Colombia: ¿un paraíso de la descarbonización?

La perspectiva a largo plazo no parece mejorar, una economía dependiente de las materias primas, unos candidatos presidenciales basados en las mismas viejas premisas con base en el consumo en sus programas de gobierno.

Infórmate - Ambiente

2022-05-25

Colombia: ¿un paraíso de la descarbonización?

 

Autor:

Juan Felipe Mendieta

 

Hace poco en un viaje a Francia me encontré con el periódico La décroissance[1], una elaboración inteligente y bien intencionada que desarrolla en sus artículos el término, la idea y todo lo que puede representar en estos tiempos «el decrecimiento sostenible». Una idea fundada en los principios económicos-ecológicos de Nicholas Georgescu-Roegen, presentada y apropiada por Vincent Cheynet, Bruno Clémentin y Michael Bernard.

En este periódico leí un interesante artículo de Raoul Anvélaut[2] sobre la carta de carbono. Anvélaut es reconocido por escribir artículos contra el ecologismo radical, este artículo no es la excepción y me resultó particularmente difícil de reseñar al tener ciertas bases del ecologismo y haber recibido una educación ortodoxa en Colombia con las bases del desarrollo sostenible, aunque actualmente me considero un crítico del mismo, además, nunca me he considerado una persona con posturas radicales, por lo que este artículo surge como un cuestionamiento: ¿qué pasaría en Colombia si se aprobaran en Europa las medidas de la carta carbono? Para llegar a ello comenzaré comentando un poco los principios del decrecimiento sostenible y el artículo de Anvélaut.

Para Georgescu-Roegen no existe crecimiento que no se encuentre subsidiado por los recursos finitos del medio ambiente, por lo que entre mayor es el consumo, mayor es el agotamiento de dichos recursos. Este principio es hostigado en el decrecimiento sostenible al procurar reducir el consumo sin la perdida de libertades del ser humano. En esta última premisa radica este interesante artículo, pues las decisiones tomadas recientemente por los gobiernos y los escenarios prospectivos que evalúan varios académicos ponen en evidencia una sociedad totalitarista, desigual y tecnocrática en futuros casi distópicos y desesperanzadores trazados por la crisis ecológica, económica y civilizatoria.

Para poder hablar de una sociedad totalitarista, hace falta hablar de las reacciones que ha generado la pandemia del COVID-19 alrededor del mundo. Personas de todo el mundo fueron puestas en cuarentena por un largo tiempo, posteriormente fueron vacunadas para poder acceder a diversos derechos relacionados al disfrute de la vida como la libertad, el trabajo o el disfrute de eventos, este estandarte moralista clasificó a los ciudadanos entre buenos y malos, separando a los vacunados de los no vacunados, en donde todos eran los mismos en el transporte público, pero a la hora de entrar a un teatro o un restaurante había dos bandos, incluso en gobiernos con un bajo control como el colombiano donde el control fue más social.

Los primeros colombianos en aplicarse la vacuna fueron aquellos que pudieron tomar un vuelo a Miami y pagar el plan vacacional de vacunación, vuelos, tres días de hotel, una dosis de Johnson & Johnson y finalmente regresar a Colombia. Esto expone por supuesto un problema con el que estamos familiarizados y habituados a vivir -la desigualdad, una desigualdad que se disparó con el resto de los problemas del país y el mundo durante la pandemia.

Según el Banco Mundial, el número de personas en pobreza extrema aumentó alrededor de 600 millones y el 0,001 % de la población mundial se hizo más rico después de la pandemia[3]. En Colombia el panorama no cambia, por el contrario, Colombia es el segundo país con mayor desigualdad en América Latina después de Brasil y aunque se estiman crecimientos en su economía la desigualdad sigue siendo un problema de difícil resolución[4].

La perspectiva a largo plazo no parece mejorar, una economía dependiente de las materias primas, unos candidatos presidenciales basados en las mismas viejas premisas con base en el consumo en sus programas de gobierno, que van desde el progresismo de Gustavo Petro basado en una economía productiva y moderna, el centro de Rodolfo Hernández basado en la eficiencia empresarial e igualmente modernizar el país, pasando por el aumento de la infraestructura en ciencia y tecnología de Sergio Fajardo, hasta el crecimiento económico con base en la oportunidad, el orden y el empleo de ‘Fico’ Gutiérrez, repitiendo todos viejos monólogos del poder.

Todos siguen el mismo guion ligado al desarrollo esta vez sostenible, con energías limpias y consumo verde, incluso con todo lo que esto implica en términos de cambios de uso del suelo, impactos ambientales y sociales, cambios en el paisaje, y sobre todo una inversión multimillonaria difícil de costear en los países del sur donde la tecnología, la ciencia, la cultura y la innovación no son un peso fuerte en la balanza financiera. Algunos como ‘Fico’ Gutiérrez no olvidan el exporte de materias primas como el petróleo a través de técnicas como el fracking para conseguir el tan anhelado desarrollo, concibiendo así el único rol que le exigen sus aliados de la OCDE, el de un país exportador de materias primas.

Pero volvamos al tema de interés, Raoul Anvélaut asegura que nos acercamos a una democracia regida por el totalitarismo que disparó la pandemia. Según sus aportes en La decroissance, el ecologismo a ultranza, la descarbonización y las múltiples crisis podrían llevar a una pérdida de libertades a partir de la toma de una serie de medidas como la de establecer un límite para cada persona de emisiones de , esta medida se podrá contabilizar tanto en la alimentación como en el consumo energético de combustibles fósiles y energía eléctrica utilizada, todo ello se verá reflejado en la tarjeta carbono, una manera de llevar las cuentas por cada individuo. De esta manera, el homo ecologicus como lo ha llamado Anvélaut, vivirá como un individuo en búsqueda de su bienestar individual basado en la idea de mejorar el bienestar colectivo, reducirá notablemente su huella de carbono en un mercado transable de libertades en base a las actividades realizables con base en el consumo de materia y energía, calorías y carbono, pues la tarjeta carbono incluso podrá hacer que algunos puedan vender los privilegios de consumir más en forma de créditos carbono, haciendo que el Estado este completamente permeado en las decisiones de las personas.

