A propósito del caso Vicky Dávila y Jairo Lozano, conversaciones privadas y filtraciones

La autocensura es una realidad pura y dura cuando se investigan personas poderosas y más, cuando aquellas, son cercanas al poder fáctico y político.

- Política

2020-10-27

A propósito del caso Vicky Dávila y Jairo Lozano, conversaciones privadas y filtraciones

Columnista:

Juan Carlos Lozano Cuervo 

 

Este país no se cansa de hiperproducir noticias de todo tipo. Generalmente las conversaciones privadas que son filtradas por la prensa tienen como protagonistas a políticos, militares, empresarios, en general, gente cercana al poder, cuando no, actores armados ilegales. Pero es poco común tener acceso a conversaciones entre periodistas que manejan información sensible y que terminan decidiendo qué decir y cómo presentarlo a la opinión.

Como todo en este país la defensa de los periodistas se hace desde el feudo ideológico. Vicky Dávila y Jairo Lozano conversaban y fueron chuzados, alegan sus defensores. La reacción en primera instancia es la acostumbrada por todo aquel que gracias al trabajo periodístico queda expuesto ante la opinión. Los mismos periodistas se quejan amargamente de que se centre la discusión en el mensajero y no, en el mensaje.

Seguro aquí, ¿lo condenable es la filtración?; ¿qué pensaríamos si la conversación filtrada fuera entre un par de políticos?; ¿nos quedamos debatiendo acerca de la filtración y la censura? Y más cuestionable es querer desviar la atención de lo ocurrido en un supuesto debate con Gustavo Petro.

Ya en días pasados, Géner Úsuga había publicado una investigación sobre el árbol genealógico de los Gnecco Cerchar, titulada La banda de los Gnecco, familia del esposo de la periodista, que hábilmente desvió la atención resaltando el craso error de haberse incluido el nombre su hijo menor. Claro, de la denuncia realizada por Úsuga nada se dijo.

Es increíble que una periodista como Dávila recurra a la misma táctica de las personas que ella investiga. Tender una zona gris para desviar la atención de tan grave suceso. La frase del periodista Lozano, que según se desprende de la conversación no molesta su interlocutor: “Sí, pero no se puede decir”, deja en blanco y negro un asunto preocupante para la libertad de prensa. La autocensura es una realidad pura y dura cuando se investigan personas poderosas y más, cuando aquellas, son cercanas al poder fáctico y político.

Por otra parte, que Revista Semana tenga la vocación de ser la Fox colombiana no es lo cuestionable. Que tenga en su plantilla de columnistas a periodistas como Dávila, Luis Carlos Vélez y Salud Hernández, tampoco. Todos los medios tienen línea editorial; sin embargo, lo mejor sería que lo expresen. Ya va siendo hora de abandonar la presunción de objetividad y admitir que los periodistas tienen afinidades políticas las cuales son francamente innegables y que, lo mejor sería dejar de posar de neutros para admitir lo que se sale por los poros.

Para mayor ilustración, hablamos de la conversación entre Vicky Dávila y Jairo Lozano, acerca del exembajador Sanclemente y su presunto conocimiento que en su finca había laboratorios de cocaína y que el mayordomo asumiría toda la responsabilidad. De este episodio como en todos, vendrán cientos de interpretaciones en busca de defender al copartidario ideológico tratando de confundir la opinión planteando preguntas que conduzcan a la conclusión deseada. Pero, en este orden de ideas, ¿aceptamos las filtraciones de información sensible o no?, ¿existe un lindero para aquellas?

Observar a los periodistas quejándose precisamente por lo que ellos llaman «chivas» es un contrasentido evidente. Lo entendible es que nadie desee ser protagonista de aquellas. Otro asunto sensible, es cuando los periodistas son los que generan información (chivas) y no al contrario; si aceptamos el argumento que los periodistas no tenían claro el suceso, entonces esa regla, echaría por tierra cientos de «chivas» que ya han sido llevadas al público y que han menoscabado el buen nombre de personas tachadas de delincuentes y que han ganado en los despachos contra los mismos periodistas.

Tal parece entonces, que la necesidad de la certeza que alegan es selectiva. De fondo, si la regla es aplicarla en todos los casos, quedan el aire algunas preguntas: ¿por qué solo se aplica en determinados casos? o, cuando se trate de información acerca de periodistas, ¿debemos esperar algún tipo de certeza reforzada? Incluso, ¿los periodistas que filtran conversaciones no pueden a su vez, ser sujetos de filtraciones?

Lejos de querer tener razón y convencerlos de mi «verdad», considero importante que se dé la discusión, pero en serio. Los medios pueden tener su línea editorial de derecha o de izquierda, pero que lo digan. Ojalá muchos periodistas abandonen la pose y acepten en público sus preferencias, quién, por ejemplo, duda de que en nuestro país existen tanto periodistas de derecha como de izquierda, o, que muchos medios son bastantes cercanos al poder. Quizá, ya sea hora de abandonar la presunción de imparcialidad para advertir al público sus posturas políticas.

Debemos pensar en la construcción de un país adulto donde exponer nuestras convicciones no resulte estrambótico o cause la muerte. Ser de derecha o izquierda no es delito. Lo que hagamos por defenderlas y la forma en que deseamos llegar al poder, si, en especial cuando pisan el Código Penal. En suma, que los medios asuman su línea editorial y el público sea el que decida que leer y a quién seguir.

 

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Juan Carlos Lozano Cuervo
Profesor, abogado y magíster en Filosofía.