Enseñar historia en Colombia I

Hay que dejar atrás el excesivo énfasis en un descontextualizado recuento del conflicto armado interno, que tendría que tratarse sin duda, pero de forma diferente.

Opina - Educación

2018-01-25

Enseñar historia en Colombia I

En una decisión que fue bien recibida desde muchos sectores, se instituyó la cátedra obligatoria de historia para los colegios en Colombia, después de que se la desmontara en las décadas de los 80 y 90, dando luz a esa especie de Frankenstein que se llamó Ciencias Sociales y que aglutinaba esta disciplina, junto con la geografía y la democracia.

Sin embargo, la ley indicó que el regreso de la historia a las aulas de clase no podía afectar la intensidad horaria en ciencias, lenguaje y matemáticas, lo que implica una importante reducción al tiempo dedicado a las dos materias mencionadas en el párrafo anterior y que hacían parte de la clase de sociales y aunque la directriz es ciertamente comprensible, resta la mayor parte de su potencialidad, pues la historia regresa pero a las carreras, apretujada entre las demás asignaturas que un estudiante ve en el colegio.

Cuando se abandonó la enseñanza de la historia, se adujo que ésta tenía un carácter político y podría ser utilizada con propósitos particulares y para evitar ese tipo de percances, era mejor mantenerla lejos de la escuela, sin embargo, negar su carácter litigioso y su esencia interpretativa sería quitarle todo su peso, en la búsqueda de interrogantes y respuestas que permitan que nos pensemos mejor, mientras nos formamos como ciudadanos y creamos nación.

Y sí, una de las funciones que tiene la historia en la escuela es la creación del relato que llamamos historia nacional, con sus elementos comunes, aglutinadores, creadores de comunidad, por eso, considero que una cátedra de este estilo debería iniciar precisamente con ese tema ¿qué es la nación? ¿Dónde surgió? ¿En qué contexto? ¿Por qué? ¿Es natural y eterna? ¿Cuáles son sus características?

Ante el masivo desconocimiento entre las personas del común respecto de nuestro pasado, propuestas como las de Caracol y RCN cubren ese vacío, por eso, la costeñización de los productos del primero, marca la pauta y cuenta un relato que falto de profundidad y rigor no sólo entretiene, también establece imaginarios, un contenido cuya labor no es neutra ni en manera alguna inofensiva.

En el caso del segundo, su “actividad pedagógica” se vio exacerbada durante el gobierno Uribe, con su marcada y particular visión de la historia y el conflicto en el país, en lo que Fabio López de la Roche identificó como “nacionalismo antifariano” y sin ambages ni eufemismos era una labor promotora de la intolerancia y el odio, negacionista del conflicto, con pretensiones de objetividad, amañada, torcida, malintencionada, estigmatizadora.

Y todo eso en un contexto que ya de por sí es complejo y cuyas dinámicas nocivas tienden a reproducirse, entonces, el papel de la televisión en la práctica reemplazo de la actividad docente en los colegios, fue por demás conservadora y poco ilustrativa, dando pie a mayor desconocimiento y confusión.

Así las cosas, es necesario volcarse sobre temáticas que son cruciales para la generación de espacios comunes e imaginarios armónicos que permitan la construcción de comunidad, y para ello, es importante promover el entendimiento de temas como los que voy a enunciar a continuación, teniendo en cuenta que la mía es sólo una, entre muchas propuestas posibles:

Siendo Colombia un país de pretensiones multirraciales y que alberga en su territorio a mestizos, afros e indígenas sería interesante elaborar un apartado dedicado específicamente a la raza, dando luces a dinámicas que contribuyeron a agudizar escenarios de exclusión que actualmente siguen muy arraigados, tales como la estratificación de la sociedad durante la colonia, acorde a lineamientos racistas traídos por los españoles, en donde se erigió lo europeo-católico como correcto y dominante  y se ubicaba todo lo demás en el contexto de lo inferior, primitivo, etc., pasando por planteamientos como el del “pesimismo racial” de Laureano Gómez y el “racismo científico” de Jiménez López para así entender los orígenes del vigente clasismo que entre nosotros circunda y su asociación con las posiciones de poder, lugares de origen y roles en la sociedad, dado que estos fueron tomados de lo cotidiano, profesaron abiertamente y se utilizaron para pensar país hasta que terminaron configurando las subjetividades de muchos colombianos.

