‘Matarife’, verdad y dolor

En Colombia se impone con fuerza una colectividad que dice llamarse “gente de bien”, y que controla casi todos los aspectos primordiales del escenario político y financiero, dejando de lado el clamor de los grupos sociales que piden justicia.

Opina - Política

2020-06-25

‘Matarife’, verdad y dolor

Columnista:

Néstor Niño


“Un 25 del mes de octubre, 1997, en el corregimiento del Aro, masacraron vil a mucha gente, allí llegó un grupo subversivo, destrozando un terruño inocente”.

Se disipa una sencilla canción del sobreviviente José Barrera, dejando un vacío absoluto, cargada de tristezas confundidas, marcando el trayecto de una ciudad desolada y avergonzada de su realidad, de sus entrañas y de su metabolismo de cenizas y vientos helados, se ve distante e indiferente ante el reclamo agónico y espiritual por la masacre de El Aro, crimen de lesa humanidad por el cual es investigado el expresidente Álvaro Uribe.

Toda la lúgubre Bogotá aparece antes que dormida, al acecho, se observa en su integridad, no desvanecen las sombras con las luces intensas y dispersas, el frío nos recuerda la soledad del alma y la impotencia, de una historia que nos pesa como el concreto que arrastramos con nuestras cadenas de indiferencia y culpa.

Emergen nuevamente los sociópatas, los que crecieron siendo niños malcriados y pelearon una guerra por cualquiera de sus caprichos, convencidos de que el mundo podría ser parte de sus posesiones, sin pensar en otra cosa que la arbitrariedad y la imposición para obtenerlo. Pasan las imágenes una por una, adornadas de palabras engañosas y de la perversión exacta del disfrute de ejercer la autoridad con maldad y opresión, Gonzalo Rodríguez Gacha y su mirada fría, casi ingenua, el incendiario Carlos Lehder disgregado en sus discursos, soportados en la tesis funcional, la cocaína como la bomba atómica de América Latina, Fabio, Jorge Luis, Juan David Ochoa, junto al patriarca engreído y desafiante Fabio Ochoa padre, este disoluto entre el humo de su orgullos, con tanto amor por los caballos que por estar en una exposición en Girardot, no acompañó a su hijo Fabio cuando se entregó a la justicia en una iglesia de Caldas (Antioquia) en 1990.

Aparece Pablo Escobar atravesando un mar de gente que lo sigue en un estadio de fútbol, como líder absoluto de esta bandada de rapaces dispuestos a desgarrar la carne del mundo, con tal de demostrar su poderío, infundir su terror, construir sus reglas y su ley. Se ve avezado y confiado en su investidura de congresista, exigiéndole a Rodrigo Lara Bonilla en un plazo de 24 horas su retractación, ante las incisivas y eminentes denuncias del ministro, por las fortunas inicuas y las evidencias de la impregnación del aparato político colombiano por los dineros del tráfico de cocaína. Seguidamente el presidente Belisario Betancur con un semblante gris, cansado y desvanecido, se entrega a la libertina y compleja condición de los tiempos, al rato desaparece de todo el escenario dejando a Colombia navegar sobre su propia suerte, sin desconocer la activación del mecanismo de extradición en respuesta fulminante por el asesinato del ministro de Justicia; de recordar que este homicidio fue poco después que le dieran el gran golpe a las finanzas de los narcotraficantes, con la toma de Tranquilandia, el más grande emporio cocalero del Cartel de Medellín.

El cuadro de Tranquilandia es sorprendente, si concretamos que era una vasta extensión de tierra de la selva colombiana entre los departamentos del Meta y Caquetá, allí se posaba un gran complejo que contaba con 19 laboratorios para el procesamiento del alcaloide y 8 pistas de aterrizaje con muchas aeronaves que suplían las constantes operaciones; llamó la atención y sorprendió a los ojos expectantes del mundo, un helicóptero Hughes 500 con matrícula HK2704X de propiedad del supuesto “ganadero” Alberto Uribe Sierra, padre del controvertido político Álvaro Uribe Vélez, quien desde siempre negó y ha negado con vehemencia los vínculos de su padre y, los suyos, con el narcotráfico, sin embargo, archivos del 15 de diciembre de 2017 del periódico El Espectador y de la Aeronáutica Civil, dicen que la licencia de operación de esta aeronave fue otorgada en octubre de 1981 cuando Álvaro Uribe era su director.

