Lo que viví cuando me desnudé con Spencer Tunick

Opina - Arte

2016-06-05

Lo que viví cuando me desnudé con Spencer Tunick

Soy mujer y conozco la sensación de peligro que algunas, muchas, veces representa el espacio público. Conozco las estadísticas, sé que el riesgo de sufrir algún acto violento en espacios públicos, tiene un serio incremento por el simple hecho de que soy mujer, ni siquiera por ser lesbiana, sino por ser mujer.

Por esa razón, soy muy consciente de lo que respondería a una amiga que me dijera: “voy a una cita para desnudarme completamente en la Plaza de Bolívar de Bogotá, con un montón de gente que no conozco, a las dos y treinta de la madrugada”. Sé con claridad, que le diría que perdió la cabeza: “¿¡El centro de Bogotá a las dos y media de la mañana, ni lo sueñes!?”

A pesar de esa claridad, hice una cita y me encontré con un montón de gente desconocida en el centro de la ciudad, y lo hice, no por haber perdido la razón, sino respondiendo a un anhelo que tuve desde que supe que Spencer Tunick estaba haciendo sus fotografías multitudinarias con gente desnuda.

Participar en esta instalación ha sido una experiencia maravillosa. Miles de personas, desconocidas entre ellas, se unieron al sueño de un fotógrafo que encontró la manera de utilizar enormes lienzos humanos que nos cuentan lo iguales que somos, a pesar de nuestras diferencias.

Lo que más me emocionó fue la enorme diversidad de personas que acudieron a la cita. Gente de todas las edades; muchas más mujeres que hombres; de distintos estratos sociales, niveles educativos y distintas comprensiones acerca de las razones de su aceptación a la invitación; unidos, en calma y esperando las instrucciones que nos llevarían a quitarnos la ropa en la madrugada de un domingo en Bogotá.

Apenas estaban terminando de dar las instrucciones y ya algunos espontáneos estaban en la tarea de quitarse los zapatos y empezar a descubrirse el cuerpo, que estaba vestido como para el frio sabanero. Muy rápido les siguieron otros, y en pocos minutos empezaron a verse torsos, piernas, espaldas, pedazos de piel usualmente vedados a la vista pública, que de repente aparecieron con su policromía, completos, abiertos, desnudos como nunca antes.

La gran sorpresa, porque cada vez que ocurre es una revelación, fue constatar lo iguales que somos. Sin ropa, con apenas las señas de tu rostro y cuerpo, eres uno más entre miles. A duras penas te distingues por ciertos colores de pelo, y así la paleta de colores haya aumentado de manera considerable, eres uno más de esa manada enorme.

Y sin embargo, eres un individuo completo, perfectamente discernible de los otros miles; con unas características y circunstancias que te distinguen de tal manera que son tu individualidad y lo que te diferencia del resto.

¿Qué se siente estar desnuda, en un parque público y rodeada de miles de personas? Contra todo pronóstico, sentí seguridad y confianza. Hay un primitivo llamado a la manada que hace inevitable sentirse confortable, entre amigos. La desnudez de todas las personas alrededor se convirtió en un catalizador, un elemento común de identidad, que nos permitió pasar rápidamente de la frialdad, a la camaradería.

No éramos amigos de toda la vida, aunque había pequeños grupos de amigos y familiares, pero esa multitud tuvo un vínculo común: La vivencia conjunta de una aventura particular, de un momento en nuestra historia vital, que podremos contar a nuestros nietos y que siempre recordaremos con una mezcla de alegría y tristeza, porque la gran mayoría de quienes estuvimos hoy, corremos el riesgo de haber vivido la aventura solo una vez.

Fotografía: Juan Diego Buitrago / EL TIEMPO

Fotografía: Juan Diego Buitrago / EL TIEMPO

En todo caso, valió toda la pena del mundo, el madrugón, la falta de sueño, el frío, la incomodidad y el cansancio, todo se justificó con ese hermoso álbum de fotos y vídeos mentales que nos quedó.

Jamás olvidaré la imagen de cientos de mujeres desnudas, con los brazos al aire, corriendo hacia las escalinatas del Congreso de la República, mientras gritaban con alegría. Qué imagen tan bella y tan poderosa.

Por lo demás, estar desnuda en medio de la multitud, me hizo reafirmar lo iguales que somos, lo vulnerables que estamos cuando nos exponemos a la intemperie y lo amables y cálidos que podríamos ser siempre, sino estuviéramos etiquetando a la gente antes de siquiera decirle: hola.

( 2 ) Comentarios

  1. !Qué indiamenta tan fea!

  2. Una interesante experiencia que no muchos tenemos la valentía de aceptarla¡¡¡¡

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Elizabeth Castillo
Mujer. Lesbiana. Mamá. Abogada. Activista. Feminista.