La verdadera riqueza de Cartagena está en su gente

Hay que apostar por una ciudad que pertenezca a todos y no a unos pocos, rompiendo nuevamente las cadenas de las diferentes formas de esclavización. 

Opina - Cultura

2020-06-04

La verdadera riqueza de Cartagena está en su gente

Columnista:

Gustavo Adolfo Carreño

 

El primero de junio de 2020 se cumplieron 487 años de haber sido refundada esta insigne, gloriosa, noble e ínclita ciudad. Un poblado que ya existía, en medio del extenso mundo de la nación Caribe, a orillas de una maravillosa bahía y un cuerpo cenagoso habitado por un contingente humano agrícola, cazador, recolector, artesano y pescador.

Cuando se habla de Cartagena de Indias, normalmente, se asocia la ciudad con playa, brisa, mar y turismo en general; y de alguna otra manera, con industria (en especial por la refinería y petroquímica), y por ser el primer puerto del Caribe colombiano. Otra Cartagena que se conoce es la del cemento, la monumentaria (por sus fuertes, plazas, calles, murallas, etc., cargadas de mucha historia), también grandes complejos hoteleros; y se cree, hablando en términos de riqueza económica, que eso es lo que destaca y hace grande la ciudad; sin embargo, la contribución al PIB nacional es de un peso, no sobrepasa un dígito. Este es el relato e imaginario instalado en la mente de propios y extraños. En alternancia, la academia y otros sectores alternativos proponemos e imaginamos otro tipo de ciudad, una ciudad diversa, variada, en policromías y encadenamientos culturales permanentes, desde el primer momento del encuentro entre el nuevo y viejo mundo.

Lo primero que debemos reconocer es que a la llegada de los europeos a estas tierras, la comarca se encontraba poblada por indígenas nativos, los Kalamary, descendientes de los Caribes, de ese mismo tronco familiar descendían también los Yurbacos, Yurbanas, Canapot, Cospiques, Zaragocillas, los caciques Karex en la isla de Tierra Bomba y Dulio en la isla de Barú, por citar los más destacados. Su conquista y dominación no fue fácil, opusieron férrea resistencia.

Más tarde, miles de africanos fueron secuestrados y capturados en calidad de esclavos, con esto se protegía la diezmada población originaria y, de paso, se suministraba mano de obra para la construcción de la arquitectura y el proyecto de ciudad militar, fortín del imperio español en América. Con la mixtura amerindia, europea y africana, acrisola una mezcla poderosa, el nuevo hombre americano; una raza cósmica, diría Vasconcelos, con ello nuestro carácter multiétnico y pluricultural.

Y hablando de riqueza, aquí también es muy común escuchar el valor del patrimonio material, ese representado en el legado de una historia de más de tres siglos de colonización y sometimiento, no solo de una gran masa poblacional a unas élites blancas, sino del sometimiento de unas élites locales a unas élites nacionales centralistas y concentradoras de poder.

Pero un hecho que poco se analiza, es esa otra riqueza, material e inmaterial, representada en la gente cartagenera, esa que poco a poco ha ido cediendo espacio para abrirse al encuentro de otras culturas regionales (incluso nacionales e internacionales) por ser punto de recepción de migrantes internos, llegados a la ciudad, no solo atraídos por su singular fama, belleza y aparente riqueza, sino huyendo del conflicto armado por el que atravesó el país en las seis últimas décadas (el Urabá, sur de Bolívar y Montes de María).

La ciudad no solamente hibridizó culturas locales y foráneas, sino que matizó también los conflictos, porque los puntos de crecimiento de la ciudad se replegaron para la periferia en donde, además de la pobreza tradicional de estas zonas, se volvieron críticos elementos que son una verdadera traba al desarrollo, como el limitado acceso a la preparación del capital humano, la consecuente poca absorción de mano de obra, y la lánguida capacidad adquisitiva de una gran franja de población que empieza a desdibujarse entre el abandono del Estado por un lado, y la pobreza por el otro. Razones para explicar el ignominioso segundo lugar en número de contagios por la COVID-19. De esta manera, inequidad, pobreza, miseria y falta de oportunidades, son una ‘pandemia’ inveterada entre miles de cartageneros.

Es así como se han configurado y reconfigurado no solo dos ciudades dispares, sino que los hilos de la cultura se han vuelto cada vez más finos y sus colores se han ido matizando en una policromía cultural que se va acentuando con los procesos de movilidad poblacional interna y externa.

La dinámica histórica, política, económica y social, es contrastante, dispar, excluyente, elitista, racista y muchas veces negacionista de las raíces originarias, sus escombros son los cimientos de ese devenir cultural variado, rico, diverso y complementario, son las columnas que sirven de soporte a su identidad cultural, hoy por hoy una las ciudades más cosmopolitas de Colombia, de esta manera la trietnicidad inicial se ha transformado en diversidad cultural en demasía.

Sin duda, demasiados elementos identitarios están en la genética y cosmovisión del cartagenero, lo indígena, negro y europeo inicial se entremezcló con lo oriental, sirio, libanés y palestino, y de otras naciones con las propias, esto es, las naciones zenues, chocoana, paisa, llanera, santandereana y de casi todas las regiones de Colombia, esa es la gran riqueza de mi Cartagena, esa debe ser su gran riqueza, su gran reto y apuesta ciudadana a futuro: una ciudad para todos, inclusiva, humana, con futuro y esperanzas para sus hijos, en construcción colectiva como siempre ha sido, pero nunca se ha reconocido, una ciudad que pertenezca a todos y no a unos pocos, rompiendo nuevamente las cadenas de las diferentes formas de esclavización. 

 

Fotografía: cortesía de Shock.

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Gustavo Adolfo Carreño
Economista, Magister en Desarrollo y Cultura, Amante de la filosofía, librepensador caribeño, educador.