Duque, el presidente hybris

Si se mira con más detenimiento, lo más crítico de la Presidencia de Duque no fue su inexperiencia, que ya sería mucho decir, sino su terquedad y su vanidad.

Opina - Poder

2022-08-04

Duque, el presidente hybris

Columnista:

Julián Bernal Ospina

 

Hace cuatro años se decía que lo más crítico para la Presidencia de Iván Duque iba a ser su falta de experiencia en cargos de elección popular. Todavía más, que su juventud bien podía darle a la Casa de Nariño una buena dosis de renovación, pero que, a pesar de esto, esa juventud podía ser un arma de doble filo: la incapacidad de saber, fruto de los años del conocimiento que se deriva de una labor hecha continuamente, cómo actuar en determinadas ocasiones, más allá de los impulsos personales o de los llamados frenéticos de sus áulicos. Sin embargo, si se mira con más detenimiento, lo más crítico de la Presidencia de Duque no fue su inexperiencia, que ya sería mucho decir, sino su terquedad y su vanidad.

Hace un tiempo un amigo me habló sobre el complejo de hybris, una palabra griega que se ha usado para designar la desmesura que produce el poder, el ego excesivo. Él me decía que el poder funciona como una droga que crea endorfinas: causa placer en el cuerpo. Quien la siente, como toda droga, quisiera volver a vivir esa sensación, pues el cuerpo busca lo que le genera placer. Lo particular del complejo de hybris en la política es que describe un efecto de doble espejo: uno en el gobernante y otro en su comité de aplausos. Un espejo que muestra lo que el gobernante tiene en la cabeza, es decir, lo que este quiere ver, y sus feligreses, poseídos por ese encanto, también se suman a la fantasía, pues es más importante para ellos quedar bien con su jefe que decirle la verdad; la verdad se convierte en su peor enemiga.

Los últimos videos de Duque bailando y cantando vallenato, y después su discurso ebrio y envalentonado, me hicieron pensar de nuevo en este complejo. Si él realmente viera la realidad que expresan sus palabras borrachas y su voz de parranda barata, se daría cuenta de que hace el ridículo. Alguien más, sus asesores, se lo tendrían que decir. No se lo dicen. Comparten con él el idilio ficticio hasta que dure. Se darían cuenta de que la imagen envalentonada solo es una expresión más del desespero por responderles a las críticas que señalan a la suya como la Presidencia más desastrosa de la historia; es, la de Duque moviendo brazos y manos como el discurso de un tío con tufo, la expresión del último resquicio del poder de baldosa que le resta, como un emperadorcito que se ve acorralado.

Duque, al igual que todo gobernante que ha decidido no ser autocrítico, se esfuerza en no ver la verdad de que nadie como él ha contribuido a que su principal opositor, Petro, haya ganado la Presidencia. A comienzos de su mandato, todo era culpa de Santos. Al final, todo fue culpa de la pandemia. Después, como lo muestran los medios a sus servicios como Semana, se trata de que los ciudadanos son demasiado críticos con él. No. Su gobierno no abrió las puertas al diálogo, prefirió una formalidad institucional cuando la democracia estaba pidiendo otro tipo de conversaciones, fue agresivo a las críticas que se le hacían por posición con la paz, la pobreza, la Policía, la corrupción, los líderes sociales, la inflación, la crisis con Venezuela, su afán de controlar los demás poderes públicos, entre otros. Se reía de los ciudadanos que pedían un gobierno popular, y manifestaba —como muchos lo decían—, veladamente o no, que Petro nunca ganaría. Prefirió ver su vanidad y su terquedad, su perorata borracha y su desafinada voz, su doble espejo, que la realidad que se le asomaba como un elefante.

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Julián Bernal Ospina
Soy por vocación escritor. Trabajo como escritor freelance. Escribo ficción y no ficción. En no ficción, sobre temas políticos y culturales. Para mí la escritura ha sido una forma de encontrarme, y una forma de involucrarme con la humanidad de los otros. Tengo un blog en el que escribo sobre literatura en la coyuntura: julianbernalospina.com. Me preocupa sobre todo la imaginación. Defiendo la idea de que la literatura es un lugar de riqueza y sensibilidad humana que toda persona tiene el derecho de vivir.