El empleo, el disfraz de la esclavitud en Colombia

Algunos de los empleos, de cualquier tipo, son tan solo un disfraz de la esclavitud colombiana, que todavía en estos tiempos nos hace olvidar de que somos personas.

Narra - Sociedad

2020-11-27

El empleo, el disfraz de la esclavitud en Colombia

Columnista:

Diana Carolina Abril Giraldo 

 

En estos días, estuve recordando una empresa con la que trabajé hace unos tres años. En el tiempo de la contratación, habían pasado unos meses de los que me alejé de los contratos laborales; tan solo firmaba contratos por prestación de servicio, que a final de cuentas si uno hiciera el ejercicio— podría acudir a la justicia y declarar el contrato realidad—denominado así en Derecho—por tener las características de un contrato a término fijo, indefinido, por obra o labor, y demás, que incluyen subordinación, la actividad realizada por el trabajador y el salario como retribución del servicio. 

Pero bueno, al recordar mi vida como empleada por unos pocos meses, tuve una ligera sensación de regocijo: no extrañaba para nada el primer día en el que fui recibida con una última reunión de la que salí, a eso de las 8: 00 p. m., además de una primera reunión con el que era el gerente (pues junto a otros dos, renunciaron en el tiempo en el que allí permanecí). En ese, mi primer día, el gerente me preguntó si yo tenía familia y le contesté de manera afirmativa; de forma jocosa, me dijo que a partir de ese día me tendría que olvidar de eso.

Después de los primeros días, traté de adaptarme a ese ritmo con bastante dificultad. Se hacían unas veintidós reuniones al mes de los veintidós días que en promedio se trabajaban y asistir a las reuniones no era la única función: según el manual de funciones que me entregaron al ingresar, debía realizar diecinueve funciones más; entre ellas, la redacción de actas de las reuniones en las que debía participar: veintidós reuniones y veintidós actas. En cada acta, me demoraba redactando un promedio de dos a tres horas. Así pues, hagan cuentas, no valía tiempo adicional, porque nunca había tiempo.

Me pregunto, cómo hicieron cuando comenzó la pandemia. No imagino las reuniones en Zoom, en Hangouts Meet de Google e incluso en WhatsApp, congestionando el Internet y engrosando una extensa lista, con más reuniones de las que se hacían antes.  

En dicho trabajo, vivía tan estresada que no le contestaba ni el teléfono celular ni el WhatsApp a nadie (a menos de que fuera por cuestiones laborales) y solo, hasta entrada la noche podía responder a familiares y amigos cualquier cuestión personal. Al llegar cada lunes o martes (si era festivo), no quería ir a trabajar. Ese nuevo empleo, se había convertido en mi martirio. Sin embargo, cuando entraba a la que era mi oficina, agradecía por estar allí, porque en lugar de muchos, contaba con un «buen trabajo» y no hacía parte de ese tétrico porcentaje de desempleados del país; aunque me sentaba a pensar en que merecía algo mejor.  

En el tiempo que estuve en la empresa, me contaron que había una trabajadora, que prácticamente, se había vuelto loca; quedé estupefacta con el comentario e incrédula ante el aparente chisme. Luego, comprobé que si bien no estaba loca, había acudido a tratamiento psiquiátrico por el estrés que le provocaba el trabajar allí.

Aunque no todo es malo, la empresa, ofrecía refrigerios en la mañana y en la tarde, además de desayunos y almuerzos cuando las reuniones se extendían (algo de eso está plasmado en la ley), pero incluso así, no era suficiente para sentirse a gusto. Podrían haberme pagado millones y darme mil beneficios y no habría funcionado. En el tiempo que laboré en dicha empresa, trataba de entrar a las 7 a. m. y salir a las 6 p. m. Cuando había reuniones en la tarde, salía entre 7 p. m. y 9 p. m. Es decir, un promedio de entre once y catorce horas de trabajo al día; o sea, entre 65 y 75 horas en la semana y entre 17 y 27 horas más de las 48 horas que se deben trabajar dentro de la normalidad en Colombia. Pero eso no era lo peor, había compañeros que trabajaban más que yo; la que era mi jefe inmediata, se quedaba hasta altas horas de la noche; sin embargo, meses después renunció. Luego, nombraron a otra persona que se esclavizó inclusive peor.

Este no es el único un ejemplo, muchos de mis conocidos trabajan en situaciones semejantes, inclusive con contratos de prestación de servicio, tanto en empresa privada como pública, aunque la pandemia; para unos ha servido para bajar las extensas e interminables horas de trabajo, para otros, no ha sido así, pues los ha esclavizado todavía más.

Ante ello, en otros países se burlan de nosotros por considerarnos unos regalados. Ofrecemos valores adicionales que no tenemos por qué ofrecer; como quedarnos horas extras cuando no nos pagan esas horas, hacer trabajos por fuera de nuestras funciones, realizar el trabajo que le corresponde a otro y aceptar la sobrecarga de funciones. 

Los anteriores, son pocos ejemplos de los tantos que hay y de los cuales muchos quieren huir. Yo huí y me funcionó. Ahora, manejo mis horarios y hasta me queda tiempo para escribir columnas. No voy a mencionar el nombre de la empresa, pues no es el fin. Lo importante es que los que están en condiciones indignas de trabajo no sigan siendo los esclavos de la edad moderna y exijan sus derechos por los medios necesarios: si la empresa no los cumple, demanden; en algún momento prosperará el litigio. El tiempo estipulado en la normativa laboral y, en términos generales, es de tres años, contados desde que la obligación se hizo exigible.

 

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Diana Abril
Exbecaria de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Administradora pública. Integrante de la Asociación Colombiana de Correctores de Estilo, miembro de la Red de Investigadores Latinoamericanos, editora junior de la revista Justicia y Derecho de la Universidad del Cauca, asesora y consultora académica y par evaluador ocasional de la revista Nova et Vetera de la Escuela Superior de Administración Pública.