Consumiendo felicidad

Estamos rodeados de infinidad de gurús de la autoayuda que se hallan en el mundo reproduciendo esta clase de contenidos que nos llevan a creer en un positivismo que no es acorde con la realidad.

Narra - Informativo

2022-01-11

Consumiendo felicidad

Columnista:

Daniel Riaño García

 

Felicidad, esa es la palabra que define al país del Sagrado Corazón de Jesús. Para muchos es difícil creer que, en un país con desempleo, malos sueldos, jefes tiranos, asesinatos de líderes sociales, corrupción… se pueda afirmar que sé es feliz. Sin embargo, la encuesta de «Fin de Año», conducida por la organización internacional de encuestadores Gallup International, concluyó que Colombia es el país más feliz del mundo –y no es la primera vez que se encuentra por lo menos dentro de los primeros diez puestos–. La decisión se tomó a partir de un sondeo hecho en 44 países en el que se destacó que el 83 % de los colombianos encuestados señalaron que se sienten muy felices o felices.

En este país nos despertamos todos los días escuchando infinidad de noticias desastrosas y amarillistas, no obstante, ponemos cara de ponqué, fingiendo que todo va bien. Somos un libro de autoayuda andante. Una de las premisas (que engloban las demás) de los colombianos es, al igual que la Teodicea de Pangloss, que «todo sucede para bien en este, el mejor de los mundos posibles». Aquí se respira casi tanta felicidad como hay de habitantes por metro cuadrado según las encuestas.

¿A qué se debe tanta felicidad en Colombia? Primero que todo, la felicidad de un país, evidentemente, no es proporcional a su nivel de progreso. Entonces, afirmar que se es feliz o infeliz es una cuestión de por sí subjetiva. Es claro que los ciudadanos a menudo relacionan ese estado de ánimo con la ausencia de enfermedades, con tener comida, techo, casa, amor. Sin embargo, muchos de los ciudadanos que viven en países en donde hay cobertura plena de las necesidades básicas; hay lecho, techo y mesa; y hasta empleos dignos y muy bien pagos, no se consideran felices. Es decir, que alcanzar el Edén tampoco determina que una población se sienta de esta manera, por lo tanto, el progreso y el adquirir conocimiento puede llegar a tener correlación con la infelicidad de un ciudadano. Se puede ser más feliz entre menos conocimiento y progreso se tenga. 

La felicidad de nosotros los colombianos puede estar asociada en gran medida a que los libros de autoayuda se propagan por doquier en las librerías (no solo en Colombia). Vivimos en un mundo en donde todos podemos escribir, opinar y, aparentemente, ser lo que nos plazca. La sociedad neoliberal nos brinda, aparentemente, infinidad de posibilidades y oportunidades que en la mayoría de casos no vamos a poder alcanzar. Para cada problema, hay siempre una solución: ya no solo abundan los libros sobre cómo se puede superar la depresión, la ansiedad, la baja autoestima, las adicciones, los trastornos alimenticios, los sentimientos y pensamientos negativos, sino que, también, están las páginas en redes sociales con imágenes que nos motivan a sentirnos de este modo; adicionalmente, se encuentran las cadenas de WhatsApp de la tía, el tío, la abuela, etc. Y, no menos importante, la publicidad, pues es bueno recordar que al destapar una Coca-Cola, se destapa la felicidad; o que una Póker nos hace amigos (para Bavaria el tener amigos en la compañía de una Póker es sinónimo de sentirse así). Infinidad de contenidos, personas y productos que afirman que debemos ser felices y que nos dicen cómo serlo.

Tanta felicidad en el país también puede estar relacionada con las usuales premisas (claramente panglossianas) «la felicidad depende de ti», «todo lo que una persona se proponga lo puede lograr», «cuando se cierra una puerta siempre se abre una ventana», y otras, un tanto aterradoras, como: «Dios aprieta, pero no ahorca» –solo un torturador haría eso, la verdad–, «Dios pone sus batallas más difíciles a sus mejores guerreros», entre otras. Estas son premisas fáciles y que tal vez nos hacen sentir un poco mejor, sin embargo, ignoran la verdadera complejidad de la vida. Los colombianos somos demasiado positivos y, por lo tanto, esta visión sobre la vida nos catapulta como los más felices en medio de la adversidad.  

Sin duda, nos encontramos en el mismo barco en medio de noticias aterradoras, sin empleo, con corrupción, con estrés laboral, con tráfico, con discusiones en el sistema de transporte público, entre otros. Todo lo anterior, acompañado de imágenes cargadas de positivismo –creadas para dar like en las redes sociales– frases lindas, encuestas sobre felicidad, libros en PDF, publicidad, vasos medio vacíos o medio llenos. Estamos rodeados de infinidad de gurús de la autoayuda que se hallan en el mundo reproduciendo esta clase de contenidos que nos llevan a creer en un positivismo que no es acorde con la realidad.

Es difícil pensar que en Colombia se puede hablar de felicidad, ya que históricamente el país ha tenido más desgracias que aciertos. Por lo tanto, determinar que un país se sienta así, a partir de una encuesta, sin profundizar en el contexto y sin tener en cuenta que vivimos en un mundo en donde la felicidad es un objeto de consumo, es peligroso. Todos estos productos que nos lanzan al abismo de la cara de ponqué parecen tener una única respuesta: el positivismo. Hay que ser feliz y positivo en un mal trabajo, al no encontrar un empleo, al perder un familiar, en nuestras relaciones, en medio de la guerra o de la enfermedad, etc. La forma en que vivimos parece ser la de consumir felicidad, ser positivo y luego existir; anulando cualquier sentimiento o actitud negativa –como tristeza, frustración, enfado, inconformismo, etc.–.

Vivir en un mundo que proclama y consume felicidad de forma descarnada, a través del positivismo, es aterrador. Nos puede generar profundos síntomas que de fondo podrían llegar a ser irreparables. Consumir felicidad para existir parece ser el eslogan de un siglo que se encuentra encandilado por los artificios del mundo y su vertiginoso avance. Todo es rápido y confuso y, a así llevemos a hombros una carga con la que no nos estemos sintiendo bien, hay que ser felices, pues las encuestas, la publicidad, las redes sociales, los familiares… nos indican que en este país –y en cada rincón del planeta– todo sucede para bien, pues es el mejor de los mundos posibles.

 

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Daniel Riaño García