Los responsables de la guerra y la paz son los depositarios de las riquezas del planeta, de los países y de las pequeñas divisiones territoriales. No sé por qué culpan a los pobres de la violencia cuando esta siempre ha sido generada por los acaparadores en nombre de varios derechos humanos no reglamentados, principalmente el de la propiedad privada ilimitada y el de la libertad de empresa. Para buscar y hacer realidad el derecho a vivir dignamente, los pobres emplean todos los medios posibles, legales o ilegales, desde la huelga, el mítin, la movilización, el pliego de peticiones, hasta el atraco, el secuestro y el homicidio.
Claro que es preciso diferenciar los pobres de verdad, cuyos derechos básicos están insatisfechos, de quienes poseyendo recursos económicos suficientes o en exceso, en su afán por aumentar al tope sus posesiones, también cometen monstruosos delitos. Si la característica esencial de la especie humana es la inteligencia, ¿cómo explicar y justificar este comportamiento irracional, propio de brutos, carentes de esta cualidad? ¿O es que apenas estamos despegando en nuestra evolución?
Si la tierra es una selva en la que todos los seres vivos debemos someternos a una interminable guerra interna donde, en aplicación de las leyes de Darwin, sólo sobreviven los más fuertes y los demás mueren, entonces no hay motivo para quejarnos. De acuerdo con esa lógica, todo se viene dando como debe ser. Para qué reclamar igualdad social, justicia y democracia cuando estas no son más que ilusiones; utopías creadas por los más débiles, por los no osados, por los enemigos del progreso económico y por los incapaces de inventar, de crear, de competir y pelear con sus enemigos.
Las fieras tipo I, las más terribles, como las del Club de Bildelberg y diferentes sectas, con sus seguidores en el planeta, utilizan armas muy efectivas para cazar sus presas. Entre ellas están las ideas religiosas, mediante las cuales crearon historias fantásticas, paraísos e infiernos, premios y castigos, milagros, santos, pecados, absoluciones, dogmas, códigos morales, cultos y seres mitológicos que hacen posible lo imposible. De modo que si algún humano se rebela contra este sistema de creencias, irá al fuego eterno, pero si se somete resignadamente será premiado con la felicidad después de su muerte. Para esas fieras lo mejor es mantener sus presas en completa ignorancia para que crean estos cuentos sin ponerlos en duda. “Gracias a dios pude hacer el gol”; seguramente el portero estaba de parte del diablo.
La paz completa sería la ausencia de la lucha de clases, algo hasta ahora imposible de alcanzar. En algunos países donde establecieron temporalmente la igualdad social, quienes se creyeron superiores se rebelaron y reemplazaron pronto ese modelo por el de la libre competencia y del acaparamiento desmedido; en otros lo conservan mediante la dictadura proletaria y en otros está pendiente su permanencia, su derrumbe o sus eventuales mejoras a través de la decisión democrática del pueblo.
Es la interminable confrontación entre dos cosmovisiones antagónicas: individualismo contra colectivismo, egoísmo contra solidaridad, exclusión contra inclusión; esta última es la adecuada para la convivencia pacífica entre los seres humanos, pero ¿cuántos siglos tardaremos en asimilarla y practicarla?