de sus descendientes ideológicos. Definitivamente hay hombres que dejan huella en la historia de los pueblos, aunque esa huella sea la de la pezuña del diablo.

 

( 1 ) Comentario

  1. Hoy, cuando por efectos de la desinformacion y los dueños de la moral y la etica, la memoria del hijo de Laureano ha pasado de ser el responsable de mucha de muchas de las acciones que tuvieron como consecuencia el asesinato de muchos compatriotas o el instigador del ataque a aquellos que se entregaron en las muchas amnistias decretadas por los sucesivos gobiernos a los actores del eterno conflicto armado que caracteriza nuestra republicana historia».
    El recuerdo del padre, no quiero decir que haya delitos de sangre, hizo imposible que sea electo presidente del platanal, ni reclamando a sus copartidarios godos el derecho que le asistia a serlo por su condicion de Delfin.
    No se puede olvidar que el patriarca Laureano era tan malo, que la misma oligarquia patrocino su derrocamiento.
    Para el sobrino de Alvaro poco le importa el muerto, le sirve la indemnizacion, a Uribe menos, l el muerto le sirve para atacar a quien lo esta enterrando politicamente: Santos. Y al titere para «llorar» a su maestro, dicho sea de paso por las calificaciones desastrozas del hoy titere presidente no creo que haya siso de los alumnos preferidos, y con la correspondiente sesion histrionica exigirle a su compañero de cafeteria universitaria llegar «hasta las ultimas consecuecnias» en la investigacion del «magnicidio»
    Para la graderia otro espectaculo de discusiones bizantinas de quien fue primero si el huevo o la gallina.

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Armando López Upegui
Historiador, Abogado, Docente universitario y Maestro en Ciencia política.