Y usted, ¿tiene un mal jefe?

Ese, dizque «patrón» no confía en nadie y no le gusta delegar, pues prefiere controlarlo todo y cree que todos, siempre lo harán mal o lo robarán y, cuando al fin logra confiar, confirma con la primera equivocación de alguno de sus empleados que tenía razón en no hacerlo.

Emociones - Relaciones

2021-06-25

Y usted, ¿tiene un mal jefe?

Columnista:

Diana Abril

 

Recordaba por esta época los malos liderazgos de los diferentes gobiernos nacionales e internacionales que dan cuenta de los pésimos jefes en los que pueden convertirse aquellos a los que les sueltan el poder o a quienes acceden a él, con o sin esfuerzos y que, en su papel de mandatarios, gerentes, coordinadores, jefes y demás, terminan por ser odiados por una parte o una multitud de subalternos, trabajadores o dependientes de «su corona».

Ese, al que llamamos «mal jefe» es el típico líder al que denigraron siendo empleado o lamezuelas de algún otro jefe al que él odiaba; este jefe padece de lo que el experto profesor canadiense Laurence J. Peter, en la década de 1960, denominó el «principio de Peter» que se trataba de que «en una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia» y, a su vez, caracteriza a ese nuevo jefe como un incapaz de «coordinar equipos», lo que hace que muchos se pregunten sobre esa denotada ineptitud del que tiene el mando. 

Pues bien, ese, dizque jefe, se dirige a sus empleados como si fuesen sus hijos y los regaña de igual modo. Su fin es hacerlos sentir inútiles como así lo hacían sentir a él; y no contento con eso, los amenaza con echarlos de su «casa» o de su «gran emporio» si no hacen las cosas como él las pide o de algún modo, los obliga a renunciar. No confía en nadie y no le gusta delegar, pues prefiere controlarlo todo y cree que todos, siempre lo harán mal o lo robarán y, cuando al fin logra confiar, confirma con la primera equivocación de uno de sus empleados que tenía razón en no hacerlo.

Ese pésimo jefe se la pasa pendiente de, en qué momento, su subalterno la va a embarrar, para afirmar lo que piensa sobre él: que es un pobre arrancado, que no aprende nada, y que además, es bruto y nunca va a hacer nada bien; que no sirve para nada y jamás va a alcanzar el estatus que él sí consiguió. Ese jefe humillante, despota, con ínfulas de grandeza y sin sentimientos no sabe que quien se equivoca es él, por más estudios o poder que tenga, no capta que a sus espaldas resuena su nombre; no por bueno, sino por malo. Por ser un pésimo líder al que algunos sí le comen el cuento y se hincan a sus pies como viles esclavos, aunque solo lo hacen por unos intereses particulares: no aguantar hambre, conseguir más dinero o una posición similar a la de él (la de su jefe).

Lo que no sabe el empleado es que, al hacerle venia a ese terrible jefe, se está clavando a sí mismo un puñal, no sabe que está adulando a quien no lo merece. Le está dando más poder, solo por el hecho de darle la razón en todo y de elevarlo con esos famosos, pero horribles adjetivos que lo acompañan y que no son merecidos: de jefe, de director, de patrón, de amo; o en algunos casos, el de doctor.

Pues a ese mal patrón se le tiene miedo, miedo de hablarle, de comentarle un problema, de pedirle un favor, de contarle sobre un acontecimiento, de solicitarle un permiso o de hacerle cualquier solicitud; porque, de cualquier modo, sea bueno o malo lo que se le vaya a decir, fijo habrá un regaño. A ese jefe le encanta que le tengan miedo; goza de ello y se vanagloria cuando llega a su lugar de trabajo y todos corren. El «amo» ama eso. 

Ese es el mal líder que despotrica de sus empleados y el que piensa que una persona es igual a un objeto, que se puede cambiar como se hace con unos calzones, que se puede tirar a la basura cuando encuentra otro «objeto mejor», mientras se aburre de nuevo. Aunque para él nunca habrá ninguno mejor que él y solo él. Nadie más que él siempre tendrá la razón, pues no le pide consejo a ningún individuo, porque siempre hace lo que su terrible «modo de mandar» le inspire. A veces se hacer pasar por bueno, pero vuelve a ser el mismo. 

Ese («su superior») piensa que el capital humano es lo de menos, porque hay de sobra; pues la demanda es enorme frente al desempleo. No entiende de administración de empresas y menos comprende de qué trata la agilidad estratégica en una organización. Pasa por alto la propuesta dada en una de las conclusiones del trabajo Agilidad estratégica a través del capital humano de Apascaritei y Elvira, (2018) «basada en la mejora de la experiencia del empleado que propone tratar y cuidar a los empleados tanto como se cuida a los clientes y, además, hacerlo en cada una de sus interacciones con la empresa».

Además, ese pésimo jefe cree que el ser humano no vale un rábano y trapea el piso con él. No le interesa volver a empezar un proceso de contratación cuantas veces sea necesario, mientras se pueda deshacer de un trabajador que no le gustó, por algo que hizo (bien o mal); o porque le pareció que no trabajaba bajo sus indicaciones; o porque le llevó la contraria. Él hace con su cargo o con su empresa lo que se le dé la gana y con sus trabajadores, igual. Sin embargo, siempre dentro de los términos legales, aunque sin pensarlo, podría ganarse una demanda por acoso laboral y allí cambiarían los papeles. 

Ese jefe lo hemos tenido muchos. Aquel que desangra a sus empleados y les saca el máximo provecho, porque lo único que le importa es que le produzcan, que le llenen los bolsillos de dinero, pero que no le den ni un solo problema. Y lo que más exige es que se inclinen a sus pies y lo eleven al cielo, como si fuese algún santo digno de devociones.

Ese es el «amo» que no entiende que la comunicación es lo más importante en una organización y solo expresa ira hacia sus subalternos; a grito entero, con sutiles insultos o ignorándolos al dejarlos en visto. En ocasiones tiene algún preferido, cuando lo decepcionan, sean consentidos o no de él, los hace sentir como viles cucarachas o, peor todavía; les recuerda, de forma implícita o explícita, que sin el trabajo que les brinda, ellos, sus «devotos» (hipócritas o no en su trato) «no serían nadie».   

P. D. Debo aclarar que también hay pésimos empleados, pero ese es tema para otro escrito. 

 

( 1 ) Comentario

  1. cursi, elemental y dañino tu comentario, bien dicen «de la abundancia de odio en tu corazon habl la lengua». no conoces el principio de Piter a ffondo, o lo tergiverzas, El principio de piter o sindrome de colocacion fiinal no es problema de los patrones o jefes, es un problema de la persona, des ser humano,
    no de los jefes. diana si lo que quieres es crear odio entre sistemas o clases, documentate un poco mejor y habla menos chachara.

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Diana Abril
Exbecaria de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Administradora pública. Integrante de la Asociación Colombiana de Correctores de Estilo, miembro de la Red de Investigadores Latinoamericanos, editora junior de la revista Justicia y Derecho de la Universidad del Cauca, asesora y consultora académica y par evaluador ocasional de la revista Nova et Vetera de la Escuela Superior de Administración Pública.