Fanatismos desatados, otro efecto de la pandemia

La polarización política colombiana, no es más que una pelea entre fanáticos; liderada por la derecha recalcitrante, que, exaltando los ánimos de muchos, ha logrado crear una guerra fría, en la que sectores de izquierda y centro izquierda se sienten cómodos, siendo partícipes de ese juego de poder mediático.

Opina - Política

2021-02-24

Fanatismos desatados, otro efecto de la pandemia

Columnista:

Daniel Fernando Rincón

 

En el marco de la multicrisis desnudada por la pandemia por la COVID-19, se ha evidenciado una situación que empieza de nuevo a cobrar relevancia y que amenaza con sumarse a la crítica situación del país del Sagrado Corazón: los fanatismos y dentro de ellos, los religiosos, por supuesto.

El pasado 28 de enero, en el corregimiento de Isabel López, en Sabanalarga, Atlántico, 20 personas apegadas a su fe y a su religión, esperaban la segunda venida de Jesucristo, el Dios encarnado en el que cree el 90 % de la población colombiana, y que, según el líder de su comunidad, Gabriel Alberto Ferrer Ruíz, llegaba ese día.

Según lo reportado en medios de comunicación, 20 personas; entre mujeres, niños y jóvenes asistentes a una congregación llamada Iglesia Cristiana Berea, llevaban varios días en ayuno en la casa del «pastor» Ferrer; tanto así, que enterados de la situación por intermedio de la Alcaldía de Sabanalarga, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar debió intervenir para restituir los derechos de algunos niños que también estaban sometidos a ese régimen de abstinencia.

Esta situación, en un país como el nuestro, donde la ley de libertad de cultos da para que, sin requisitos mínimos de regulación, en garajes de casas se instalen comunidades religiosas y espirituales de base bíblica (no necesariamente iglesias cristianas-evangélicas), no es extraña, algo que se evidencia en el índice de secularización que presenta el informe de La Cuarta Medición del Capital Social en Colombia, del año 2017, realizada mediante la metodología BARCAS.

El Barómetro de Capital Social (BARCAS) es un ejercicio iniciado en 1997, que busca diagnosticar los aspectos más relevantes para fomentar el capital social y la acción colectiva democrática e institucional en Colombia. El instrumento de medición que empleó el BARCAS en 2017 estuvo compuesto por 350 ítems o preguntas, que se agruparon aproximadamente en 55 variables, agrupadas a su vez en 11 dimensiones, cuya información se condesó en cuatro factores que sirven como medidas generales del capital social, la fortaleza institucional y el compromiso ciudadano en el país.

De acuerdo con lo reportado en dicho informe, la secularización de la sociedad civil, es decir, el porcentaje de organizaciones voluntarias que son seculares en el país ha ido cayendo en todas las mediciones que se han realizado: de un índice de 57 % en 1997 (57 % de las organizaciones voluntarias en ese año eran seculares), se pasó a un índice de 22 % en 2017; cifra que comparada con los datos que ofrece la medición de la Encuesta Mundial de Valores de 2020, ubica a Colombia como el país del mundo con el menor índice de secularización de la misma.

Al revisar en detalle, de las nueve organizaciones voluntarias por las que se pregunta en la Encuesta Mundial de Valores y que son las mismas por las que se pregunta en el BARCAS, para 2017, en el país, el 31 % de los encuestados (la mayor cifra de la muestra) afirmaron que eran miembros activos de organizaciones religiosas, mientras que el 1 % afirmó ser miembro activo de organizaciones de caridad, sindicatos y partidos políticos. Para organizaciones voluntarias de tipo ecológico o gremial, se reportó el 0 % de membresía activa.

En ese escenario de baja secularidad y alta participación de la sociedad civil colombiana en organizaciones religiosas, no es extraño que emerjan discursos de personas que posando de líderes religiosos y que, basados en su propia interpretación, en eso que llama García Gómez-Heras (2016) «accesos de histeria mística» [1], le pongan fecha a la venida de Jesucristo como hizo Ferrer o le hayan puesto fecha de caducidad a la pandemia, tal como lo afirmó Gustavo Páez, líder religioso bogotano.

El señor Páez, en palabras de García Gómez-Heras, en un «arrebato impregnado de furor divino», llegó a afirmar, el 13 de marzo de 2020, en Twitter «este VIRUS cometió un error y fue tocar la iglesia, por eso está sentenciado a extinguirse ANTES DE 30 días. ¡Se va y no tocará a ningún hijo de Dios! Todas las Iglesias debemos estar abiertas, pues es la esperanza de la sociedad».

