Fin del Conflicto, ¿Qué viene después?

Opina - Conflicto

2016-07-24

Fin del Conflicto, ¿Qué viene después?

La expectativa cada vez es mayor. Este semestre se firma el acuerdo de paz y, con la aprobación de la Corte Constitucional, la campaña por el plebiscito empieza a tomar protagonismo. Pero más allá de la victoria que conseguiremos en las urnas, es momento de entrar a proyectar lo que viene.

El proceso de negociación del fin de la guerra entre las FARC y el Gobierno Nacional abre, en mi opinión, una ventana de oportunidad de cambio para el país, pero no será suficiente. Construir la paz no es solo hacer reformas de política pública sino reformar completamente la forma de hacer política, reformar los mismos tomadores de decisión política.

Si la construcción de la paz no cuestiona los poderes que han vivido de la guerra (que no es solo los brazos armados de guerrilla y ejército) la paz será manipulada, engañada, manoseada y con ello, la expectativa de los colombianos, de nuevo, decepcionada. A continuación presento el horizonte de la paz, tal como la está concibiendo el gobierno del presidente Santos y la necesidad de profundizarlo con liderazgos de paz ciudadanos que se disputen el poder con los grupos y familias de antaño que proyectan solo una paz tibia, superficial, interesada.

Sabemos que la firma de la paz es la finalización del conflicto con las FARC que conlleva tres fundamentos importantes: 1) procesos de garantías, desarme, desmovilización y reintegración (DDR) para exguerrilleros y redes de apoyo; 2) realidad efectiva de justicia, verdad, reparación y no repetición para víctimas y, sobre todo, 3) la intención de «no reciclaje» de la guerra a partir de propiciar cambios rurales y políticos tanto en las zonas más afectadas por el conflicto, -tal como se tiene lineado en la Reforma Rural Integral y la puesta en marcha de los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET)- como en medidas de impacto nacional como la serie de reformas contempladas en los procesos electorales y de participación política (ver informe de la MOE), entre otras.

Seguro no todo será perfecto y completo, pero en materia de la guerra con el grueso del ejército de las FARC se cumplirá. Tengo fe en ello y por eso digo, sin dudarlo, SÍ a la Paz.

Pero ¿qué viene después? El Alto Comisionado para la Paz, Sergio Jaramillo, ha llamado «transición en Colombia» (Ver Link) al proceso posterior de la firma de las negociaciones en La Habana que no consiste en solo responder a los más de 115 compromisos concretos (tal como dice el Ministro-Consejero Rafael Pardo) que hasta el momento llevan los diálogos entre el Gobierno y las Farc. Más allá de tal cumplimiento de lo acordado, la “transición”, afirma Jaramillo, tiene que ver con los principios motores, con los pilares y fundamentos en sí mismos de la construcción de la paz, a saber: temporalidad, excepcionalidad, territorialidad, participación y reconciliación.

Tales pilares orientan el marco de acción y la forma como el Estado debe saber-hacer las cosas. El Alto Comisionado ha afirmado que el pos-conflicto implica que el Estado no solo no sea factor de promoción de nuevos conflictos (como ha ocurrido históricamente por acción u omisión) sino sobre todo un Estado diferente en su actuar que sin duda alguna conlleva la apropiación de distintos y nuevos enfoques de política.

Por ejemplo, la “transición” que se acordó en La Habana plantea, a mi modo de ver, dos hitos fundamentales:

1) el enfoque territorial que plantea un derrotero de construcción de política pública no realizado nunca antes a nivel nacional donde se supera la visión sectorial (de proyectos de cada ministerio o entidad) o la perspectiva poblacional (diferenciación por edad, sexo, grupo étnico, etc) sino que todo ello es recogido desde la comprensión del territorio como el piso común de la comunidad y como centralidad que debe articular toda política pública. Cada territorio es un conjunto de relaciones humanas diferentes, históricas y de condiciones socieconómicas, de expectativas y de frustraciones, de necesidades pero también de capacidades. El territorio es el encuentro de todos y de todas.

Recuperar esa noción, que es defensa de antaño por comunidades indígenas, negras y campesinas es principio sine quanon de la paz. La paz debe ser territorial, no se impone desde Bogotá. Eso es un avance.

2) La participación ciudadana como elemento transversal a todo tipo de acción a implementar. Paralelo a la participación política y representativa que debe ampliarse y blindarse, la participación ciudadana es una deuda histórica del Estado, esa participación que no es solo consultiva sino realmente incidente, decisoria. La comunidad es la que realmente debe decidir en qué, cómo y dónde debe recaer la acción del Estado pues es ella quien conoce sus problemas y sus demandas. Si en verdad el Gobierno Nacional se está tomando en serio la participación comunitaria donde el Estado construye con la gente las acciones a implementar, Colombia puede entrar un cambio positivo sin precedente.

Esperemos que el enfoque territorial y la participación incidente de la que hablan los acuerdos y la delegación del Gobierno pueda ser una realidad y no, de nuevo, un sueño inconcluso.

