La corrupción, el cáncer colombiano

La vez que el conductor del bus le entregó, por error, más de la devuelta que le correspondía y usted se quedó callado; esa ocasión en la que usted se metió en la fila del banco; la vez que copió de su compañero en el examen; por simples que parezcan las acciones, no dejan de ser actos corruptos.

Opina - Sociedad

2019-07-12

La corrupción, el cáncer colombiano

Autor: César Augusto López Ciro

 

Nuestra carta magna, la Constitución Política de Colombia de 1991 que, se supone, es la obra más importante en la legislación nacional, está en gran parte influenciada por las ideas de la Revolución Francesa y sustentada en las ideas de democracia de Montesquieu y Rousseau.

El problema del sistema colombiano, tal cual lo describe Gerardo Molina en su obra Proceso y destino de la libertad, es que la gente pierde sus libertades y se somete a un contrato, en este caso la aceptación del Estado como quien vela por un bien común, pero ese Estado debe estar basado en una voluntad general, según Rousseau. Sin embargo, estas se corrompen cuando los soberanos empiezan a tomar el rumbo a través de las voluntades particulares.

Colombia presume que se sostiene sobre esas ideas de Rousseau, pero la corrupción es justamente el rompimiento de la voluntad general de la que hablaba este pensador.

El poder ha quedado en manos de una pequeña élite y las desigualdades básicas de la sociedad colonial perduraron; incluso, en cierto modo, se vieron agravadas.

El continente olvidado de Micheal Reid retrata la debilidad en la que se convirtieron una serie de protecciones legales de las tierras comunales indígenas, ocasionada por el compromiso liberal que se dio con la propiedad privada.

Para Reid, en muchos países de América Latina, hoy el Estado es débil e ineficaz, debido a que está sujeto a la compincharía patrimonial de la burocracia mesocrática, proclamada por Max Weber como el sello distintivo del Estado Moderno.

Pareciera que ya es normal que los gobiernos hagan las cosas mal; no es raro que en un país como Colombia exista la pobreza extrema, que la falta de agua potable en muchos pueblos sea causante de enfermedades, que la alimentación escolar sea un naufragio, que la educación no sea una prioridad en inversión, que la salud sea cada vez peor, que los políticos aumenten su capital y así por el estilo un sinfín de casos que ya no son preocupación primaria en nosotros; todo enmarcado con un solo nombre: corrupción.

Dentro de todo este universo, de las cosas que más preocupa es que ese síndrome ha permeado al ciudadano, al individuo que habita esta sociedad. “En todos los hombres está presente la corrupción: solo es una cuestión de cantidades”, decía el escritor y diplomático Carlo Dossi. Una contrariedad que se agudiza con los cambios de cultura. Lo que para muchos países es un acto de reproche y castigo, en Colombia aún no lo es.

La vez que el conductor del bus le entregó, por error, más de la devuelta que le correspondía y usted se quedó callado; esa ocasión en la que usted se metió en la fila del banco; la vez que copió de su compañero en el examen del colegio o cuando falsificó una incapacidad médica para no asistir al trabajo; por simples que parezcan las acciones, no dejan de ser actos corruptos.

El problema es que nos interesa tan poco cambiar la base, que no hacemos nada para combatir la situación, convirtiéndonos en cómplices de los hechos y agravando la contrariedad.

Pero para eso es necesario entender los diferentes contextos, debido a que no son iguales las maneras de darse el problema. Tal cual lo afirmaba el filósofo, docente e investigador de la Universidad Externado de Colombia, Ángel Facundo Díaz, al referirse al fracaso de las políticas públicas contra la corrupción como una consecuencia de la homogeneidad. Este fenómeno, de tentáculos y escamas, se reproduce de diferentes maneras, de acuerdo con el contexto social y el consentimiento de distintos factores.

Y no es que los funcionarios públicos y políticos en general no se aparezcan por las comunidades más afectadas, ¡claro que lo hacen!, pero en épocas de campaña para llegar al poder y, cuando por fin lo logran, no vuelven a asomar las narices por allí.

Lo más triste de ello es que los pocos recursos que se destinan a las obras sociales de estos territorios van a dar a las madrigueras de aquellos que se hacen llamar “doctores”.

Se hace más necesaria una revuelta del pueblo, el que, según Enrique Dussel, es quien tiene el poder. Basta con entender la dimensión del concepto y así entre todos llegar a un consenso para acabar con la plaga de roedores que tienen enfermo al país.

No obstante, la incoherencia aparece cuando nos convertimos en sujetos que obedecen y no proponen, apoyando consciente o inconscientemente las ideas que nos han vendido y que finalmente nos termina convirtiendo en causales de este cáncer.

Terminar de contar los casos de corrupción en Colombia agotaría la esperanza que queda en muchos de ser un país mejor; y no es que sea imposible, sino que en gran parte depende de lo mucho o lo poco que hagamos.

La Revista Semana publicó un informe de los casos de corrupción más comunes que se presentan en Colombia; en él se resumen los hechos más simples que han afectado la desigualdad.

“Desde una plaza de mercado que no se construyó, pero la pagaron; pasando por el empleado de un juzgado que estafó a una mujer con un falso remate; el funcionario de la Unidad de Víctimas que se ‘guardaba’ las ayudas de los beneficiarios; la empresa que dejó sin internet a 149 escuelas y un policía que frustró un robo, pero se habría quedado con el botín”.

No hay que dejar de lado las expresiones y movilizaciones ciudadanas que se han dado en torno a este problema con acciones efectivas. No se desconoce el trabajo arduo realizado por medios de comunicación independientes que han contribuido a la consolidación de una oposición ante el abuso de poder.

Para que exista tal virtud, el político debe ser obediente a las necesidades del pueblo, quien finalmente es quien tiene ese poder, el representante escuetamente lo ejerce. Míseramente el político colombiano solo ha buscado las maneras de crear nubes de humo que ahuyenten el fuego, que definitivamente resulta siendo la base principal del problema.

El corrupto cree que es la sede del poder y por eso domina; y al que no le obedece, lo castiga. “El que no me obedece le aplico la ley, pero esa ley está pensada para los poderosos y no para el pueblo; ahí está la importancia de reformarlo todo”, dice Dussel. Hay que empezar de la base y llegar a la cima, pero ¿somos individuos que se comportan con transparencia? Tratemos de caminar derecho…

 

 

Foto cortesía de: Noticias Caracol

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

César Augusto López Ciro
Comunicador social - periodista en formación. Amante de la lectura, la radio, la televisión y el buen periodismo escrito. Recorrer las calles y hablar con su gente es mi principal inspiración para escribir.