En el mismo sentido, siendo este país a la vez multirracial y provinciano, sería interesante explorar las migraciones –o para nuestro caso la casi total ausencia de ellas- de personas provenientes de otros países a nuestro territorio.

Durante el siglo XIX, los países latinoamericanos promovieron la llegada de población extranjera –se suponía que eran razas superiores- a cada uno de ellos en un contexto en donde se necesitaba mano de obra barata para reemplazar a las primitivas poblaciones, que eran vistas como no aptas para el trabajo.

En este sentido, Uruguay, Brasil, Chile, México, Argentina y hasta cierto punto Perú tuvieron experiencias relativamente exitosas pero Colombia no resultó atractivo para casi ninguna de las oleadas de inmigración de la época en razón de lo agreste del terreno y de la ausencia de libertad de cultos, por ende, el país se cerró al mundo exterior, cayendo en el provincianismo, la ignorancia y el estereotipo, pero también en la adoración del foráneo, elementos que aún hoy son comunes en la idiosincrasia colombiana.

Aquí sólo llegaron los libaneses, y de no haber sido cristianos se les habría expulsado.

A pesar de sus dos mares, Colombia se relegó a ser un lugar remoto, se ubicó en la periferia y el atraso, aún en América Latina.

Recién anteriormente, se dijo que una de las razones por las que Colombia no resultó atractiva fue el confesionalismo del Estado, la ausencia de la libertad de cultos.

Mientras Estados como el argentino y el mexicano promovieron la llegada de extranjeros, así fuese bajo prejuicios raciales, en el caso colombiano, se debatió ampliamente la idoneidad de las personas extranjeras que llegarían y a pesar de que dinamizarían la economía y generarían empleo con sus emprendimientos, el país se cerró las puertas al exigir la conversión al catolicismo de todos los blancos que llegaran, -sí, sólo se aceptaría gente blanca- por lo que éstos decidieron pasar de largo en busca de latitudes más tolerantes, ya que en su mayoría eran protestantes y esa corriente del cristianismo era vista con sospecha, por decir lo menos, entre la abrumadora mayoría de la población en el país.

Cuando México instauró su Constitución liberal de 1857 en Colombia se armaban guerras civiles a sazón de los devaneos diabólicos de los liberales con su influjo irreligioso, sus impiedades, herejías, en fin, disidencias respecto de las directrices papales y las ideas vaticanas, y si otros países hicieron su transición respecto de la distancia entre Iglesia y Estado de manera menos caótica, aquí ese cambio sólo pudo darse en 1991 y las posiciones librepensadoras o laicas todavía generan reticencias.

Cuando Ecuador instauraba sus reformas liberales, Colombia entregaba la educación de sus nacionales a la Iglesia católica a través del Concordato, pues el Estado no contaba con la capacidad de encargarse. Se promovió la intolerancia, las escuelas devinieron lugares de catequesis, se coartaron los debates público y privado.

Así, la cuestión religiosa también tendría que ser abordada, para brindar luz sobre sus nefastas consecuencias a largo, larguísimo plazo –ahora más de un siglo después- o sino miremos los movimientos anti aborto, adopción LGBTI, todo el barullo que generó la supuesta ideología de género y la sola existencia de personajes públicos como Alejandro Ordóñez o José Galat.

El cristianismo instituyó la represión sexual y el machismo a nivel nacional.

A mi juicio y más allá de la crítica o la loa, sería pertinente estudiar los intentos de  reformas liberales de la década de 1860 y su posterior desmonte durante la Regeneración, con sus orígenes y ecos en la forma de pensar de nuestras gentes y los procesos que eso generó.

