El olvido del Estado de Israel

En los últimos días, el Monte Moriá ha estado bajo fuego. Y, por si eso no bastara para causar indignación, mientras ardía la cima, en las laderas se festejaba el Día de Jerusalén.

Opina - Internacionales

2021-05-25

El olvido del Estado de Israel

Columnista:

Adrián Tolentino

 

Al interior del recinto sagrado, los devotos interrumpieron sus rituales. Los rostros voltearon en busca del estruendo que acababa de sonar. Quienes pudieron ver de dónde se originaban esos ruidos empezaron a correr despavoridos. Un ejército se avecinaba deprisa. El lugar santo rápidamente quedaba bajo amenaza de profanación. Con armas poderosas los enemigos daban inicio al saqueo, la destrucción y las embestidas contra los devotos. Pronto aparecieron cuerpos heridos sobre el suelo sagrado. Estos sacrilegios se cometieron ese día, cuando un poderoso ejército violentó el lugar más sagrado de Jerusalén.

Quienes hayan seguido las noticias en los últimos días creerán que, con esta descripción, estoy retratando los recientes enfrentamientos en el Monte del Templo en Jerusalén. No es así. En realidad, al escribirlo, estaba pensando en otro momento. Mi mente estaba imaginándose la invasión al Templo de Jerusalén de Antíoco IV Epífanes, en el año 168 a. C.[1]

Es más: esa descripción, que yo he ubicado en el Monte del Templo, puede reflejar, no solo el 2021 ni el 168 a. C., sino también el 70 d. C. del Imperio Romano; el 614 del Imperio Bizantino; el 637 del califato de Omar; el 1099 de los cruzados; el 1187 de Saladino; y prácticamente todo el siglo XX y todo el XXI del conflicto interminable entre palestinos e israelíes.

Es como si esa localización estuviera condenada a sobrellevar violencia religiosa indefinidamente. Ahí es la cima del Monte Moriá, donde antes estuvo el Templo de Jerusalén y donde hoy reposan la Mezquita de la Cúpula Dorada y la Mezquita de Al-Aqsa. Decir «reposan» es un mero tecnicismo, pues hoy están en llamas. Aunque los recintos sagrados pertenezcan a la religión islámica, en realidad, cristianos y judíos también comparten veneración por el sitio. Y es que, según el libro del Génesis, en ese monte fue donde Abraham iba a sacrificar a su hijo, Isaac, por mandato de Dios. Por eso, se trata del lugar donde nació la fe monoteísta, que se somete a la voluntad de Dios porque confía sin reproches en Él. Todos los monoteístas reconocen sus orígenes en esa narración.

Y, sin embargo, la cima del Monte Moriá ha sido el escenario de incontables y dolorosas masacres. Cuando el cuchillo, firmemente empuñado por Abraham, estaba a punto de asesinar a Isaac, un ángel bajó y detuvo la mano sacrificadora. En la historia de las religiones monoteístas, sin embargo, los cuchillos empuñados por manos asesinas no se detuvieron. Es como si, después de todo, los hijos de Abraham realmente no tuvieran la fe, o sea, la confianza radical en Dios que dicen tener. Pues, según el relato bíblico, la fe irreprochable de Abraham fue lo que (paradójicamente) salvó a Isaac. Como Abraham no dudó ni un momento en cumplir el mandato de Dios, entonces el ángel detuvo su mano.

En los últimos días, como dije antes, el Monte Moriá ha estado bajo fuego. Y, por si eso no bastara para causar indignación, mientras ardía la cima, en las laderas se festejaba el Día de Jerusalén. No olvidemos que una ladera del Monte Moriá alberga nada menos que el Muro de las Lamentaciones, el recinto sagrado de los judíos. Así pues, las fuerzas armadas israelíes han invadido la explanada de las dos mezquitas y han sacrificado a los hijos de Abraham (a sus hermanos).

Estos ataques fueron motivados porque el grupo terrorista, Hamás, lanzó misiles contra Jerusalén. Desde 2014 Jerusalén no había sido blanco de misiles. Los terroristas lanzaron los misiles en represalias por los enfrentamientos entre palestinos e israelíes. Y estos enfrentamientos sucedieron por un mal negocio de “Bienes Raíces”.

¿Cómo «Bienes Raíces»? ¿Toda esa violencia, esos heridos y muertos por un mal negocio? Así es. O, al menos, así lo definió B. Michael, un importante analista israelí[2].

