Somos un pueblo orgulloso de nuestra supuesta superioridad argumentativa y retórica en cuanto a discusiones se refiere, y vivimos tan convencidos de nuestra viveza, que hasta le pusimos nombre: malicia indígena.
Somos el país de la malicia indígena —Que no es ni malicia ni mucho menos indígena, dejemos a nuestros queridos aborígenes tranquilos— y suponemos que nos las sabemos todas, y las que no, nos las inventamos.
Nos pasamos la vida ufanándonos de ser aquellos a los que nadie ni nada puede engañarnos por nuestra astucia y sagacidad y siempre vamos un paso adelante de nuestros pares.
Nos autoconvencemos de la superioridad de nuestro talante de ser los más “aviones” y proclamamos los beneficios que esta condición nos procura a nuestras vidas.
Pero la experiencia empírica nos demuestra que no hay tal. En realidad somos una sociedad terriblemente ingenua y dócil, que en últimas, termina tragando entero casi cualquier cosa, por inverosímil que parezca, a instancias de las pruebas más irrefutables que demuestren su falsedad.
Aquel país ilusorio y fantasioso de la malicia indígena no es otra cosa que un país sumiso y doblegado ante las más terribles injusticias y falacias, sin que nuestra muy cacareada viveza, haga algo por impedirlas.
Por momentos parece que no hemos podido superar los días lejanos y grises en que los conquistadores españoles engañaban a los nativos con artilugios impensables obteniendo el oro y la plata, y la entrepierna de las aborígenes, a punta de espejos.
Eso somos. Un país que el próximo domingo votará masivamente por un señor que hace un año muy pocos conocían y en cuya hoja de vida se evidencia una profunda inexperiencia en las lides administrativas y gerenciales, calidades que se supone debería tener un presidente de la República.
Pero en el país de la malicia indígena, la Presidencia de la República se la encuentra cualquiera tirada en el piso. Solo debe recogerla y hacer caso de manera sumisa y complaciente con el patrón dueño de los votos. Y aquellos “vivos” que no se dejan de nadie, los que siempre van un paso delante de los demás, los astutos, los sagaces, los “aviones”, acudirán sin remilgo a las urnas a entregar su voto, tan solo porque un fulano de maculada reputación así lo determina.
Atrás quedan los planteamientos y reparos sobre la infamias y desmanes cometidos durante el gobierno del verdadero jefe. Seguramente, porque ese es otro de nuestros principales rasgos: somos una sociedad terriblemente indiferente.
Para poder sentir el dolor de los falsos positivos, por ejemplo, tendría que ser padre o madre de uno de los asesinados extrajudiciales. Tal vez, si soy hermano de uno de ellos, puedo sentir el vacío de su ausencia y el dolor de su muerte.
Pero claro, como no es ni mi hermano, ni mi padre, ni siquiera mi vecino, puedo pasar de largo ante el dolor y el sufrimiento de las diez mil familias que, según un reciente estudio, fue la cifra de asesinados por el régimen alevoso y carnicero que hoy está a punto de retomar el poder.
En un país decente, un delito de lesa humanidad como los mal llamados “falsos positivos” que en realidad son desapariciones forzadas y violaciones a los Derechos Humanos, por un régimen autocrático y criminal, serían castigadas severamente no solo por la justicia, sino también con la correspondiente sanción social de un pueblo que resiente sus muertos.
Pero en el país de la malicia indígena no hay tal. En el país de la malicia indígena tan solo hay sumisión y obediencia ciega.
Aunque al “vivo” le toque pasar la noche haciendo una humillante fila para pedir una cita en la Eps, y aunque le toque entutelar al sistema para que le brinden un procedimiento de mediano costo, seguirá siendo fiel a su gran jefe y su lealtad será a prueba de fuego.
Para los “avioncitos” de estas tierras no existirán razones. Tan solo una orden y un discurso populachero del patrón con voz de arriero, bastarán para doblegar y dirigir voluntades.
Y después de las elecciones, cuando la espuma haya bajado y los humos de las elecciones se dispersen, seguirán los “astutos” llevando sus vidas sin asomo ni de vergüenza ni remordimiento y, seguramente, seguirán encerrados en su burbuja de engaño, creyéndose los más “avispados” cuando en realidad la historia los recordará como los más ingenuos.
Ilustración de © Dimo García, cortesía de Proverbios Colombianos
La historia nos indica que hemos aprendido a vivir buscando nuestro propio beneficio pasando por encima de los de mas. Cuando no importa a quien matar para quitarnoslo de nuestro camino. Somos los mejores negociantes cuando convensemos a alguien que nos compren articulos sin ningun valor como si lo fueran.
Esa es la forma como demostramos nuestra vivesa.
Nos familiarisamos con esto como forma de vida.
No estamos acostumbrados a vivir en paz y armonia como es el derecho. Eso es solo una ilucion que anoramos, pero que no creemos que exista.