Las crisis definen. Son fuertes, perturban, nos ponen a re-armar la realidad. Pero, esta energía con la que nos movemos por la vida y por el mundo, muchas veces, necesita desestabilizarse para fluir.
Entonces, nos preguntamos: ¿Por qué me pasa esto? ¿Para qué? ¿Quién es que soy? ¿A qué vine al mundo? Y está bien, porque no imagino qué sería de nosotros si nunca nos cuestionáramos, haciendo aquellas preguntas, de cuyas respuestas, muchas veces, dependen las decisiones que tomamos, las metas que planteamos y el rumbo por el que nos dirigimos.
Yo, por ejemplo, nunca imaginé experimentar un trastorno de la mente. Claro que ha sido una de las experiencias más intensas de mi vida. Pero, un año y tres meses después de pensar que toda mi existencia se me había ido al piso, hoy me levanto cada día más fuerte, más valiente y más inteligente a nivel emocional; comparándome con aquella noche en la que no entendía nada de lo que me sucedía.
¿Qué le tengo que agradecer al Trastorno de Ansiedad Generalizada? Todo. Porque, a través de él, me salvé. ¿Voy a culpar a la vida por haberme permitido hacer el viaje más grande que he tenido dentro de mi propio ser? ¡Claro que sí! Porque nunca esperé conocerlo. Pero, de verdad, confío ciegamente en que ese preciso instante en el que empezó esa historia dentro de mí, ese segundo, ese minuto, me salvó la vida.
Por ahí dicen: “ten cuidado con lo que deseas”. Y yo deseaba mejorar; con la sorpresa de que, para ello, se me otorgaría todo un camino. Yo pedía cambiar y hoy vivo agradecida con todo lo que me rodea porque estoy profunda y encarecidamente enamorada de la vida y de todo en lo que me he convertido.
Sí, fue una ruta larga, que exigió trabajo y en la cual me atreví a mucho; siempre con la ilusión de mejorar. Pero es que, cuando el proyecto es uno mismo, cuando uno se enfoca en recuperar y en transformar su propio ser; la satisfacción es mil veces más grande que el desafío inicial.
Sin embargo, hoy, puntualmente, estoy agradecida porque hace una semana tuve una vivencia gigante en mi interior. De esas cosas a las que uno cree que llega, pero que, en verdad, parece que lo estuvieran esperando a uno. De esos viajes que se hacen por dentro, más que por fuera y, sobre todo, por ese delirio, ese sueño innato que tiene la humanidad de ser feliz.
Debía llegar como llegué, después de un buen tiempo aprendiendo de la fuerza y de la valentía. Llegué capaz de hacer muchas cosas que antes no creía. Llegué y no llegué porque como me siento ahora, nunca lo hice antes. Llegué para encontrar puntos de paz, para llenarme de esa magia que hay en aquel mensaje de esperanza que nos dice que todo va a estar bien y que todo puede mejorar.
Llegué a donde la mente se clarifica y te permite ver de verdad lo ilógico que, a veces, resulta sentir; donde es como si el corazón se iluminara y uno mismo pudiera diferenciar, por fin, lo mágico de lo que, en ocasiones, toma el rol de obstáculo auto-impuesto; para prescindir de ello.
Llegué y es justo que comparta el bien tan grande que me hizo. Llegué a donde Dios me acogió, a donde pude ser más feliz, a donde se me otorgó lo que tanto pedí, que resultó ser: discernimiento.
Llegué, sí, llegué al retiro espiritual de Emaús y esta fue mi experiencia.
Foto cortesía de: Telemundo