La violencia, esta vez, se desató cuando las autoridades israelíes anunciaron que desalojarían a varias familias palestinas del barrio Sheikh Jarrah. Ubicado en la Jerusalén del Este, este barrio habitado por palestinos es receptor de múltiples asentamientos ilegales de israelíes. Los colonos quieren volver legales sus asentamientos al demostrar, con antiguas actas de propiedad, que esos lugares pertenecieron a judíos en el pasado. Algunos hasta han dicho que el barrio es plenamente judío porque ahí descansan los supuestos restos de Simeón el Justo, un Sumo Sacerdote del siglo III a.C. ¿Qué pensaría este sacerdote del Templo de Jerusalén si viera que su sede religiosa fue profanada a causa de la recuperación del terreno que acoge su tumba? Como buen Zadokita del siglo III a.C., Simeón el Justo habrá sabido que una simple tumba no puede competir con el lugar de la Presencia de Dios (la Shejiná).

Los colonos esgrimen la Ley de Propiedad de Ausentes para legalizar sus asentamientos en Sheikh Jarrah. Esta ley declara que, si los propietarios judíos de un inmueble lo deshabitaron antes de 1947 por motivos de guerra, entonces la propiedad pasa a manos del Estado de Israel. Así se fabrica el argumento jurídico de que los palestinos están habitando inmuebles de judíos ausentados en 1947. Por eso, los palestinos pueden ser legalmente desalojados. El expansionismo israelí que quiere absorber la Jerusalén del Este a través de propiedades materiales ha sido la causa de violencia y muertes en el lugar más sagrado de la Ciudad Santa.

En el año 168 a. C., el rey helénico del Imperio Seléucida, Antíoco IV Epífanes, estaba en aprietos económicos. Su imperio, heredero oriental del conquistador Alejandro Magno, se extendía desde Asia Menor hasta los confines de Persia. Aunque extenso, el Imperio tenía una deuda que pagar. Un par de décadas antes del reinado de Antíoco IV Epífanes, los seléucidas habían sido derrotados en una guerra sostenida con la República Romana. Tras esta derrota, los seleúcidas adquirieron una deuda de indemnización. Antíoco IV Epífanes encontró que los templos de la región resguardaban tesoros copiosos que le permitirían, al menos, aliviar la deuda. Por este motivo, el rey seléucida saqueó los templos de Egipto, y de paso hizo lo mismo con el Templo de Jerusalén. Los tesoros de los templos le permitieron a los Seléucidas seguir expandiéndose. Según los historiadores, Antíoco IV Epífanes saqueó dos veces el Templo de Jerusalén.

La violencia en Jerusalén fue de tal magnitud que suscitó la revuelta de los judíos. Tras la segunda invasión, surgió un movimiento rebelde en la región septentrional de Judea. Una familia de sacerdotes rurales, los Asmoneos, tomaron las armas contra el régimen seléucida. Inspirados por su celo religioso, los Asmoneos se movilizaron y, al cabo, lograron derrotar al ejército de Antíoco IV Epífanes en el año 164 a. C. ¿Qué fue lo primero que hicieron después de vencer, según los Libros de los Macabeos? Purificaron el Templo de Jerusalén. Así se instauró el último reino judío de la historia.

Hoy, el Estado de Israel, especialmente bajo el Gobierno ultraderechista que rige, se reconoce orgullosamente como judío. Por eso, esa nación celebra y funda su identidad en las victorias de los Asmoneos. Sin embargo, el sacrilegio que está sucediendo en el lugar más sagrado de Jerusalén, ¿se asemeja realmente a la lucha de los Asmoneos?

Ernest Renan, en su ensayo clásico ¿Qué es una nación?, dijo que el «olvido» y «el error histórico son un factor esencial en la creación de una nación». Pero ¿qué sucede cuando una nación ha olvidado ya el mismísimo recuerdo que legitima su existencia? ¿Qué sucede cuando el «error histórico» de una nación es de tal tamaño que prácticamente la coloca en el lugar de su enemigo? No creo que la congruencia entre el discurso y las acciones haya dictado jamás el destino de las naciones. Sin embargo, creo que hay un grave riesgo en legitimar el expansionismo desde un recuerdo de dolor, persecución y exterminio; o sea, la historia de los judíos. El riesgo está, entonces, en vaciar el significado de ese pasado lleno de sufrimiento. Cuando las víctimas del pasado se hacen tiranos del presente hemos de saber que la justicia ha sido derrotada.

Quienes realmente deseamos que el Estado de Israel perviva, nos parece urgente que este olvido no termine desvaneciendo el significado construido por millones y millones de vidas despedazadas.

 

Fuentes:

[1] Aquí sigo la fecha que ha propuesta convincentemente Daniel R. Schwartz, “Antiochus IV Epiphanes in Jerusalem”, en http://orion.mscc.huji.ac.il/symposiums/4th/papers/Schwartz99.html.

[2] B. Michael, “What’s Mine is Mine, and What’s Yours is Mine Too”, en Haaretz, 10 de mayo de 2021, en  https://www.haaretz.com/opinion/.premium-what-s-mine-is-mine-and-what-s-yours-is-mine-too-1.9791831

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Adrián Tolentino
Historiador por la Universidad Iberoamericana (Ciudad de México-Tijuana).