La mujer que le tenía fobia a los gusanos

Se inventaron ciencias y disciplinas para ayudar a solucionar este mal que aquejaba a su existencia, pero ninguna teoría fue capaz de poner fin a la tensión psicológica que en ella se había creado.

Narra - Narrativo

2020-05-29

La mujer que le tenía fobia a los gusanos

Columnista:

Rafael Medellín Pernett

 

De pequeña tuvo una infancia que puede ser considerada normal. Hija de padre sobreprotector y madre sumisa, fue criada por la carencia y la austeridad. Algunas veces, cuando se equivocaba, pecando con una desafiante subversión, los golpes e insultos del padre terminaban siendo opacados por la dulce caricia de su amorosa madre. La mayoría de los días del año la escueta economía familiar no permitía más de un ingrediente en el plato del almuerzo, por lo que los múltiples integrantes del hogar debían conformarse con lo que Dios proveía, una dieta apenas suficiente para mantenerlos de pie.

En una conversación privada, a muchos años de su niñez, todavía recuerda con claridad aquel cuarto que fácilmente podría ser una cueva, y que compartía con sus hermanas y con sus papás en un pueblo lejano rodeado de olvido y desesperanza. Y relata, entre risas y asombro, cómo una densa oscuridad inundaba el aposento cuando el cielo se dejaba caer en forma de lluvia. “Nos podíamos ahogar en nuestra propia ceguera, porque el cuarto se había levantado en el fondo de una pequeña pendiente”, decía, con mirada ausente. 

Cuando se le pregunta por el origen de su terrible fobia no tiene más que afirmar que desconoce por completo el comienzo del trastorno, que no tiene cómo justificar con ningún recuerdo cercano el temor que siente hacia los animales esponjosos, y que carece de todo sujeto a quien concederle la culpa del hecho.

Se inventaron ciencias y disciplinas para ayudar a solucionar este mal que aquejaba a su existencia, pero ninguna teoría fue capaz de poner fin a la tensión psicológica que en ella se había creado, y de aliviar su incesante ansiedad. No podía evitar poner el grito en el cielo cuando su cerebro reconocía, dentro del amplio paisaje natural, algún diminuto gusano. Y, con sus nervios de punta, corría al lugar donde pudiera desaparecer cualquier imagen mental del repudiado animal. 

Desde temprana edad mostró una terca apatía por los temas y escenarios políticos, ella pensaba que un alcalde o un concejal no era la persona que, precisamente, se encargaba de poner el alimento en su mesa, y esto la mantenía alejada de los eventos democráticos que se celebraban en su natal pueblo, sobre todo de aquellos, en los que se negociaba a cambio de uno o dos billetes la voluntad política. Hasta que una de sus hermanas, cansada de esta  conducta que poco le aportaba al patrimonio familiar, quiso ponerle final a tan insensata forma de actuar. Y una tarde sin fecha la invitó, por no decir forzó, a asistir a una convención que un alabado partido de derecha organizaba en la plazoleta principal y que contaría con la participación de uno de sus principales representantes, quien venía directamente desde la capital de la República a recitar su discurso.

Las hermanas esperaban, muy cerca a la tarima que se había construido la tarde anterior, con el resto de la vibrante multitud la aparición del popular político, personaje que explicaría lo importante que eran cada uno de sus votos para mejorar el panorama nacional y para destruir de una vez por todas las absurdas pretensiones de un naciente partido comunista. Cuando este por fin tomó el micrófono, luego de una protocolaria introducción conducida por la respectiva animadora prepagada, la mujer pudo verlo con claridad, bajó la mirada para confirmar que sus manos no se habían convertido en patas de gallina y que su pecho no se había llenado de plumas, se erizó tanto que pensó que se había convertido en un pollo. Sus gritos retumbaron sobre las cabezas de todos los asistentes y evitaron dar por iniciada la esperada convención hasta que su boca, emisora de un atormentador escándalo, se encontrara lo suficientemente alejada del lugar del espectáculo. 

Ahora, cuando le preguntamos qué sucedió ese día y a qué se debió la desconcertante reacción, responde con la serenidad absoluta que le permite ostentar la camisa de fuerza del hospital psiquiátrico que lleva puesta: “yo era la única que me daba cuenta de que el político tenía cara de gusano”. 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Rafael Medellín Pernett
Inquisidor.