Cómo evitar los spoilers

El formato Hollywood no suele prestarse más allá del suspense y los artilugios, muchas veces bien logrados, de la trama. En cambio, hay escritores que, aún cantando el final desde el inicio, logran cautivar con una maestría indiscutible.

Opina - Literatura

2019-08-24

Cómo evitar los spoilers

Autor: Manuel Felipe Álvarez Galeano

 

En los últimos meses el anglicismo spoiler ha sido tendencia, merced a la película Avengers: Endgame, pues la expectación de los seguidores de esta saga se ha visto derruida por destripadores —sinónimo hispano para spoilers— que narran esa escena en que Ironman arriesga su vida para destruir a Thanos… ¡Perdón! creo que soy uno más de esos, pero es la forma más precisa para explicar el fenómeno.

La explicación más precisa que podría ocurrirse es que nos hemos acostumbrado a lo factual, a saber lo que sucede, y no tanto a la imagen que imprime la obra; por tanto, el formato Hollywood no suele prestarse más allá del suspense y los artilugios, muchas veces bien logrados, de la trama. También se comprende que un par de horas no exige mayor elaboración simbólica y muchas de estas obras tienen al entretenimiento como principal fin.

La sociedad líquida —léase en clave de Bauman— opta, mayoritariamente, por la resolución afanosa e inmediatizada de los avatares de la vida y se nos ha vendido la idea de que el ahora es el momento único. Y no es que discuta, a capa y espada, con esta premisa, pues la vigencia del arte se debe, en gran medida, a nutrir las demandas de cada realidad.

Sin embargo, los lenguajes creativos corren el riesgo de diluirse en una ligera pragmática que no admite mayor deslumbramiento y, en el cine, el público masivo no se queda con la ambientación, la fotografía, el vestuario…

Hay películas célebres que uno ve, una y otra vez, con el mismo brillo en los ojos, pese a que uno ya sepa el final; pero es porque estas son el retrato de un momento y una emoción que se quedó impregnada, y la sucesión de hechos deja de ser lo primero que importa.

Titanic la vi no sé cuántas veces, esperando que Rose le dé un espaciecito en la puerta de madera a Jack; solo fue hasta bien entrada mi adolescencia en que me resigné a que él muere… Espero, incluso después de ver el remake del Rey León en cine, superar algún día la muerte de Mufasa.

Con la literatura no es para menos: me ha costado perdonar una ocasión que invité a tomar tinto a un gran amigo, con la expectativa de contarle mis lecturas en proceso de García Márquez, y el majadero me contó el final de Crónica de una muerte anunciada, pese a que, desde el título, el final estaba anunciado.

He aprendido que la narrativa no solo se resuelve en el tradicional inicio-nudo-desenlace, sino que, en los intersticios de esta secuencia, hay imágenes, elaboraciones retóricas, una apuesta estética y tantos recursos que permiten que uno trascienda ese inmediatismo de otros formatos literarios.

Hay escritores que, aún cantando el final desde el inicio, logran cautivar con una maestría indiscutible; muchos recordamos del colegio Mientras llueve, de Fernando Soto Aparicio.

También, recuerdo una sana discusión en un club literario en Ecuador, dentro del que se discutió sobre El sonido y la furia, y muchos asistentes reprimieron la maraña que exige desenvolver la trama de una de las piezas clásicas que más leyeron los del Boom latinoamericano.

Defendí la magia de Faulkner, el brujo del monólogo interior: vivificar la voz de un retrasado mental, con una rutilancia exquisita; el retrato de un joven estudiante que elucubra sobre su existencia; la pictografía del sur indomable de los años veinte en Estados Unidos; así como la diciente relación entre blancos y negros, dentro de una atmósfera captada en 3 días —muy al sabor de Joyce— son rasgos que hacen de la literatura un báculo que rompe esa liquidez circular de la que antes hablamos. En este libro, me revelaron uno de los hechos más detonantes en el segundo capítulo y, aun así, me resultó magnífico terminar la obra.

De manera semejante, sucedió con La tejedora de coronas, de Germán Espinosa, pues, si bien densa por su enredada puntuación —solo usa comas y no hay división en capítulos—, además de sus ires y venires de los personajes, hacen que uno se forje promesas que, finalmente, son cumplidas en el desenlace de esta inolvidable novela. En esta, me salvé de los spoilers, gracias a que ninguno de mis allegados se aventuró a concluirla.

Más allá de esta invitación a leer la narrativa por encima de la línea de los hechos —diégesis, para que me comprendan los filólogos—, la misma no está exenta de desganos ante los spoilers o destripadores, pues, de no ser por lo factual, no serían consideradas relatos, cuentos, novelas o las otras formas del género; sin embargo, es preciso liberarse de esos eslabones, máxime si el público lector, tanto incipiente como el más avezado, es más numeroso que el de otros géneros literarios.

Afortunadamente, existe la poesía: en esta no hay esa línea ciega entre los hechos y los encabalgamientos del argumento, sino que acude a gotas precisas que se dirigen a la intimidad y ya no importa si se sabe la resolución del último verso.

Ni qué decir de aquellos poemas que uno se memoriza o cuyos extractos escribe en una carta —porque todavía hay quienes nos embelesamos en estas cosas—, en ellos está la soltura fulgurante de lo preciso, como un beso breve, como una despedida, que hacen de lo pequeño una experiencia imperecedera y no hay destripador que pueda arrebatar esa experiencia.

Si usted quiere evitar los spoilers, lea poesía.

 

 

Foto cortesía de: Netflix

 

 

( 1 ) Comentario

  1. ReplyAlbertina Jiménez

    Los Spoilers arruinan la emocion y el gozo que produce el trama final en una película, en un libro ,en una serie. Es mejor mantener el suspenso para mantener el interés hasta el final de la narración.

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Manuel Felipe Álvarez-Galeano
Filólogo hispanista, por la Universidad de Antioquia; máster en Literatura Española e Hispanoamerica, por la Universitat de Barcelona. Aprendiz de escritor, traductor, corrector y conferencista. Estudiante del doctorado en Estudios Sociales de América Latina, en la Universidad de Córdoba, Argentina. Docente de lengua y literatura, de lenguas clásicas y romances, y de estudios sociales. Ha publicado los libros El carnaval del olvido, en Málaga, España (2013); Recuerdos de María Celeste, en Medellín (2002), y la novela El lector de círculos, en Chiclayo, Perú (2015).