Isla Fuerte: entre los azares y los humores de un recóndito paraíso

Tras realizar una inefable aventura, en medio de un mar azul, sentí que algo había cambiado en mí. 

Narra - Ambiente

2020-02-18

Isla Fuerte: entre los azares y los humores de un recóndito paraíso

Columnista: 

Johnatan Cabria

 

El 10 de octubre de 2019 visité el corregimiento de Paso Nuevo, ubicado en la costa de San Bernardo del Viento —en el departamento de Córdoba, Noroccidente de Colombia—, un caserío pequeño a la orilla del mar.

Cuando me encontraba allí, en el parque principal —que hace las veces de puerto de lanchas—, llegó hasta mí desde el horizonte y, a través de las olas, un llamado o, mejor, un sonido extraño que retumbaba en mi corazón. Fijé mi vista en una pequeña línea gris que se veía a lo lejos y desde donde sentía que venía ese rumor. Esa línea es Isla Fuerte y, a partir de ese momento, no pude pensar en otra cosa más que en conocer dicho lugar.

Dos meses después, recorría la vía que de Lorica conduce a San Bernardo del Viento, listo para la aventura de conocer la isla. Mientras avanzaba por la carretera pensaba en la niebla que cubría poco a poco las copas de los árboles, la cual, en esta parte del mundo, es un indicador inequívoco de calor y, por lo tanto, de problemas para la aventura que me proponía.

En esta época del año las corrientes de aire caliente hacen que el oleaje en el Caribe sea especialmente fuerte y agresivo, por lo que ir hasta Isla Fuerte en una embarcación pequeña puede convertirse en una misión difícil de realizar.

Cuando llegué a Paso Nuevo las cosas no pintaban bien. El oleaje era fuerte y todo indicaba que no podría partir ese día, sin embargo, uno de los lancheros me abordó y me ofreció llevarme hasta la isla por quince mil pesos, no pude rechazar una oferta tan buena y partimos tan pronto la lancha completó su cupo.

Apenas saliendo del puerto de Paso Nuevo pude ver a mi derecha una pequeña isla, no más grande que dos o tres cuadras de cualquier ciudad, esa es Isla Ancón, un truño de tierra que emerge desde el mar para recordarnos que la Cordillera de los Andes se extiende más allá de nuestra vista en lo profundo del océano.

La lancha comenzó a serpentear entre las olas, a veces paraba, corregía el rumbo y volvía a avanzar, esto se debe, según me explicó el lanchero, a que desde Isla Ancón hasta Isla Fuerte y Tortuguilla se extiende una red de cordilleras submarinas que surcan las entrañas de la tierra para conectar estos paraísos tropicales. Estas cordilleras hacen que los lancheros deban trazar rutas precisas y, así, evitar rocas u oleajes muy fuertes en algunos puntos.

El viaje en lancha duró unos 40 minutos, que se sintieron como 10, por lo divertido de «cabalgar» entre las olas. Cuando te acercas a Isla Fuerte empiezas a ver los vestigios de antiguas casas devoradas por el mar, producto de la arremetida del cambio climático. Una vez allí, comencé a recorrer las calles, las primeras llenas de vida, de personas amables, de burros transportando carga en el estrecho pavimento.

Este pequeño caserío pertenece administrativamente a la ciudad de Cartagena, sin embargo, para llegar desde allá una persona tardaría 6 horas que, sumadas a la incertidumbre de los azares y humores del océano, hacen que las relaciones entre estos lugares no sean tan estrechas.

La mayoría del comercio se realiza con el departamento de Córdoba. Desde San Bernardo y Moñitos se traen materiales de construcción como ladrillos, baldosas, eternit; y alimentos como carne, legumbres, cerveza entre otros, por lo que la relación con dicha zona del país es estrecha. En Cartagena, dice un poblador, solo se acuerdan de que la isla existe cada 4 años, cuando algunos concejales llegan hasta ella a «pescar votos», ofreciendo plata y licor para salir elegidos.

Pasadas las primeras calles visité La Bonga, un árbol gigantesco que marca el centro de la isla y donde se encuentra un complejo deportivo donado por la nación cuando Andrés Pastrana era presidente. Luego de ese lugar, el pavimento se termina y, por un camino largo y estrecho, hice una caminata que me permitió conocerla a fondo.

Pude ver algunos potreros con pequeños cultivos y algunas vacas, al final del camino llegué al «faro», que no es más que una torre telefónica con un gran bombillo. La verdadera sorpresa se encuentra unos pasos luego de este, en donde redescubrí la cueva que Henry Morgan y Antonio de Arévalo habían hallado cientos de años atrás.

Volví sobre mis pasos hasta la playa en donde me esperaba un mar azul con unas aguas que me transmitieron una energía única, poderosa e inefable. Hacia las dos y media de la tarde partí de vuelta con la sensación de que algo en mí había cambiado, la verdad, no acierto a saber qué.

 

Fotografía: cortesía de Tom Plan My Trip

 

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Johnatan Cabria
Profesional en lingüística y literatura. Lector de economía