Entre balas y nostalgia excombatientes abandonan el ETCR de Ituango

El grupo de firmantes de la paz asentado en Ituango se prepara para un desplazamiento masivo en búsqueda de esperanza. Tras sufrir múltiples asesinatos de sus compañeros y familiares, se van con vacas, chivos y tejas.

Infórmate - Conflicto

2020-07-13

Entre balas y nostalgia excombatientes abandonan el ETCR de Ituango

Autor:

Brayan Montoya

 

Sobre la paz en Colombia se dicen muchas cosas. Una de las más sonadas reza que «es mejor la más imperfecta de la paces que la guerra más impecable»; pero poco se dice que esa imperfección la mayoría de las veces se tasa con muertos por falta de garantías para quienes dejan las armas con el firme propósito de construir un país reconciliado.

Tampoco se cuentan mucho esas historias de los territorios, las vidas de los excombatientes, que han mutado a campesinos, y que forman comunidades para escribir capítulos diferentes a la guerra. Esas cotidianidades que a la vez son la esperanza de superar la violencia en la que hemos estado sumergidos todos los colombianos, desde siempre, de una forma u otra. Pero aparentemente como sociedad preferimos dar vueltas sobre discursos capitalinos que polarizan y crean debates vacíos que escasamente se relacionan con las realidades sociales de lugares como la vereda Santa Lucía, en Ituango.

 

A dos horas mal contadas del casco urbano, por carretera destapada, se llega a este lugar de montañas empinadas y encopetadas con los nubarrones que suelen dejar caer la lluvia por las noches para remojar las tierras fértiles sembradas de maíz, fríjol, plátano y café. En la parte de arriba, el caserío que ha estado siempre, mientras falda abajo está el ETCR ‘Román Ruíz’ (Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación) en el que muchos de los que estuvieron en las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia en el Frente 18, pensaban quedarse a hacer una vida nueva en lo que comenzó como una zona veredal transitoria pero que se fue convirtiendo en un hogar.

Algunos cambiaron las paredes delgaditas de yeso y aluminio que puso el gobierno por adobes y concreto, otros más pintaron las casas con rostros y consignas para hacer de este entorno algo más propio, mientras todos en un ambiente de unidad iban echando pa’lante con los proyectos productivos.

«No nos vamos porque queremos. Nos vamos obligados y si por nosotros fuera nos quedábamos acá» dice uno de los más viejos. Y es que Santa Lucía ha puesto 11 de los 217 excombatientes asesinados en el país en el marco de esa paz imperfecta con que las FARC siguen a la fuerza en un tablero de guerra en el que ya no juegan pero pierden la partida ante la mirada pasiva de un Gobierno que se pasa por la faja lo que se pactó en la Habana y, con eso, las garantías para las personas que colgaron el fusil.

En esta vereda que, según relatan, resulta ser un pasillo estratégico del narcotráfico hacia el Bajo Cauca y el Chocó, confluyen muchos actores armados. Rondan grupos paramilitares como los Caparrapos, los Pachelly, el Clan del Golfo y los Gaitanistas, al igual que grupos disidentes y el ELN que tratan de llenar los espacios que dejaron los farianos. Por eso muchas personas del ETCR se han ido ya, algunos amenazados, otros que prefirieron no convivir con la angustia y unos más que simplemente buscaron otros horizontes. Se dice que quedan menos de la mitad de familias que se ubicaron aquí desde un principio, y dado que la violencia pudo más que la resistencia, ahora el resto también se marcha. De poco sirvió que a pocos metros estuviera la Policía y el Ejército.

Llevan lo que más pueden, el ganado, los burros, unas cuantas matas, algunas tejas y hasta parte de la cancha que construyeron con sus propios medios. Algunos marranos y gallinas se tuvieron que vender, y muchos cultivos habrá que dejarlos perder porque no quedará quién los recoja, pese a que algunas familias planean salir del ETRC en una segunda fase para al menos recuperar, con la próxima cosecha, algo de lo que le invirtieron a la tierra.

Ya con casi todo empacado a las espera de los 16 camiones que el 15 de julio trasladarán una comunidad completa de Ituango a Mutatá, el ambiente está entre la incertidumbre y la expectativa. «Yo estoy acostumbrada a dormir debajo de un plástico, pero ellos no» dice Nana, una madre soltera de 5 hijos que sabe que empezar de cero nunca es fácil «pero lo bueno es que ahí vamos a tener algo ya de nosotros, porque esta tierra es arrendada».

Pero algunos excombatientes ya echaron raíces en Santa Lucía y pese a las circunstancias no están dispuestos a irse. Paisa, que montó una tiendita, hace parte de esas siete familias que se quedan. Él no se va porque es ituagueño de toda la vida y no se quiere alejar de su familia. No cree que valga la pena recomenzar sin saber si les irá bien o mal en esas nuevas condiciones. Por otro lado Toto, tampoco se va, porque «yo estoy contento ahí». Con la renta básica fue comprando una finca y como «es el demonio pa’ trabajar» tiene la tierra tuquia de café, maíz, plátano y otras cositas. Pero «La preocupación es sobre las garantías del gobierno» comenta «Más que todo sobre los proyectos productivos (…) ya acá quedamos muy embalados sin los otros. Necesitamos que el gobierno no nos abandone a nosotros que firmamos el acuerdo de paz. Porque han incumplido mucho, pero ahí vamos bregando con las uñas».

También insiste que la cosa no es como la pintan en las noticias, que si no estuvieran comprometidos con la paz, no le meterían tanto el hombro a la tierra. Por eso espera poder seguir adelante con sus cultivos sin meterse con nadie. «Yo me quedo resistiendo un momentico, pero si se pone muy dura la cosa llego a Mutatá».

Mientras tanto la comunidad de Santa Lucía que no hace parte del ETCR, siente que quedará un vacío y que se romperán los vínculos que se fueron construyendo y que se reflejaban en actos tan cotidianos de reconcialiación como un partido de fútbol en el que participaban los excombatientes, la comunidad y hasta la policia. «Se va
a sentir mucho la soledad. Ellos han sido muy bella gentes», dice doña Isabel. «La palabra de dios dice que llegará la hora en el que buey se eche con el león y la oveja paste con el lobo y eso yo lo viví» remata ella mientras se fuma un cigarrillo, en un esfuerzo por describir el compartir entre aquellos que nos vendieron siempre como supuestos enemigos naturales.

Pese a todo, y en medio de la nostalgia y la esperanza de un nuevo comienzo, el lema es «firmes con la paz». Habrá que esperar que esa intención sea compartida por el Gobierno para que esa palabra, que se ha prostituido con diversos significados, logre ser un sinónimo de justicia social y esperanza para no seguir velando muertos en ninguna parte.

 

Fotografías: Brayan Montoya para La Oreja Roja.

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Brayan Montoya
Comunicador Social- Periodista. Especialista en Epistemologías del Sur. Ha sido investigador sobre problemáticas socioambientales y formador en comunicación popular. Un convencido de la transformación social y los valores comunitarios a través de la creatividad y el trabajo colaborativo. Ha hecho parte de procesos como la 2da Asamblea Nacional por la Paz (2015), La Red Interuniversitaria por la Paz (2015-2017) y el Movimiento Social por la Vida y la Defensa del Territorio -Movete-(desde 2016).