Es importante mencionar que este helicóptero confiscado junto a otras aeronaves, era el único con matrícula colombiana y fueron inmovilizadas por el general Luis Ernesto Gilibert Vargas, quien estuvo al mando de esta importante operación antinarcóticos, apoyada por la DEA el 7 de marzo de 1984; también debemos agregar que se destruyeron 13 toneladas de cocaína valoradas en 1200 millones de dólares de la época.

Pero según un artículo del The New York Times del 13 de marzo del 2018 y basado en La Gaceta del Congreso, funda en 1989 una gran contradicción, apenas 8 días después del horroroso atentado al edificio del DAS donde murieron 63 personas y quedaron 600 heridas, cuando el parlamentario por el Partido Liberal Colombiano Álvaro Uribe Vélez promovió la despenalización de la droga y la no extradición de nacionales hacia los EE. UU. Según la ambientación de este medio, hizo el planteamiento de forma hábil citando a Ronald Reagan y George Shultz y terminó favoreciendo este referendo, en opinión de muchos congresistas, sería un instrumento manipulado por Pablo Escobar.

Es una obligación reflexionar que para estas fechas el grupo “Los Extraditables”, liderado por Pablo Escobar, sumaba cerca de 100 bombas puestas en supermercados, colegios y entidades bancarias, además del terrorífico hecho del avión de Avianca y del edificio del periódico El Espectador y, en años anteriores, los asesinatos de Rodrigo Lara Bonilla, Guillermo Cano Isaza y Luis Carlos Galán Sarmiento, mostrando un escenario donde sobraban argumentos, para contrarrestar a la mafia con todos los instrumentos de la justicia.

Otro aparte que nos debería preocupar a todos los colombianos, yace en un expediente desclasificado en 2004 y originado en 1991 por la DIA (Defense Intelligence Agency), el cual fue enviado a los Estados Unidos al mismo tiempo que Escobar desertaba de la justicia, entre las carreteras serpenteadas y boscosas de la exuberante Antioquia. En este informe de manera literal se vincula al hoy congresista Uribe así: “Asociado 82, Álvaro Uribe Vélez, es un senador colombiano, y dedicado a la colaboración con el Cartel de Medellín en los altos niveles del gobierno. Uribe fue vinculado a negocios que están conectados con actividades de narcotráfico en Estados Unidos. Su padre fue asesinado en Colombia por sus conexiones con narcotraficantes. Uribe ha trabajado para el Cartel de Medellín y es un amigo personal y cercano de Pablo Escobar Gaviria”. No podemos obviar que este listado también lo engrosaban los nombres de Pablo Escobar, el paramilitar Fidel Castaño, el mercenario Yair Klein, el exdictador Manuel Noriega y el traficante de armas Adnan Khashoggi.

A la fecha actual otros hechos nos muestran la persecución selectiva de las autoridades nacionales y extranjeras en materia de lucha antidrogas, si retomamos los temas del exembajador Sanclemente y su finca con laboratorios para la producción de narcóticos, el caso ‘Ñeñe’ Hernández y su posible financiación al Gobierno actual, los desvelos de la vicepresidenta con el caso de su hermano traficante de heroína, todo muy cerca de un fantasma que cada día recobra su verdadera identidad y, que al parecer, recibía protección por miembros de la Embajada de EE. UU. en Colombia.

