‘Las mejores familias’ no existen

Opina - Sociedad

2016-08-12

‘Las mejores familias’ no existen

Que el mundo está cambiando no es ninguna novedad, es más, suena estúpido comenzar un texto con esta afirmación, lo acepto. Sin embargo, aunque no lo creamos, constantemente hay evidencia de resistencias naturales, culturales, sociales y religiosas al cambio, a lo nuevo, a lo transgresor, a lo que se sale de la raya del deber ser y de las ‘buenas costumbres’. Otros le dirán: miedo. Ese miedo que por lo regular algo esconde.

En una reunión escuché cómo iban a lapidar a dos niñas que osadamente se estaban besando en un restaurante de un centro comercial. Yo sinceramente no le encontraba lo raro a eso, mientras que juicios iban y venían. Hasta que me iluminaron: ¡tenían el uniforme del colegio puesto!

Pregunté si en el beso la falda estaba de diadema en la cabeza y los calzones de cada niña en los dientes, no me respondieron. Tremendo desmadre armé cuando dije “y qué, cuál es el problema”.

Que el uniforme decían unas, que el sitio público y el irrespeto al colegio afirmaban otros. ¿Ustedes fueron los únicos que no se dieron besos con un uniforme puesto, cualquier uniforme?, cuestioné. Risas, risitas y miradas cruzadas fue la respuesta, además de unos tímidos sí adornados con unos ojos saltones que delataban lo que estaban viendo y recordando en su memoria (ssssiiiiii).

A algunos adultos la paternidad los envejece prematuramente, se devuelven como diez generaciones y aproximadamente cinco siglos para estar seguros, comienzan a considerar que el cinturón de castidad y la opción del encierro mantendrán a sus criaturas castas, puras y libres de todo peligro. A otros, nos da como cierto desasosiego ver cómo nuestros hijos quedarán expuestos a prejuicios ancestrales que contrastan bruscamente con la falsa idea de creernos de un mundo civilizado, respetuoso e incluyente.

Me quedó claro que personas que están compartiendo el mismo momento de crianza están lejos de premisas más modernas para ello, que no todos lo tienen tan claro ni están abiertos a que sus hijos sean felices con sus vidas más allá de nuestras propias creencias, gustos o deseos; entendiendo además que la mejor opción, en el momento en que decidimos ser padres, fue aceptar que cualquier camino pueden tomar nuestros hijos en el desarrollo de sus gustos y personalidades,  pero parece que hay un deber ser también establecido para ellos y sus amigos. Entendí que si una amiguita besa a mi hija, ella, mi hija, será la ‘degenerada’ que está dañando a su ‘capullo inocente’.

Y en Colombia es peor, porque con el horroroso sistema judicial y una autoridad cuestionada e irrespetada, ha quedado el juicio moral como único modo de escarmiento público; aclarando que, además de lo inquisitiva y subjetiva, su vasta extensión en culturas, religiones y prejuicios poco sirve para tener un único patrón de juicio, a diferencia de la ética y las leyes.

Es increíble que después de la lucha y sacrificio de tanta gente por los derechos civiles todavía estemos tan preocupados por señalar, condenar, pontificar y decidir cómo deben vivir los demás.

Impresiona esa idea perfecta de la vida en la que todo le pasa solamente al otro y nunca a mí. Yo crecí en un pueblo donde la gente se conoce, esas familias de toda la vida que no podían esconder la diferencia en el comportamiento, ni en las mañas de sus hijos; del mismo vientre, cuna y educación salían médicos, abogados y el vicioso. En otras la misma historia además de la ‘desvergonzada’ que ni siquiera terminó el colegio por irse detrás de un hombre. El tahur, el ladrón, el estafador, los hippies, el marica, la mula, la lesbiana y la puta, el mantenido, etcétera, etcétera y un largo etcétera de calificativos entendidos como el acabose, la vergüenza y la censura en todo lo relacionado con ‘la oveja negra’ de la familia. Siempre entendí que en lo que atañe a los hijos cualquier desenlace puede haber, más allá del amoroso -no siempre asertivo- esfuerzo de los padres para que todos reciban lo mismo, crezcan bajo la misma educación y oportunidades.

Y esto me lo marcó aún más una buena amiga algún día que me dijo: juankita, ¿vos estás seguro de querer traer niños a este mundo así como está, como vos lo ves?

En efecto no estaba listo. Años después entendí que si quería ser el padre que anhelaba debía aceptar y respetar, sólo así podía relajarme hasta el punto de disfrutar mis hijos sin presionarlos y sin sofocarlos queriendo que fueran lo que yo pensaba que debían ser. Hoy sólo les exijo respeto con los demás, con las normas y listo. Bandera verde para su desarrollo, búsquedas y vivencias, siendo yo un animador fervoroso, principal miembro del ‘comité de aplausos’ y cargador oficial del kit de primeros auxilios. El día que entendí eso sentí que ya estaba listo para escuchar o comprobar que mis hijos eran esto o aquello sin que otro diluvio universal fuera el castigo.

Imagen cortesía de: dedicatoria.net

Imagen cortesía de: dedicatoria.net

Difícilmente puede haber un mundo incluyente en donde no haya respeto por la individualidad, no hay paz en un mundo donde la individualidad transgrede lo colectivo, justificando además etiquetas y odios.

¿A qué le tenemos tanto miedo? ¿Qué tan peligroso puede ser un tatuaje, un blue jean, una barba, una sandalia, el despeluque, expresar el género independiente del sexo con el que se nace?

El ejecutivo que estigmatiza al de la barba, al del tatuaje, la barba, el blue jean, el despeluque y la sandalia, el fin de semana no se afeita, lo pasa en blue jean todo el tiempo con su mujer despelucada, sin maquillaje y en sandalias, caminando orgullosos con su hija que exhibe sus primeros tatuajes. Entonces, ¿en qué quedamos?

Ya lo viven hoy en las organizaciones con los millennials, tratando de entender cómo gestionar un recurso tan valioso e inadaptado a las convenciones y códigos de comportamiento laborales.

¿Qué es peor para el mundo y su futuro? ¿Dos personas siguiendo el deber ser para que años más tarde se den cuenta que mucho de eso no les gustaba, ni lo querían, viviendo las crisis de personalidad como adultos, afectando matrimonios e hijos?

O ¿esas dos niñas buscando y encontrando desde la experiencia para que en poco tiempo digan acá me quedo, esto es lo mío y me hace feliz; o por el contrario expresen un rotundo nunca más con conocimiento de causa? ¿Quién en realidad está desperdiciando más la vida? Para mi los dos caminos son válidos, el de las certezas y el del redireccionamiento, cada uno deja en su momento experiencia y vida vivida. Sea cual sea el camino, respetemos y entendamos que ‘las mejores familias’ no existen. O puede que sí, esas que se saben imperfectas en lo individual y en lo colectivo, tratando cada día de superarse y respetarse bajo la sombrilla del amor.

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Juan Camilo Duque Cruz
Tulueño, Comunicador Social. Padre de María José y Valentina. Experiencia en RRHH y Ventas Corporativas.