Los dos hitos expuestos, los 5 fundamentos del posconflicto que invito a leer del texto de Jaramillo, la respuesta satisfactoria de los 115 o más compromisos acordados en La Habana, sientan las bases de una construcción de la paz que posibilitará el avance de ciertos cambios territoriales, buscará el “cierre de brechas” socioeconómicas entre regiones, tendrá una apertura política necesaria, logrará dividendos económicos y sociales y dignificará la vida de muchos compatriotas, pero con todo eso, si se logra (y ojalá que se logre) no será suficiente.

Construir la paz, consolidar una sociedad de paz, conlleva no solo la necesidad de generar mecanismos y condiciones de resolución de conflictos sin recurrir a la violencia sino, especialmente, la posibilidad de creación de proyectos colectivos, de consolidación de bienes comunes, de sueños compartidos como comunidad, de velar por la recuperación del bienestar general.

En algún momento de nuestra historia se nos negó ese sueño colectivo. La patria quedó apropiada para unos grupos, para algunas familias. Esa privatización de la nación, esa exclusión de poder ser en Colombia generó la guerra. La construcción de la paz, por tanto, implica hacer un país para todos y todas, o, por lo menos, para las mayorías, es decir, hay que reinventar el país, y eso implica, superar no solo el protagonismo de los fusiles en el campo sino los actores políticos que nos condenaron a vivir en guerra por más de 60 años.

La paz de Santos no plantea la construcción de la paz de esta manera. Aún se guarda el derecho de ser una paz limitada, una paz privilegiada que no toca ese poder que ha propiciado la guerra. La paz de Santos-Farc no es solo DDR, pero los alcances están por verse en lo referente de hacer una mejor y nueva Colombia. La construcción de la paz, mejor aún, construir el país en perspectiva de paz, implica un cambio de paradigma de lo que hasta ahora se ha hecho en nuestra historia.

Niña indígena. Imagen cortesía de: impactoevangelistico.net

Niña indígena. Imagen cortesía de: impactoevangelistico.net

Si la paz es un cómo, está atravesado por una visión diferente de mundo. ¿Diferente a qué?: a cómo hemos vivido en situación de guerra y de cómo se han tomado las decisiones políticas en el país. Y esa posibilidad de marcar la diferencia con ese pasado a superar, de realmente pasar la página del horror y de la naturalización de ese horror, debe conllevar un cambio en los imaginarios sociales, en las formas de relacionamiento, de comprensión del otro, de valores, de creencias, de gustos, de éticas, en definitiva, de cambios de la misma cultura colombiana en favor de la construcción del proyecto colectivo popular y ciudadano varias veces cercenado por aquellos del poder que han secuestrado el país.

Pero también implica crear y garantizar los mecanismos para que las comunidades puedan acceder a los beneficios de la riqueza construida entre todos, las estimaciones son que con el Acuerdo de paz firmado con las FARC –EP el país podría crecer entre 1 y 2 puntos adicionales del PIB, ese crecimiento de la economía y particularmente de esos 8 a 16 billones de pesos adicionales que se obtendrían deberían ser utilizados gran parte de ellos para el bienestar social de las comunidades. El cambio del paradigma de la guerra al paradigma de la paz está por verse y será de continua tensión. La “transición” de la que habla Jaramillo no es suficiente, se quedará corta o tal vez exigirá en sí misma, la necesidad de un proyecto que la profundice superando el monopolio del poder, o en otras palabras, que profundice la democracia.

Pero este momento de transición generará (ya lo está haciendo) una fuerte lucha. El tránsito de la guerra a la paz no es como el invierno que le abre paso gentilmente a la primavera. Por el contrario, es como el rayo de luz que debe abrirse paso, a la fuerza, atravesando la neblina y la oscuridad. Y esa batalla política no es, como erróneamente insisten algunos, entre el sector de Uribe y el sector de Santos. El poder tradicional es capaz de reagruparse con tal de no permitir la incursión de alguien que quiera profundizar esos cambios que necesita el país de la gente común y corriente. Aún recordamos que el gran anhelo del pueblo, Jorge Eliécer Gaitán, fue asesinado bajo el beneplácito entre las élites conservadoras y liberales, y que fueron ellos, aparentemente diferentes, los que repartieron el país por igual en el Frente Nacional. En la génesis de este conflicto que se termina, se encuentran los grupos de poder tradicionales. No es entre ellos la disputa real por el nuevo país en paz: no es la falsa disputa entre Lleras, Uribe, Santos, Zuluaga, Ramírez, Gaviria. La construcción de la paz dependerá de la tensión de fuerzas entre la gente y las élites, entre los ciudadanos de a pie y los mismos de siempre, entre las nuevas ciudadanías con sus nuevos liderazgos y los viejas familias. Manos a la obra.

Paz, contigo todo, sin ti nada. Somos la Generación de la Paz.

 

Publicada el: 24 Jul de 2016

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David Racero Mayorca
Representante a la Cámara por Bogotá. Filósofo. Magister en Ciencias Económicas. Doctorando en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales.