Para muchos, ha sido recalcitrante el hecho de que amplios sectores de la opinión se indignan porque se le da mayor relevancia mediática a ciertos atentados en países ‘desarrollados’, que a otros países de menor resonancia global. Entre varias causas, se estima que, en ciertos costados del mundo, se ha naturalizado más el concepto de violencia y tiende a verse como un asunto normalizado.
Y sí, por ejemplo, el fondo de ‘Je sui París’ duele, y, más allá de las discusiones que suscitó este antecedente, esta fue una base indiscutible de que una tendencia virtual puede estimular la disposición crítica sobre la violencia, como se vio a posteriori.
Y sí, también es necesario comprender que la barbarie de la guerra debe doler y generar una reflexividad inmediata venga de donde venga.
Fue evidente la oleada en las redes en las tragedias posteriores –y no solo por resultado de masacres o atentados-, sino también en desventuras naturales como se vio en el norte de Perú, en el terremoto de Ecuador y en el Putumayo. Aunque no con tanta rutilancia, por lo menos hubo algunos que mantuvieron su banderita en la foto de perfil unos cuantos días, según fuera el caso, no obstante, aunque este es el noble testimonio de que las tragedias de otros nos laceran las fibras, a ese único gesto no debe reducirse la solidaridad.
En días pasados, también hubo un hecho lamentable que bien podría formar parte de esa tendencia: 235 muertos y 109 heridos en la mezquita Al Rauda en Egipto. Y, peculiarmente, me tomé el trabajo aventurado de consultar si alguien sabía quiénes fueron los implicados, en qué contexto y bajo qué circunstancias se dio el hecho; sin embargo, en un par de casos, la mirada fue honda, dispersa y la respuesta fue algo así como “¡Ah! eso es de esos atentados que siempre hay en Medio Oriente, por allá en esos países árabes”.
Ante esto, vale la pena meditar sobre la trascendencia dialógica y crítica a propósito del uso de las redes sociales. Por ende, es aconsejable tomarse un tiempo para indagar, consultar cuáles son los paradigmas y patrones sociohistóricos que hacen que este tipo de violencia se normalice y en qué manera los medios han volcado su compromiso social para ir más allá de lo que espectacularizadamente es más cercano y asequible.
Quizás puede darse la justificación de que en nuestro país ya hay suficientes conflictos como para fijar la mirada en otros; ante esto, merece la pena enunciar que, si en nuestro territorio permanecemos en el mismo círculo de violencia naturalizada, ubicar la perspectiva en otros contextos quizás pueda darnos bases para proponer caminos y ampliar el horizonte referencial para paralelizar con nuestras problemáticas, sin importar que las sociedades sean distintas, pues, si otros pueblos tienen semejantes adversidades, es porque sociológica y antropológicamente tenemos algo en común donde debe estribarse la atención.
Dichas convergencias, pueden ser, por ejemplo, fundamentos de disonancia ya sea desde lo religioso, lo ideológico, lo político y discordancias radicales en las dinámicas de territorio: situación que no se contrapone a la realidad colombiana, si se mira el trasfondo y origen de nuestro conflicto, si se mira que también en esta orilla del mundo hay totalitarismos, fanatismos y extremismos que no hacen más que dividir y le dejan la mesa limpia al banquete de ese poder que yuxtapone sus intereses al bien común.
A todos nos compete el conflicto y, a su vez, nos debe comprometer la paz. Infortunadamente, esta, para el caso de Colombia, máxime cuando estamos planteando la necesidad de modificar patrones, no ha tenido en cuenta el papel preponderante e imprescindible de las humanidades; específicamente, en lo que concierne a paralelizar contextos, analizar antecedentes, orígenes, vicios sociales, lacras históricas que están vigentes y plantear una estrategia de evolución o cambio.
Todos los que perecen en la barbarie de la guerra son el producto sistemático de algo en lo que, per secula seculorum, hemos fallado como especie humana. Por eso, es imperativo repensar, cuantas veces sea necesario, desde esta o desde cualquier otra latitud, la importancia que le estamos dando a la discusión, dentro del plano del respeto, y al pensamiento crítico.
Pudo verse, en la inmensa mayoría de los casos, sea desde móviles de guerra, de catástrofes naturales o de cualquier otra índole, que la solidaridad sigue siendo parte indivisible de la condición humana y sería más productivo -por cliché que parezca la aseveración- si se da más allá de un trino o una bandera en la foto de perfil; por tanto, es indispensable documentarse y empaparse reflexivamente de lo que sucede –desde lo individual hasta esferas globales-, de lo que se ve en los medios, más aún cuando diariamente hay tragedias que nos llaman a ello.