¿Qué es lo que pasa con la lectura? A nadie le gusta. Es una palabra que, de solo escucharla, aburre. No, el problema es que nadie entiende que no significa lo mismo para todos.
Puede que a cualquiera no le divierta «El coronel no tiene quien le escriba», por ejemplo. O le gusten los reportajes económicos en el periódico. Tampoco debe amar a Isabel Allende, a Vallejo o a Capote. Cuando uno abre un libro, no tiene ningún compromiso aparte de disfrutar. Porque a nadie se va a satisfacer, más que a uno mismo. La verdad, los libros son como prostitutas literarias, pero shhh.
Así a alguien le encante leer las instrucciones del champú mientras está en el baño, los portales web con notas de farándula o hasta los relatos eróticos en internet, no debe cohibirse. Ya que lo que sea que lea está bien, mientras lo disfrute. Pero, lo que no debe es privarse de algo tan maravilloso que se puede lograr solo con los ojos.
En mi caso, por ejemplo, de niña fui lectora (más por influencia de mis padres, lo acepto). Me gustaban los libros de cuentos y más adelante, los de Escalofríos. Creo que ese fue uno de mis primeros fanatismos. «Sangre de monstruo», «El espantapájaros ronda a la media noche», «Sonríe y muérete». Títulos muy sugestivos para una niña, ¿no? Pero que llenaban mi infante mente del extraño placer que es leer sin aburrirte, sin querer parar y sin obligación; solo por deseo.
Después, en el bachillerato, me hicieron leer varios buenos libros. Pero, quizá ahí estuvo el desencanto, el tenerlo que hacer por obligación. De manera que me gradué con una gran pereza a medio ver cualquier texto. Aparte de eso, estudié Comunicación social y extrañamente (lo digo por mi profesión) al graduarme pensé que, de alguna manera, por fin había finiquitado mi relación con ese extraño hobbie de intelectuales. Durante cinco años le agregué tantas fotocopias a mi historial de lectura que, con el diploma en la mano, pensé: «¡Nunca más!».
Y pasó mucho tiempo sin que leyera por placer. Aquí, entre nos: Trabajé en un periódico que ni ojeaba… Pero, todo dio un giro fantástico y para esto, fueron necesarios varios sucesos: Primero, descubrí un portal web increíble (un poco sencillo, pero grande en placer) llamado «Letralia», el cual contiene, entre muchas categorías, una maravillosa para mí llamada «Letras», en la que publican excelentes cuentos y poemas. No disfruto tanto los segundos como los primeros (aplica para cualquier contexto) y aclaro que cuento no solo significa un conejo caminando por el bosque. Me refiero a historias sobre personas, viajes, amor, drogas, muerte, etc. Ese tipo de cuentos, relatos cortos y apasionantes. ¿Se anima?
Además, me empezó a llegar al correo electrónico un boletín del periódico aquel y por curiosidad, comencé a abrir los enlaces. Pues, ¡sorpresa! Resulta que estar informada es interesante y ahora sí parezco comunicadora social, leyendo las noticias; lo cual se suponía que debía hacer desde el primer semestre.
Y para finalizar mi lista de sucesos: Cursé un par de talleres literarios, en los cuales me mandaron a devorar libros maravillosos, como «El café de la juventud perdida» o «Hiroshima» y entonces, algo se encendió en mí, algo que estaba dormido desde mi infancia. Redescubrí la lectura y recordé que me gusta. En especial, la de historias cotidianas, más bien urbanas. Y reafirmé que hay que leer por simple capricho. En serio. Y a mí me da la gana de leer cuando un título me motiva o cuando veo una crónica o un reportaje sobre un tema llamativo. Lo que sea, pero solo por eso.
Ahora, por ejemplo y es el motivo real de esta columna, estoy totalmente sumergida en un ser maravilloso llamado Ana Frank. Y quiero que, si usted no es muy amante de leer (aunque, si ha llegado hasta acá, es buen comienzo), considere que hay una niña judía de 13 años escribiendo un diario, escondida con su familia durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, a veces, esta niña hasta se me asemeja a un youtuber; ya que, todos los días, prácticamente, cuenta todo lo que hace y lo que piensa.
Pero, ojo, le aclaro que ella es todo, menos estúpida.
Imagen cortesía de Ecos del Combeima.