No hace mucho conversaba con alguien quien a la distancia se enteró que la guerra con las Farc por fin había terminado. Lo primero que tuve que decirle fue que era en serio, y que a diferencia del fallido proceso de paz en el gobierno de Pastrana, esta vez se habían entregado armas, no se había despejado al libre albedrío de la guerrilla un solo kilómetro, y que lo mejor del asunto era que el Hospital Militar había reportado el número más bajo de heridos a causa de la guerra en toda su historia.
Entendiendo su escéptica visión y condición de exiliado a causa de la arremetida guerrillera a finales de los 90, una de las conclusiones a las que llegué, es que la tarea luego de desarmar a las Farc, debe ser desarmar el discurso. Y digo esto porque sin buscarlo terminé siendo tratado de manera peyorativa por una persona que piensa distinto a mí y tiene otra perspectiva del proceso de paz como es normal y respetable, pero que aquello mismo le impidió debatir o controvertir en buenos términos y con argumentos sólidos por encima del insulto.
Para desarmar el discurso, primero se debe desarmar el corazón, y justamente aquello es lo que le ha hecho falta al colombiano promedio.
La polarización que actualmente vive el país, tiene razón de ser porque las emociones y las pasiones le pueden más a los argumentos, e incluso muchos de nuestros líderes políticos, candidatos y gobernantes se han encargado de que eso sea así. Lo hemos visto recientemente con los copartidarios del expresidente Uribe quienes agreden e insultan a diestra y siniestra, incluso él mismo, pero también del otro lado de la moneda con los llamados «amigos de la paz» autodenominados «antiuribistas» y quienes resultan actuando igual o peor a lo que tanto critican.
Hoy en día las redes sociales han remplazado los escenarios de debate y los argumentos juiciosos han sido sustituidos por 140 caracteres y cadenas de información engañosa, pendenciera y que en el peor de los casos termina incitando mucho más a la violencia y a los discursos de odio.
Nadie está obligado a pensar igual que otra persona, y mucho menos a estar de acuerdo con lo que no quiere estarlo, y aunque tampoco nadie está obligado a ser respetuoso, sí debería haber un compromiso consigo mismo para aportar un granito de arena a un país que está tratando de dejar atrás la violencia y los odios que empiezan con un grado mínimo de intolerancia.
La paz empieza por casa, en el barrio, en la escuela, y en todo ámbito en donde una persona tenga que compartir con otra, y justamente que pueda hacerlo de la mejor forma posible, aceptando y entendiendo que no todos pensamos igual, representa un valioso aporte a esa paz estable y duradera de la que se ha hablado a lo largo de este camino, pero que aún lejos está porque no hemos sido capaces de tolerar al otro aunque piense distinto. ¡Desarmemos el discurso!
Lo que hay que desarmar es a tanto grupo paraco y a los guerrillos que aún no deponen las armas…la cantinela de «desarmar el discurso» es una variante de la doctrina «pacifista», última esta que a su vez deviene del dogma católico que nos sugiere siempre el «poner la otra mejilla». Madure Juancho…