Una historia no contada de la visita del Papa Francisco

Narra - Sociedad

2017-09-16

Una historia no contada de la visita del Papa Francisco

María Elena del Socorro González nació, aproximadamente, hace 40 años en el seno de una familia campesina en Carepa, un municipio del Urabá, en el departamento de Antioquia. Ella fue la menor de 12 hermanos, la hija más enferma, la esposa que más maltratos pudo sufrir, la vecina más colaboradora y la mujer cuyas manos mejor ejemplifican el sacrificio continuo de la pobreza en este lado del mundo. A la edad de 25 años se trasladó junto con sus tres bebés a la ciudad de Medellín, debido a la violencia que azotaba a su municipio.

Empezó viviendo en el barrio Campo Valdés, en las laderas que colindan con el barrio Aranjuez en la Comuna 3, y después, por falta de recursos, se trasladó al barrio Castilla. Trabajaba dos turnos en el Centro para poder llevar a sus hijos lo mínimo que les permitiera sobrevivir: comida, uniformes de colegio, útiles escolares y dinero para transporte. Cualquier gasto no contemplado, como cuando su hijo mayor le rompió un juguete a un niño de su escuela, equivalía a menos comida durante un mes para el conjunto de su familia.

María Elena, una mujer trabajadora, católica, de Santo Rosario diario a dos turnos, se había convertido, por los distintos procesos que sufrió el país, en una adoradora de la política de la violencia y el rencor; tal política atacaba a sus mayores enemigos en vida: la guerrilla de las FARC, culpables de sacarla de su pueblo, de arrancarle sus tierras y de dejarla a la deriva en la ciudad de la violencia.

—Oíste, Chila, ¿viste que viene el Papa Francisco? —Decía María Elena a su vecina y compañera de camándula.
—Eso oí, pero quién sabe. Con tantas mentiras que dice la gente por ahí, hasta no ver no creer.

El miércoles 6 de septiembre arribó al país el representante de Dios en la tierra, arribó con una serie de mensajes que traspasaron las fibras, el sentido y el afecto de los colombianos, pero lo más importante, ese señor llegó haciendo milagros: pocas muertes por violencia en un país que tiene como segundo apellido crueldad.

María Elena sabía que la única oportunidad que tenía de ver al Papa sería a kilómetros de distancia, ya que, como en todo, la primera fila la tenían reservada para las engalanadas y encopetadas autoridades, para los hijos de las autoridades, para los primos de las autoridades, para los conocidos de las autoridades y así sucesivamente.

A María Elena le preocupaba que sus dos ídolos, pastores y líderes se trenzaran en alguna discusión; por un lado el expresidente que ella consideraba el mejor gobernante de la historia (aunque le habían tocado pocos) y por otro lado un mensajero de la paz verdadera vestido de blanco.

Había oído por ahí a un amigo de su jefe –un reconocido médico militar- decir:

—Ese Papa Francisco solo viene a legitimar el proceso con los terroristas de las FARC, el gobierno lo trae para tapar los escándalos de corrupción —Decía el ilustrado mientras movía los hielos de su whisky.

Pero María Elena sabía que Dios no juega sin ganar y que el Papa Francisco no venía a eso, sería muy simple para un personaje de su naturaleza. Durante su visita, el Papa realizó 12 discursos que calaron en el alma de María Elena, ella repetía en voz alta “No se dejen robar la alegría y la esperanza” y le decía a sus hijos “No se dejen robar la alegría y la esperanza” y le decía a su vecina “No se dejen robar la alegría y la esperanza”, porque esa frase, más que una frase, era una filosofía de vida que ella de forma poco consciente había aplicado para su existencia.

Claro, una mujer pobre, sin educación, viviendo en un barrio que los viernes en la noche parecía más un cementerio ¿cómo podría estar feliz? Sencillo: no había dejado que nadie le robara su alegría y su esperanza de estar mejor, de vivir mejor y que los suyos pudieran superarse y lograr aquellas cosas que la injusta vida no les había permitido conseguir.

—Carlos, Daniel y Sebastián, mañana nos vamos a las 6 a.m. para el Olaya, ¿listo? No les estoy preguntando. —Ordenaba María Elena, que ya había aprendido que en el hogar hay cosas que se negocian y hay cosas que no.
—Amá, no. ¡Qué pereza! Eso va a ir mucha gente, quedémonos acá y lo vemos por televisión. — Dijo Carlos, el menor.
—Si no van, no les doy plata esta semana.

El sábado empezó turbio; el cielo amenazaba con tormentas y el paisaje gris del firmamento no contrastaba con el conjunto de casas en obra negra de María Elena y sus vecinos.

Mucha gente quería ir a ver al Papa, tanto en su recorrido como oficiando la sonada misa. María Elena se levantó, se bañó y obligó a los otros a bañarse, entre grito y grito y regaño y regaño, todos ya iban en el taxi. Llegaron y ahí lo vio ella: el gran evangelizador era un mancha blanca, una persona pequeña pero con un discurso gigante; en su homilía habló de la no exclusión, de soltar, de perdonar, y María Elena tomó nota, quiere hacerle caso al mejor líder, al que une y no al que separa, al que dialoga y no al que impone, al que le habla a sus hijos para darles esperanza y no al que los condena por ser pobres a tomar las armas en una guerra en la que nadie gana-únicamente los que quieren votos-, al que con su presencia trajo paz y cero muertes y no al que apostó todo por la guerra.

María Elena la tenía clara: hay personajes más grandes que otros y ella ya había elegido uno; optó por renovarse, perdonar, sanar los odios y los rencores. Ese señor vino y los grandes relatores hicieron fiestas con sus palabras, pero también los anónimos aprendieron, construyeron y cambiaron. Los “sin nombre”, los invisibles, los que forman las masas también escucharon.

La Historia es siempre la historia de los grandes personajes, pero hay historia también abajo, hay historia de personajes comunes que no se debaten en palacios ni en alcaldías ni en gobernaciones, pero que son alma de la ciudad. Hay historias de barrio que nadie conoce, pero que también se forjan en los dilemas nacionales.

María Elena es muchas personas. María Elena es una historia.

 

Juan Pablo Duque
Soy un migrante empedernido. Colombiano. Joven (1992) psicólogo social de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), magíster en Investigación Psicosocial de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y estudiante de la especialidad en Políticas Públicas para la Igualdad de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso Brasil).