Esta afirmación no pasó desapercibida, precisamente por el desafío, no solo contra la normatividad diseñada en ese momento para la prevención y reducción de los contagios del mortal virus, sino también por la capacidad de convocatoria que este tipo de líderes tiene en la sociedad.

Según García Gómez-Heras (2016), la posesión incuestionable de la verdad, exige al fanático el compromiso ético de predicarla y defenderla con un entusiasmo en el que prevalece la emotividad sobre la justificación científico-racional, por lo que no es extraño lo dicho por Páez, el 14 de marzo, también en Twitter, lo cual configura plenamente, un acto propio de un fanático: «estoy feliz y agradecido al saber que coincidimos en que la sentencia contra este virus se ejecutará. GRACIAS POR LOS INSULTOS, no pensé que existiera tanta gente necesitada del amor de Dios. Oraré por Uds. ¡SANOS EN CRISTO! #CoronavirusColombia #FueraCoronavirus”.

Después de once meses de encierros recurrentes; casi 60 mil muertos por el contagio del virus; más de 100 feminicidios vinculados directamente a la pandemia; una contracción de -6,8 % en el producto interno bruto; y cientos de suicidios generados por las múltiples quiebras económicas, parecen evidencias suficientes para pensar que el dios al que le ora el pastor Gustavo Páez, es el mismo dios del pastor Ferrer, que le indicó que venía el pasado 28 de enero.

Ahora, aun cuando el fanatismo en una cultura cristianizada como la colombiana, lastimosamente está ligado al aumento de cristianismos distintos al católico y religiones y espiritualidades basadas en la Biblia, como lo evidencia la Cuarta Medición de Capital Social, que reporta que en un periodo de 20 años, el porcentaje de personas que se consideran católicas cayó de 81 % a 49 % y todos los demás grupos o religiones cristianas pasaron del 5 % al 27 %, el mayor aumento en las mediciones; este, también se inscribe en el ámbito político.

Encontrar coincidencias en la postura corporal de la primera  persona vacunada contra el COVID-19 en Sincelejo, Sucre, con el logo del partido de Gobierno; pretender que luego de proferir cientos de improperios contra un sector político, este se adhiera a un pacto histórico, que curiosamente excluye al partido político surgido de los acuerdos de paz; señalar que el pasado guerrillero de un excandidato presidencial es el mejor argumento para hacer campaña en su contra, son manifestaciones del fanatismo, que en palabras de Julián Pérez Porto y María Merino (2009), citados por Rodríguez-Gómez (2018),[2] es «el apasionamiento de una persona, por defender con tenacidad demasiada sus creencias y opiniones. También puede ser alguien que se entusiasma o se preocupa ciegamente por algo».

Justamente, ese apasionamiento en la defensa de sus creencias y opiniones, esa «exaltación excesiva, obsesiva y hasta enfermiza en la valoración o defensa de un sujeto, tema, acción o idea» como define Schwartz (1998) al fanatismo, es lo que podríamos afirmar, la esencia misma de la «polarización política» en la que el partido de Gobierno nos ha embarrado desde el momento mismo de la posesión del presidente en 2018 y con la que sectores afines al movimiento del senador Petro y personas de ideología de centro se han dejado untar, siguiéndoles el juego.

En otras palabras, la polarización política colombiana, no es más que una pelea entre fanáticos; liderada por la derecha recalcitrante, que, exaltando los ánimos de muchos, ha logrado crear una guerra fría, en la que sectores de izquierda y centro izquierda se sienten cómodos, siendo partícipes de ese juego de poder mediático.

Ante tanto ánimo exaltado, ante tanta emoción reprimida, ante tanta desesperanza rampante, ante tanta necesidad de un ancla, parece ser que el apego a las ideas de algunas personas carismáticas; que tratan de darle sentido a una realidad ridículamente trágica e insípida, es una salida para muchas personas en nuestro país, con lo que se haría necesario empezar a prestar atención, no solo a la salud mental de la población colombiana, sino también ahora que se avecinan campañas electorales, a los mensajes políticos, nebulosos por definición.

En este punto, no sobra recordar una frase que se le atribuye a Kofi Annan: «la fe produce respeto, y el fanatismo provoca el odio».

Fuentes:

[1] García Gómez-Heras, J.M. (2016). Sobre el fanatismo religioso y también… el político. La albolafia – Revista de Humanidades y Cultura No 6.

[2] Rodríguez-Gómez (2018). Fanatismo religioso: ¿una realidad en Puerto Rico? Ciencias de la Conducta 2018. Vol. 32. Núm. 1- pp. 153-170.

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Daniel Fernando Rincón
Zootecnista Universidad Nacional de Colombia sede Bogotá. Candidato a Magíster en Producción Animal. Girardoteño. Protestante desde tiempos inmemorables. Luterano. A veces escribe en portales de opinión.