Autor: Hernán Muriel Pérez
“Nada más trabajaba para fumar, para embolatar mi mente. —Son las palabras de Anadilma Rodríguez de Cortés, una mujer de 59 años que desde sus 39 es habitante de calle — Porque la droga no es lo que dice la gente, para mí ha sido un método para no pensar en mi vida”.
Caminando por la carrera de Palacé, en Medellín, Anadilma carga un costal donde pretende guardar el reciclaje que encuentra en su andar matutino. Los habitantes de calle a su alrededor estaban demasiado drogados como para entender la pregunta que se les hacía, ella era la única consciente para hablar de lo que fuera.
“Hace año y medio que empecé a rebajar mi dosis porque yo estaba fumando demasiado, día y noche. Ya no, ya me fumo 8”.
En febrero del 2018 se estimaba que en Medellín había alrededor de 6.000 habitantes de calle. Para septiembre de ese mismo año, se estimaba que en la capital antioqueña la cifra ponderaba los 3.500.
Anadilma Rodríguez engrosa la cifra de las personas que no tienen techo en la capital antioqueña. En su voz se siente el deseo de no sucumbir a la droga, o a la calle. Ella asegura que los habitantes de calle no son criminales, como muchas personas piensan, sino que antes son “personas que pueden aportar mucho a la sociedad”.
“Uno mismo lo puede hacer —asegura Anadilma, hablando sobre su reducción de dosis de bazuco— yo lo estoy haciendo por la vida, no con este servicio que está prestando el Gobierno. Uno mismo lo puede hacer”.
Las precariedades humanas que constituyen el estilo de vida de las personas sin techo, rasgan con la locura y la inconsciencia de la vida misma. Sus características físicas, psicológicas, sociales, económicas no son únicamente patológicas vistas desde la academia, sino además miserables, vistas desde los derechos humanos.
Para María Cristina Monroy, líder social y psicóloga de la ciudad de Bogotá, esta población tiene que ser vista y tratada desde un ángulo diferente a como se ha venido haciendo.
«Los habitantes de calle deben ser atendidos desde la perspectiva de salud mental porque sabemos muy bien que muchas de las personas que habitan en la calle no son personas que solamente hayan tenido dificultades económicas, sino que son personas que han tenido carencias emocionales y sobre todo afectaciones de toda índole que han desquebrajado su ajuste emocional».
Monroy asegura que desde la individualidad esta problemática nunca podrá ser erradicada, y aunque enfatiza en que nunca se le debe dar ninguna ayuda material a un habitante de calle sin antes hacer un trabajo adicional de acompañamiento con ellos, expresa que el problema de Colombia es la sociedad misma.
«La sociedad está enferma, la sociedad no tiene consciencia de la necesidad del otro. El problema de Colombia es la indolencia, el no sentir lo que el otro está sintiendo, el no tener el mínimo interés de apoyar al ser humano que está al lado y que tiene las mismas necesidades nuestras».
Es difícil describir la cotidianidad en cuanto a esa cotidianidad, aunque perversa, se naturaliza a su más alto nivel. El aceptar a los habitantes de calle como personajes inmersos en el ordinario paisaje urbanístico de la ciudad, no solo los ha invisibilizado, sino también excluido y eso dificulta su solución.
Los habitantes de calle son una circunstancia superflua, variable e incontrolable porque su erradicación no consiste en acabar, como comúnmente se cree, con los habitantes de calle.
Más allá de ser este un mero problema en sí mismo, es una consecuencia que obedece a dificultades sociales con fuerza en Colombia. Las personas sin techo se reducirán, en la medida en que se reduzcan la drogadicción, la falta de oportunidades, la delincuencia común, las víctimas del conflicto armado, la pobreza y muchas otras fuentes próvidas de habitancia de calle.
Uno entiende que la sociedad es indiferente, pero los que tienen los recursos para ayudar son los corruptos de este puto gobierno que no sirve para nada, es innegable que para esta tarea se necesita mucho recurso economico.