#ChaoDuque y su negativo legado

Millones de colombianos, incluidos cientos de miles que votaron por él, esperan que una vez entregue las llaves de la Casa de Nariño, se retire de la vida pública. El país necesita descansar de su fatuo carácter, de su incapacidad para comprender los problemas del país, por estar más preocupado de cumplirle a su patrón.

Opina - Política

2022-01-19

#ChaoDuque y su negativo legado

Columnista:

Germán Ayala Osorio

 

A Iván Duque Márquez le queda poco tiempo en la Casa de Nariño (Casa Estudio o de Nari). Por ello, es tiempo de hacer un balance de lo realizado en cuatro años de administración. La evaluación se hará desde los siguientes ámbitos: institucionalidad, implementación del acuerdo de paz, lucha contra la corrupción y ampliación de la democracia.

Inicio con el asunto de la institucionalidad. Si algo caracteriza al uribismo, asumido este como un conjunto de maneras de proceder en el manejo de lo público, es la intención de debilitar las instituciones estatales y por esa vía, generar una institucionalidad más acorde con el carácter de quien hace las veces de presidente de la República. El objetivo superior es privatizarlas, esto es, borrar el sentido de lo público con el que estas devienen, por estar ancladas a una idea de Estado que por supuesto los uribistas no comparten. Esto es, un Estado que esté al servicio de las mayorías y que sea una guía moral para todos.

Como admirador ciego de Álvaro Uribe Vélez, Iván Duque Márquez siempre buscó no solo complacerlo, sino emularlo en sus acciones y decisiones, así muchas de estas hayan tenido que pasar primero por el filtro de la consulta de quien durante los cuatro años gobernó a su sombra: el 1087985. Finalmente, Duque siguió al pie de la letra el guion que le entregaron. Su carácter obsecuente le sirvió para ganarse la confianza de las figuras más prominentes del régimen, las mismas que lo respaldarán hasta el 7 de agosto. Al darse cuenta de que la inercia del poder le daría ciertas libertades, optó por esconderse detrás de un escritorio para presentar el programa presidencial Prevención y acción, con el que fingió estar manejando asertiva y eficientemente la pandemia del covid-19. Gracias a ese costoso embeleco mediático, Duque convirtió la casa de gobierno, en una casa estudio, en donde disfrutó de la realidad paralela en la que decidió vivir desde el preciso momento en el que se encontró con la presidencia.

Sobre la implementación del acuerdo de paz hay que señalar que hizo todo lo que estuvo a su alcance para ralentizar ese proceso. Apeló a dispositivos retóricos y a la emocionalidad para deslegitimar lo acordado y justificar sus acciones y decisiones ancladas a su evidente animadversión de lo acordado en Cuba. Habló de «paz con legalidad» y bajo ese lema de campaña, generó una política pública de paz, que más parecía un ataque al proceso de La Habana, originado desde las entrañas del Estado. También, habló de «estabilización», aludiendo a las zonas de rehabilitación y consolidación de Uribe. De esa forma, jugó a implementar los acuerdos, con el espíritu negacionista y militarista con el que su mentor asumió el manejo del orden público y negó la existencia del conflicto armado interno. Atacó a la JEP y a los comparecientes de las extintas Farc-Ep. Además, engañó a la comunidad internacional con un doble discurso y logró donaciones y apoyos económicos que muy seguramente se perderán en las marañas institucionalizadas de la corrupción estatal.

Quizás la frase que resume la indisposición presidencial frente a la obligación constitucional de implementar lo acordado en La Habana la expuso Emilio Archila, consejero para la Estabilización. El ladino funcionario dijo: «Quienes piensan que el Acuerdo se debe aplicar tal como se firmó se equivocan».

La lucha contra la corrupción suele ser una bandera que cada cierto tiempo los políticos agitan para ganar simpatías. En el 2018, se convocó un referendo para esos efectos y este fracasó, lo que indica que esa lucha está perdida, por cuanto hay un ethos mafioso que se entronizó en la sociedad colombiana. Duque propuso luchar contra lo mismo y hasta propuso, junto con su ministra, Martha Lucía Ramírez, crear un Bloque de Búsqueda para perseguir a los corruptos. De esa manera, manipuló las emociones con el firme propósito de que los colombianos se olvidaran de la «Ñeñepolítica», una especie de Proceso 8000, que la prensa afecta a Duque y al régimen, no dejó prosperar y así se evitaron los claros efectos jurídico-políticos que bien lo hubiesen convertido en un Ernesto Samper II. Duque «enmermeló» a las bancadas oficialistas del Congreso y legitimó el «abudineamiento» de 70 mil millones de pesos, brindando total respaldo a su ministra Karen Abudinen.

Y, finalmente, en lo que concierne a la ampliación de la democracia, Iván Duque Márquez se acercó, con lujo de detalles, a la doctrina militarista que en su momento aplicaron Turbay Ayala con el Estatuto de Seguridad y Uribe Vélez, con la Seguridad Democrática. Es decir, hubo un cerramiento democrático, conculcó derechos, persiguió a la Oposición y elevó a la condición de «nuevo enemigo interno», a los jóvenes que se manifestaron durante los paros de 2019 y 2021.

Duque supo envalentonar a los miembros del Esmad y se disfrazó varias veces de policía. Con esas acciones, retó a los ciudadanos y ciudadanas que fueron violentadas sexualmente y aquellas que perdieron sus ojos por ataques del Esmad. Y claro, a los familiares que perdieron a sus seres queridos a manos de la policía nacional.

Desde estas cuatro dimensiones, Iván Duque Márquez deja un negativo legado y termina su paso por la Casa de ‘Nari’ con una imagen desfavorable que supera el 70 %. Se va con el remoquete de «títere», el mismo que la periodista de CNN, Ángela Patricia Janiot usó, no para preguntarle si de verdad era el títere de Uribe, sino para universalizar una verdad inocultable.

Millones de colombianos, incluidos cientos de miles que votaron por él, esperan que una vez entregue las llaves de la Casa de Nariño, se retire de la vida pública. El país necesita descansar de su fatuo carácter, de su incapacidad para comprender los problemas del país, por estar más preocupado de cumplirle a su patrón. Su imagen genera repudio, porque desde la presidencia jamás trabajó para erigirse como símbolo de unidad de la Nación. Por todo lo anterior, el numeral #ChaoDuque no solo es legítimo, sino que se convierte en un dispositivo psicológico con el que la opinión pública busca algo de sosiego y tranquilidad. Millones de colombianos están contando las horas y los días para que llegue ese momento de verlo salir de una institución a la que jamás debió llegar.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Germán Ayala Osorio
Docente Universitario. Comunicador Social y Politólogo. Doctor en Regiones Sostenibles de la Universidad Autónoma de Occidente.