Apostar por la democracia

Hay una tendencia antidemocrática clara que aflora durante la crisis sanitaria e impone medidas represivas que, lejos de ser provisorias, se mantendrán en vigor durante tiempo indeterminado.

Opina - Internacionales

2020-05-18

Apostar por la democracia

Columnista:

Andrés Santiago Bonilla

 

Hace algunas semanas el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, indicó que una respuesta pertinente al coronavirus sería ingerir o inyectarse desinfectante. Al día siguiente de su anuncio, se reportaron unos cien casos de llamadas a los servicios de salud en Nueva York por haber seguido sus indicaciones. También se dio a conocer que el mandatario promovió las protestas contra la cuarentena en distintos lugares del país y se ha embarcado en cierto rifirrafe con las autoridades locales respecto al manejo de la crisis sanitaria, sin embargo y, de forma grandilocuente, afirma que su gestión ha sido exitosa, culpando de la situación a quien se le pase por la cabeza.

Teniendo en cuenta lo anterior, esperaríamos que en noviembre el voto ciudadano expresara su rechazo crítico a este tipo de actuaciones, pero no, al parecer, lo más probable es que Trump sea reelegido, pues gran parte del electorado le cree.

En Gran Bretaña, el primer ministro británico Boris Johnson enfermó gravemente de COVID-19 y tuvo que ser recluido en cuidados intensivos, sin embargo, el mismo dirigente político había indicado al inicio de la crisis que la mejor manera de enfrentarse a ella era permitiendo el contagio, con tal de lograr el efecto rebaño, es decir, una suerte de inmunidad colectiva que aparece cuando más del 50 % de una población determinada ha contraído una enfermedad y desarrolla los anticuerpos necesarios para combatirla, ante el embate del virus la respuesta estatal fue una toma de medidas poco decidida, el énfasis en la responsabilidad del individuo y el salvamento de la economía. En Colombia, algunos opinadores alcanzaron a sospechar que Duque seguiría el “modelo británico”.

Hace más de un mes, el primer ministro húngaro Viktor Orbán vio en la crisis una oportunidad dorada, en razón de la lucha contra el coronavirus, decidió abrogarse plenos poderes por un período de tiempo indeterminado, mientras la oposición indicó que se trataba de un golpe de Estado, la amplísima mayoría con la que cuenta en el Parlamento asiste obediente al desmantelamiento de las instituciones. Orbán es reconocido en Europa como un aspirante a tiranuelo y, sus posturas autoritarias, cercanas a la dictadura, son bien conocidas aún en el seno de la Unión Europea hace al menos 4 años, pero el organismo no cuenta con los elementos necesarios para defender la democracia aún en sus países miembros y a este ritmo, tal parece que Aleksandr Lukashenko, el dictador bielorruso, dejará de ser el único autócrata en el continente.

Mientras tanto, en Brasil, Jair Bolsonaro opinó que el virus era una simple gripa, —posición sostenida también por una reconocida senadora colombiana hace días—, indicando que no era necesario entrar en pánico ni tomar las medidas necesarias para combatirlo, a continuación, hubo grandes desacuerdos internos en su gabinete y respecto a los gobernadores federales, pues muchos de estos funcionarios prefirieron desobedecer las órdenes presidenciales con tal de detener la macabra visita de la COVID-19 en sus territorios. La crisis provocó un verdadero choque de trenes; el presidente desautorizó a su ministro de Salud frente a las cámaras y tras batallas internas, consiguió hacer que renunciara, también despidió al ministro de Justicia. Mientras tanto, los militares ciernen amenazas de golpe de Estado a Bolsonaro —él mismo, exmilitar— debido a su mala gestión de la pandemia. ¿Y qué pasaría si los militares se toman el poder? ¿Darían paso rápidamente a un Gobierno más abierto? Me permito dudarlo, al menos el Gobierno Bolsonaro tiene fecha de caducidad, en teoría.