Continúa dando pasos firmes el documental y soslaya al fatídico ‘Popeye’ hablando sin descansar, casi disparando palabras como si se tratara de una confrontación, explicándonos con presuntuosa maestría, cómo construyó su oscuro pasado de sangre y de dolor, sin un atisbo de arrepentimiento, e idolatrando a un sociópata y elevándolo a una condición casi sublime; sí, me refiero al monstruo Pablo Emilio Escobar Gaviria. Ese hombre repite este nombre tantas veces, casi al compás de una ametralladora, es el sicario, el lugarteniente y el sobreviviente de la guerra de los carteles. ¡El General de la Mafia se hacía llamar en su faceta de youtuber!

Aparece Mancuso en su confesión eterna que cala los huesos y la médula de los uribistas pura sangre, denunciando que el exdirector de Fedegán Jorge Aníbal Visbal Martelo, en repetidas ocasiones les sugería incrementar las operaciones de las AUC en territorios específicos. Queda en el ambiente cuando este uribista en el fulgor de los años dorados de la guerra, pidió al Gobierno no considerar ilegales a estos grupos de exterminio.

Después sobreviene la desesperanza, observando el rostro culpable y burlón de Luis Carlos Molina Yepes, autor intelectual del asesinato del icónico periodista Guillermo Cano Isaza, director del emblemático periódico El Espectador, quien para octubre de 1995 fue sentenciado a escasos 16 años y ocho meses de prisión por este homicidio, de los cuales solo pagó 6 y desapareció del radar de la sociedad nacional e internacional. Muchas irregularidades se presentaron bajo este caso en especial, soborno a jueces y empleados judiciales, fueron asesinados el abogado de la familia Cano, una jueza y un magistrado, varios periodistas y los hijos de la víctima tuvieron que salir del país por amenazas de muerte, se saboteó la distribución de este diario en Medellín, el gerente general y el director de distribución fueron asesinados, cerca de Cartagena incendiaron la casa de verano de esta familia y, para blindar aún más los oscuros hechos, asesinaron al principal sindicado que disparó sobre el periodista, el cual era parte de la banda Los Priscos.

Tampoco podemos dejar de lado la bomba que destruyó la sede central de este medio periodístico, jueces destituidos por sobornos, negligencias durante los procesos indagatorios, nuevas pistas que no fueron puestas en consideración investigativa, y la cereza del pastel es el hecho de que el autor intelectual, Luis Carlos Molina Yepes, escapó de la prisión cuando la Policía le dio permiso para salir a comprar cigarrillos y al ser recapturado en un restaurante de Bogotá lo premiaron con una rebaja de sentencia y solo pagó 6 años de la pena.

Para finalizar acudimos al análisis que hace Daniel Mendoza sobre la sociopatía y encontramos coincidencias en todo el espectro de la sociedad, desigualdades evidentes y abismales, márgenes escandalosos de pobreza y, un poco más abajo, la realidad de la miseria. Se impone con fuerza una colectividad que dice llamarse “gente de bien”, y que controla casi todos los aspectos primordiales del escenario político y financiero, dejando de lado el clamor de los grupos sociales que piden justicia, sin importar los costos en violencia y daño ambiental. Claro que es verdad que esto ocurrió, es verdad esta tragedia, es verdad este dolor y es una verdad que nutre esta triste canción.

Arrecia la pandemia, y dentro de esta canción, esta vez con una superflua estética gramatical, estética que no tienen los fusiles en el campo, los ojos horrorizados de las víctimas, el dolor y la impotencia, la difícil encrucijada de la vida o la muerte, el olvido, la discriminación de la ruralidad y el país de manos callosas y uñas negras por la tierra y el cultivo… “Un 25 del mes de octubre, 1997, en el corregimiento del Aro, masacraron vil a mucha gente, allí llegó un grupo subversivo, destrozando un terruño inocente”.

Delator, eres la voz de la Colombia oprimida y sin voz.


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Néstor Niño
¡Todo es un milagro! Escritor y convencido de que Colombia podrá ser una nación más ecuánime y justa para todos