El debate público se ha envilecido

Opina - Sociedad

2017-07-23

El debate público se ha envilecido

Valoro el debate, me gusta la discusión, me encanta escuchar los argumentos de los demás, ya sea para rebatirlos o para aceptar que tienen razón; considero que el mayor aprendizaje y la forma más pura de la democracia está encerrada dentro del ejercicio dialógico de las tensiones normales suscitadas por los significados que cada quien ha construido, es decir, en poner a conversar nuestras diferencias.

Sin embargo, hay situaciones que definitivamente identifico como innegociables: reconocer al otro como interlocutor válido, el respeto por las opiniones del otro, la comprensión de la naturaleza pasional que puede encerrar el debate, la concepción de que no se trata de ataques personales sino de puntos de vista estructurados (cuando lo son)… en fin, reconocer en el otro y su manera de pensar, una forma de realidad diferente, una manera de significar que, por el solo hecho de ser expresada, ya enriquece el sentido mismo de la discusión.

Uno de los hechos más lamentables con el que debemos convivir diariamente, además de la cantidad de promesas políticas incumplidas, el desempleo, la desaceleración económica del país, la inseguridad en las grandes ciudades, el abuso de poder las fuerzas del orden, entre otros asuntos, es la falta de altura en el debate político.

La falta de respeto ante la plaza pública, el descarnado espectáculo que brindan nuestros actuales “padres de la patria” al pelearse el poder como los buitres se disputan los despojos de una presa, la irresponsable actuación de quienes deberían estar trabajando por los ideales de esta Nación y no por los suyos propios, en fin, el tremendo novelón en que se ha transformado la toma de posición tanto de los partidos políticos como de sus representantes, y por extensión, de algunos de sus seguidores más acérrimos, son la atroz función que ofrece el panorama político actual.

Uno de los personajes políticos que mejor ilustra lo descrito anteriormente, es el ciudadano Álvaro Uribe Vélez. Aclaro que no reconozco en él la dignidad de un exmandatario (Como tampoco reconozco la de Pastrana o Samper) y mucho menos me siento representado en el Congreso por su actuación. Ni hablar del grado de identidad que me genera como paisano.

Ya es vergonzoso el vulgar comportamiento que ha venido exhibiendo el ciudadano que una vez llamamos presidente (y por el cual votamos muchos, aunque a algunos les duela admitirlo) tanto en el ejercicio del debate público en el cual, no solo se le ve insultándose con miembros de otras colectividades en los debates del Congreso (cuando no sabotea las sesiones retirándose con su séquito), sino que también traslada su estilo de política de la censura y el desprestigio hacia sus redes sociales, espacio en el cual tampoco tiene reparo alguno en insultar, señalar, estigmatizar y censurar a quienes no se encuentren alineados con su criterio.

Ni siquiera cuando se le invita a participar en prestigiosos foros internacionales, donde se acude a discutir sobre temas de interés político, económico y social para las naciones asistentes y que pueden tener un gran impacto en el desarrollo y conformación del mapa geopolítico actual, es decir asuntos políticos de alto nivel; puede mostrar altura en sus intervenciones, no hay escenario donde no aproveche para, como se dice coloquialmente, “pelar el cobre”.

Un ejemplo claro de la veracidad de lo que digo es precisamente su comportamiento durante la Cumbre de Concordia, celebrada meses atrás en la ciudad de Atenas, durante la cual no hizo otra cosa que despacharse contra el gobierno actual (del que no soy muy afecto) y el país, dejándonos ante los asistentes, provenientes de todas partes del mundo, como algo muy cercano a un estado fallido.

Sin embargo no nos debe extrañar el comportamiento de Uribe cuando tanto él como la mayoría de sus colaboradores y copartidarios no tienen reparo alguno en acudir a la estrategia del desprestigio contra sus detractores y críticos, incluso si sus declaraciones están fuera de contexto.

No es sino revisar la alocución de su nuevo escudero, Andrés Pastrana, quien a propósito de los resultados de la reciente consulta popular en Venezuela, habló del mal gobierno Santos y lo represivo de su régimen. La pregunta es ¿qué tenía que ver el tema de su oposición frente a la Presidencia actual de Colombia con el contexto en que se encontraban participando?

Es inaudito que en un país que se autodenomina como un Estado Social de Derecho, con un sistema democrático abierto y de naturaleza laica, se adviertan comportamientos dictatoriales o de monopolio de la opinión, si se quiere, por parte de quienes posan de ser el contrapoder, cuando lo que no han podido abandonar es precisamente el poder.

Sería irresponsable decir que el único que envilece el debate público es el señor Uribe, no podría obviar a quienes llamaban “enemigos de la paz” a aquellos que no estaban de acuerdo con los puntos acordados en los acuerdos de La Habana y pedían modificaciones.

Tampoco podría disimular el grotesco reality en que se transformó la última contienda por la Presidencia durante la cual los candidatos presidenciales no hicieron otra cosa que desprestigiar al otro (como si el desprestigio contribuyera al desarrollo del país), tampoco se podría ignorar a los aspirantes a las alcaldías, concejos, asambleas departamentales, gobernaciones… Y ni hablar de los debates en el Congreso de la República.

El mayor argumento, después del insulto, es el desprestigio del otro. Buscando su deslegitimación y desconociéndolo, por ende, como interlocutor válido en la discusión.

Definitivamente el debate público se ha envilecido, revestido con las falacias  de discursos populistas y venenosos que en nada aportan al país y dejando el mal ejemplo frente a los ciudadanos de a pie de que la diferencia se castiga y el pensamiento divergente o disruptivo, debe ser estigmatizado y expuesto al escarnio público.

 

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Juan Sebastián Longas
Estudiante de Comunicación y Relaciones Corporativas de la Universidad de Medellín, con estudios en cultura política y redes sociales. Amante del debate y la opinión.