Igualmente, en un lugar en el que lo estadounidense tiene tanto valor, estima y prestigio, sería interesante dar un vistazo a la independencia de Panamá como trauma nacional, con el debate que surgió a partir del hecho en los años diez del siglo pasado, la indemnización dada al gobierno por la intervención y el establecimiento del Respice Polum, lineamiento que daba primacía a los intereses norteamericanos por sobre todos los demás, bajo la idea de mirar a “la estrella polar” con su influjo civilizador y su progreso.

Este programa, instaurado en los veinte por Marco Fidel Suárez –parte del trauma por la separación- estableció la tradición de plegar los intereses nacionales a aquellos de los estadounidenses mucho antes de su ascensión como potencia mundial, entendiéndolos como el horizonte hacia el cual tendría que dirigirse la nación, todo a pesar de su posterior devenir anticomunista, que luego se volvió antinarcótico, y las guerras, muertes y negocios ilegales que se han gestado a partir de la sumisión del gobierno hacia la potencia, así como los imaginarios sociales sobre “el gringo” de presencia inmaculada –sobre todo si es rubio y zarco, otra vez la raza- que no camina porque vuela, que es culto aunque no lo sea, el que en la sociedad colombiana ocupa intrínsecamente la posición de dominio, de león, pero que a la vez es ingenuo y se puede estafar.

Y es que aquí, debido a la poca empatía que nos generamos entre sí –clasismo, racismo, machismo y otros ismos nocivos y tradicionales- y para con los otros, tumbar a los demás se ve como un acto de viveza, una acción casi honorable, que da fe de la debilidad del constructo social, de la artificialidad de la comunidad, de la nación.

De nuevo, más allá de la retahíla, si explicamos Respice Polum y en general el alineamiento con EE.UU. como un proceso social e histórico en las aulas de clase, los estudiantes podrán pensarse el país críticamente, poniendo el foco en un tema que nunca se toca en los colegios, pero que resulta sumamente útil para la comprensión de nosotros mismos.

Para terminar, en un país en donde el territorio es excesivamente grande si lo relacionamos con la presencia efectiva del Estado, en donde las nociones de selva muchas veces no pasan más allá observaciones sobre su impresionante exuberancia y la admiración por la riqueza de la flora y la fauna, sería indispensable pasar sobre la Expedición Botánica de Celestino Mutis y la Misión Corográfica de Agustín Codazzi, cuyos aportes no han sido capitalizados de forma clara y fehaciente en el sentido de generación de nociones de comunidad si ya no en torno a las características sociales de los habitantes, sí de la geografía que compartimos, tememos y en la mayoría de los casos, se nos impone como un terreno abstracto más allá de lo civilizado, desvalorando la riqueza hidrográfica única que poseen el Chocó y la cuenca amazónica, territorios habitados por aquellos que están y no pertenecen, vastísimos campos con apariencia de baldíos en donde prolifera vida y que no han sido lo suficientemente tenidos en cuenta en la historia del Estado colombiano, que los relegó al rango de “capitanías e intendencias” con la Iglesia jugando un papel importantísimo en la administración, hasta 1991.

Tendríamos que enseñar en las aulas las dinámicas de colonización en el sur del país y los llanos orientales, lo relacionado con la extensión de la frontera agrícola y la dicotomía hombre-naturaleza en Colombia.

Para crear nación, habría que poner luz en estos, entre otros temas, dejando de lado el excesivo énfasis en un descontextualizado recuento del conflicto armado interno, que tendría que tratarse sin duda, pero de forma diferente.

( 1 ) Comentario

  1. Muy ilustrativo, en verdad tiene la claridad necesaria. Ojalá Colombia encuentre la forma de ver las cosas como son.

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Andrés Santiago Bonilla
Politólogo de la UN. Estudiante de Relaciones internacionales con énfasis en medio oriente. Amante de la escritura, devorador de podcast, lector constante.