En China, lugar en donde ocurrió primero la emergencia, no es claro el conteo de los muertos, ni de los infectados, pero el gigante asiático parece haber enfrentado la crisis con soltura y se perfila como el principal hegemón global en el futuro cercano. Sin embargo, en este país como en otros Estados del sudeste asiático, la lucha contra la pandemia significó el monitoreo personalizado de los movimientos y contactos sociales de los ciudadanos sin que estos —también por motivos culturales— no opusieran resistencia alguna, detrás del exitoso manejo que le han dado a la coyuntura también están la experiencia pasada con el virus del SARS, el oportuno control fronterizo como en Taiwán, el despliegue masivo de test de diagnóstico como en Corea del Sur, pero todas estas medidas estuvieron sostenidas sobre el continuo acceso y almacenamiento de la big data de las personas por parte del Estado. Igual que en el caso de Orbán, estas medidas también parecen ser por tiempo indeterminado. Hoy podríamos indicar que China es el panóptico contemporáneo más completo, no teniendo nada que envidiar a otros panópticos, aunque de diferente estilo, como Facebook o Google.

En El Salvador, el presidente Nayib Bukele ha dado vía libre a que las fuerzas del Estado asesinen a los criminales que continúan delinquiendo en las calles, en un acto parecido al del presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, que amenazó con asesinar, pero a cualquier ciudadano que incumpliese las medidas contra el virus. Mientras tanto, Bukele continúa su Gobierno digital vía Twitter.

Asimismo, en India, país que no puede logísticamente llevar a cabo un confinamiento con distanciamiento social, debido a la gran densidad de población, las necesidades económicas de la gente y la miseria de sus lugares de vivienda, el Gobierno nacionalista de Narendra Modi ha promovido unas leyes antimusulmanas que pretenden arrebatar la ciudadanía india a las personas de ese credo —unas 200 millones— y por eso, se asemejan peligrosamente a las leyes raciales promulgadas en la Alemania nazi. Este tipo de medidas, apadrinadas por un claro fundamentalismo religioso, ha tensado las relaciones entre hindúes y musulmanes y amenaza con ser una bomba de tiempo en el segundo país más poblado del planeta, y todo ello sin olvidar las consecuencias que podría traer consigo la pandemia.

Ante el actual estado de cosas, aún en desarrollo, y lo que sucede en China, por ejemplo, cabe preguntarse sobre la actualidad y pertinencia de nociones defendidas en Occidente, como la separación de esferas pública y privada, es necesario alertar sobre el discurso anticientífico y anti-intelectual de algunos Gobiernos como el norteamericano o el británico, por nombrar solo dos y, por último, advertir ante las claras tendencias autoritarias en países como China, pero también India y otros, que seguramente se verán favorecidos por la crisis y apelarán a los instintos primarios —ellos también anticientíficos y anti-intelectuales, artistas incluidos—, los métodos digitales y el descrédito de las instituciones democráticas para perpetuarse en el poder. En últimas, cabría también preguntar sobre la vigencia del ideal democrático como ha sido comprendido en Occidente, sobre su universalidad y su capacidad de resistir al tiempo.

El totalitarismo es la negación de la naturaleza política del hombre, invade todas las esferas de su sociabilidad y elimina cualquier pensamiento disidente a través de la vigilancia y la estigmatización de todo aquel que expresa algún desacuerdo con el régimen o se sale de la conducta que él proscribe como buena, de nuevo, apoyándose sobre el desprecio del intelectualismo, la creación artística y la ciencia. La historia nos indica que al final construye campos de “reeducación o de trabajo” en donde extermina a todo aquel que no le es útil, tras despojarle en la práctica de su condición humana.

¿Y si en vez de ello apostáramos por una renovación del ideal democrático, por más y mejor democracia? Pero, ¿qué es la democracia?

 

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Andrés Santiago Bonilla
Politólogo de la UN. Estudiante de Relaciones internacionales con énfasis en medio oriente. Amante de la escritura, devorador de podcast, lector constante.