Para Ariane Bilheran el totalitarismo cuenta con ciertas características como, un monopolo de los medios de comunicación en masa, una idea que infunde terror y que pueda caracterizar a sus ciudadanos entre buenos y malos, una persecución sistemática a los opositores, un control masivo y un enemigo común. El virus comenta beligerantemente estos autores fue una manera de ejercer control sobre los ciudadanos, se haya dado en las circunstancias que se haya dado, permitió hacer experimentos sociales como una cuarentena mundial, un señalamiento de un enemigo común a combatir, una división y discriminación entre buenos y malos, vacunados y no vacunados, un monopolo de los medios contra el COVID-19.

Todas estas acciones permitieron crear una atmosfera para un futuro que enfrenta de manera combativa la crisis ambiental. La idea sostenida es que cada vez es más frecuente hacer señalamientos entre unos y otros por sus maneras de consumo, incluso en Colombia, aunque estamos lejos de tener opciones importantes en consumo orgánico, cada vez es más frecuente encontrar alimentos kosher, orgánicos, hechos por madres cabezas de hogar o por víctimas de la guerra, emprendimientos familiares y locales con sellos de mano de obra bien calificada y remunerada, etc. Todo esto parecerían ser acciones positivas en todo sentido, sin embargo, en Colombia no se ha generado la discusión suficiente como para plantear escenarios como el que plantea Anvélaut citando algunos políticos que han intentado llevar a cabo el mercado de carbono décadas atrás en Europa.

Esta situación ha despertado la mirada de los seguidores de La decroissance, Anvélaut advierte que estas decisiones nos podrían llevar a un liberticidio. Con un capital (no de dinero), sino de contaminación, las familias podrán contaminar hasta un punto después deberán pagar su excedente de contaminación con dinero, las vacaciones podrían ser más locales, los viajes para la mayoría de las personas de países europeos solo se podrán realizar en tren o en un automóvil eléctrico, ya que la cantidad de dióxido de carbono emitido por los aviones en largos trayectos suele ser mucho mayor solo superado en algunas situaciones por automóviles a base de diesel o gasolina con un solo pasajero[5], por lo que solo quienes han adquirido de otra persona suficiente capital de contaminación, podrían realizar dichos viajes. Cada viaje, producto o servicio estará contabilizado en términos de materia y energía.

El COVID-19, afirma Anvélaut, ha abierto una ventana de oportunidad, pues el cambio climático podría ser el próximo enemigo en común a combatir y hemos de usar cada una de las herramientas que nos sea posible utilizar, exterminaremos las libertades de algunos para que el mercado sea capaz de regular todo a su antojo, aquí la desigualdad y los roles de países jugará un rol importante  en el nuevo mercado.

La tarjeta carbono podrá resultar, por supuesto, solo en países que tienen la tecnología para medir los consumos de cada persona, pero supongamos que países de la OCDE como Colombia, no tengan la tecnología que tienen sus homólogos, que por el contrario cuenta con altos niveles de informalidad, donde las leyes de comida chatarra no pasan de un debate en el Congreso, donde solo el 1 % de los cultivos del país son orgánicos[6].

La toma de esta serie de medidas en el mundo podría transformar a Colombia como a sus países vecinos en una ventana de libertad a costa de la informalidad y el desorden, en el que los extranjeros ya no solo vendrán por el producto de máxima exportación que genera millones de empleos, productividad en el campo, mantenimiento de la democracia, hiperactividad en el cuerpo y otros efectos secundarios, desde luego, hablo del café y que no se confunda con otro producto vía nasal, sino por todos los grandes niveles de consumo que podrían obtener fuera del radar carbono, desde luego será una oportunidad para seguir aumentando los precios de un masaje con cerveza en Cartagena, pero algunos emprendedores lo verán como otra ventana de oportunidad a la informalidad, los vendedores ambulantes seguirán sin acceso a pensión, pero poco podrán quejarse porque tienen un empleo con ingresos suficientes para sobrevivir y ser llamados empleados, informales, pero empleados. El flujo de dinero seguirá entrando al país por el comercio de materias primas para realizar parques eólicos y solares en otras latitudes, la minería no se detendrá y el fracking seguirá sosteniendo los viajes de los ricos para que se puedan desinhibir en tierras caribeñas, en últimas la descarbonización será para los pobres. 

 

Fuentes:

[1] La decroissance, le jounral de la joie de vivre. 1er journal d’ecologie politique. Publiée par casseurs de pub. N° 186 – février 2022.

[2] La decroissance, le jounral de la joie de vivre. 1er journal d’ecologie politique. Publiée par casseurs de pub. N° 186 – février 2022. La carte carbone. Raoul Anvélaut.

[3] https://www.bancomundial.org/es/news/feature/2021/12/20/year-2021-in-review-the-inequality-pandemic

[4] https://www.bancomundial.org/es/country/colombia/overview

[5] https://www.eea.europa.eu/publications/transport-and-environment-report-2020

[6] http://www.fedeorganicos.org/la-agricultura-organica-solo-tiene-1-de-hectareas-del-total-del-mercado-de-alimentos/

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Juan Felipe Mendieta Daza
Magíster en Ordenamiento Urbano Regional de la Universidad Nacional de Colombia y profesional en Ciencias Ambientales. Asesor de políticas públicas en ordenamiento y medio ambiente.