“Lolita” es una de las grandes obras de la literatura del siglo XX. Escrita por Vladimir Nabokov, esta novela describe la obsesión de un hombre mayor por una niña de 12 años. Los sentimientos de este hombre por la menor son tan fuertes que derivan en hechos violentos.
Como una forma de justificar tan desmedida atracción, el protagonista de la obra culpa a la joven, mostrándose como una víctima de su juego de seducción. Dado que en este relato el narrador es Humbert Humbert (HH), el pedófilo, la representación que se hace de la niña es la de una adolescente seductora y coqueta. De ahí que las historias derivadas de esta tiendan a representar el mismo relato.
Así, “Lolita” (1962), la película de Stanley Kubrick crea una representación audiovisual de la menor tratando de seguir el relato de HH. Esto, a pesar de que en 1962 Kubrick matizara enormemente la obra literaria para evitar la censura de la época. Esta representación sexualizada de la menor, la fragmenta, la construye a partir de planos, maquillaje, iluminación, etc. Algo que ni siquiera le gustó a Nabokov, pues más que una crítica a la pedofilia y a la manera en que los lectores aceptan a mirada del pedófilo por el efecto de la retórica por él empleada, como pretendía su libro, la película legitima el deseo enfermo del protagonista.
Como lo afirma Santiago Roncagliolo: el escritor se había negado a poner una chica en la portada de su libro para conseguir un mayor número de ventas. Por lo mismo, debió ser grande el impacto sufrido por este al ver que en el cartel de la película aparecía Sue Lyon lamiendo, provocativamente, una piruleta. Una reconstrucción semejante de la historia no permite acceder a la crítica y termina justificando al pedófilo.
Por su parte, “Lolita” (1997), la película de Adrian Lyne al no tener que lidiar con una censura tan severa como la del 68, puedo reproducir esta imagen de niña seductora de forma más explícita. Esto se hace transparente en la presentación que de esa película se hace en la revista Esquire de 1997.
En ella encontramos un artículo titulado “Lolita comes again”, este es acompañado por las fotos de una mujer, no necesariamente menor, pero cuyo aspecto es entre infantil y seductor. Su vestidito azul y sus trenzas la identifican como una niña, al mismo tiempo, los gestos faciales y corporales de la modelo son altamente sexualizados, la vemos enseñando su lengua, haciendo bombas de chicle o metiéndose el dedo en la boca.
Vemos entonces que Lolita ha salido del campo de lo literario en el que ejercía una crítica a la sociedad, para ser empleada como un discurso audiovisual que normaliza la sexualización de las niñas y adolescentes.
De ahí que, cada menor que tiene un aspecto físico que corresponde con un estereotipo de belleza, se convierte en víctima de su propio aspecto, pues será reducida constantemente a él. Además, se hará responsable a la menor de lo que genera su belleza en otros.
Es tan repetida esta práctica que en cualquier lugar podemos encontrar el caso de Lolita, una menor que debe exponerse a ser sexualizada y representada como un objeto de deseo. Tal situación no se convierte solo en una práctica de abuso que una joven puede padecer en la cotidianidad, sino que se expone en los medios de comunicación.
Algunas publicaciones dirigidas a adultos usan imágenes de mujeres que, aunque no sean necesariamente menores, han sido infantilizadas para llamar la atención de su público. Lo anterior puede observarse el caso de la revista colombiana Soho, la cual es popular entre el público masculino por los desnudos que aparecen en su portada; dicha publicación presentó, bajo el título de “La nueva Lolita” y con el acompañamiento de algunos fragmentos del libro de Nabokov, a Linda Salamanca, una joven de 16 que posa en esta publicación con baby doll y zapatos de tacón.
Este artículo en particular fue usado por un reconocido político colombiano (ni siquiera me interesa nombrarlo) como argumento para llamar violador al que fuera el director de ese medio. Por supuesto, no considero que pueda realizarse una acusación semejante por las fotos aquí expuestas, sin embrago, coincido plenamente con el análisis de Carolina Sanín, quien afirma que la revista Soho ha contribuido a la creación de una “mentalidad de violadores”.
Tal como se observa en este caso, más allá de la gran obra literaria que es “Lolita”, este término se ha usado para construir un estereotipo de mujer, cuya juventud y belleza se representan como una tentación ineludible y, por lo tanto, la convierte en culpable del deseo que despierta. Un discurso que la envuelve en una atmósfera sexualizada, cargada de comentarios sobre su aspecto físico, sus gestos, su forma de vestir, etc.
Parece necesario entonces retornar las cosas a su justo lugar, “Lolita” es un clásico de la literatura universal, no un estereotipo femenino. Las Lolitas no existen. No es normal que una niña, que sea considerada bonita, deba ser convertida en un objeto, pues esto, aunque no derive en una agresión física, deja expuesta a la menor a un contexto en el que siempre será reducida a su aspecto físico.